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Pocos días atrás (el 29 de junio) hemos celebrado la solemnidad de los dos grandes apóstoles y mártires, Pedro y Pablo, columnas de la Iglesia. Esta festividad nos ha llevado a reflexionar sobre la importancia de la sucesión apostólica y cuánto aprecian los creyentes esta promesa de Cristo, que la fundó sobre la roca firme. En ese día, se recuerda especialmente al Papa, quien procura guiar y cuidar con denuedo a sus fieles.

El pasaje bíblico en el que Jesús pregunta a Pedro tres veces si lo ama, permite comprender la responsabilidad de un pastor hacia las ovejas encomendadas. El amor profundo y sincero hacia los fieles es fundamental para ejercer este rol pastoril. Sin embargo, a veces encontramos fluctuaciones en este amor, donde la indiferencia vela a la compasión y toma dominio el tedio, la impaciencia e incluso el mal genio y la acritud. Por ello, es un deber diario, esforzarse por mantener viva esa llama del amor original.

Recordemos cómo Pedro, al encontrarse en las afueras del templo con un enfermo, muestra su preocupación e interés por el necesitado. Aprovecha la oportunidad para ejercer el poder que se le ha conferido de sanar y se compadece, se acerca y lo sana. Este poder, que también poseen los pastores en plenitud, solo les provocará ejercerlo, en la medida en que sientan un profundo amor por las ovejas encomendadas.

La tarea de salir y evangelizar es otro aspecto fundamental de la Iglesia, tanto en el pasado, desarrollado por Pablo en sus viajes, como en la actualidad. Para llevar el mensaje de amor y fe a los demás, es necesario poseer un profundo amor por Dios y por la humanidad. Si no se ama a los fieles y a los hermanos en general, ¿cómo se les podrá llevar la buena nueva? Gracias a este amor que se siente por el otro, es que surge el deseo de compartir el mayor don recibido: la fe en Jesucristo.

La Iglesia debe ser un reflejo de Cristo, manteniendo viva la llama del amor por Dios y por los semejantes. Debe ser más aún hoy, una luz para los demás, un hospital de campaña que acoge y se acerca a aquellos que más la necesitan, sin exclusiones, así vengan heridos o confusos. De este modo, quienes se acerquen a ella podrán encontrar el agua viva para saciar su sed y el camino seguro para su búsqueda de sentido.

Los ejemplos de Pedro y Pablo son inspiradores para esto. Su amor y dedicación a los suyos sirven de estímulo para todos y, especialmente, a aquellos que han seguido sus pasos como pastores del Pueblo de Dios.

Es importante recordar que apoyar y sostener al Papa, es hacerlo con quien representa la figura de san Pedro mismo. Aunque puedan haber diferencias o miradas diversas, no hay por qué caer en la fijación del opositor consuetudinario y menos aún, generar desconfianza y desorientación en los demás. La Iglesia de estos tiempos —y siempre—, debe mantener vigente la fortaleza de su unidad, forjada durante siglos mediante la participación y el diálogo.

En estos tiempos, con una importante asamblea mundial sobre la Sinodalidad ad portas, es preciso redoblar oraciones por el Santo Padre, quien tiene la alta responsabilidad de mantener unida a la Iglesia, a veces a contracorriente, sorteando incluso a los que quieren pontificar como él.

Esa oración —que la pidió desde el principio—, será la fuerza que requiere hoy en día Francisco, para cumplir con su misión de guiar a una Iglesia que ilumine al mundo, en un esfuerzo por ser coherente, propositiva y arrojada. ¡Hagan lío! ¡No balconeen!

Este blog se publicó por primera vez como columna en la edición de julio 2023 de La Voz Católica.

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