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Henchidos de gozo, los pastores han regresado a su quehacer diario y a sus rebaños. Grande e intensa ha sido la extraordinaria experiencia que esa noche ha roto el silencio y la soledad del campo. Por eso, a toda prisa acuden a una humilde cueva para hallar dormido y acostado en un pesebre  al Salvador, al Cristo Señor, y comprobar el signo que el ángel les ha profetizado. Allí, en la cueva, junto a una muy joven madre y a su feliz esposo, han narrado todos los recientes acontecimientos que los tienen maravillados y fuera de si. ¡Coros celestiales que de repente inundan la noche de Belén en perfecta alabanza al Dios de los Cielos, aclamando la Gloria del Altísimo y anunciando el favor extraordinario del amor de Dios hacia la humanidad! Todo ha sucedido tal como el mensajero celeste les había indicado y su relato asombra a María, admirada ante lo que Dios está haciendo con su vida y la de su hijo. Siempre abierta a la voluntad de Padre, sabe que debe guardar en su corazón todo lo que no acaba de comprender, porque plenamente confía en las decisiones de Dios. 

En Jerusalén, ocho días después, el muy bueno y piadoso anciano Simeón profetiza ante ellos. “Este niño hará caer y también levantará a la gente de Israel. Pero el corazón de su madre sufrirá intensamente”. Y Ana, una viuda anciana dedicada al servicio del Templo, exulta entusiasmada en alabanzas al Dios de Israel y proclama que en ese pequeño niño ha comenzado ya la liberación de Jerusalén.

Una y otra vez María guarda y sigue guardando en su interior todo lo que acontece en torno suyo; como cuando perdieron de vista a Jesús y lo encontraron tres días después en diálogo con los maestros de la Ley en el Templo de Jerusalén. Luego de un poco de queja y de regaño, la tranquila respuesta de aquel adolescente de 12 años deja a José y María en aún más confusión: “¿No sabían que tengo que estar junto a mi Padre?”. Y el Evangelio de Lucas repite entonces una vez más: “Su madre guardaba en su corazón todos estos recuerdos”.

Para el evangelista, María de Nazaret no es solo la extraordinaria mujer que el Verbo de Dios eligió para asumir nuestra carne, sino el modelo a seguir para todo creyente que, ante las incógnitas y misterios, ante las situaciones inexplicables o supuestamente inmerecidas, ante los tropiezos y retrocesos, ante los sufrimientos y las alegrías, sabe en todo momento mantener la confianza en el Señor de la Historia. Guardarlo todo en el corazón y esperar la luz que nos haga ver el sentido y la lógica del actuar de Dios para nuestra vida. El Evangelio nos habla en todo momento y en primer lugar de quién es Jesús, pero no descuida nunca el rol extraordinario de María en la historia y en el corazón de la Iglesia, de la que también es madre.

Es por eso que las primeras comunidades cristianas guardaron con mucho cariño la memoria de la Virgen Madre. Una oración compuesta hacia el 250 d.C. por las comunidades de la entonces floreciente iglesia de Siria, es el testimonio de la veneración hacia María de aquellos creyentes. En tiempos de persecución claman a la Virgen con lo que es la oración mariana más antigua que ha recogido la liturgia y la oración creyente del pueblo de Dios.

Edgar Lobel, un experto en papiros antiguos, miembro de la Universidad de Oxford, encontró en Oxirrinco, una antigua ciudad egipcia, un papiro del siglo III, conservado gracias al seco clima de la región, que contiene esta oración, muy anterior al Ave María, que todavía hoy la liturgia de la horas y el himnario mariano utilizan. Su hallazgo ha confirmado la antigüedad de este himno bizantino que no ha dejado der ser el rezo de la Iglesia al menos desde principios del siglo III. 

Siglos antes del Concilio de Éfeso (año 431) que proclamó, frente a la herejía nestoriana, que María es la Madre de Dios, porque lo que ha nacido de María es la totalidad de la persona de Cristo, plenamente humano y plenamente divino, los  cristianos ya orábamos a ella con el título de “santa Madre de Dios”.

La versión castellana de la oración (la lengua original es el griego) constituye la más antigua forma cristiana con que los creyentes hemos solicitado el amparo y la intercesión maternal de la gloriosa Madre del Salvador:

Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios;
no desoigas la oración de tus hijos necesitados,
líbranos de todo peligro, ¡oh, siempre Virgen, gloriosa y bendita!

Tras las dificultades del día a día y las incertidumbres humanas, se nos invita a confiar en la protección, el amparo, el cobijo y la defensa que en todo momento podemos encontrar bajo el manto de la siempre Virgen Madre del Salvador. Al rezar esta antiquísima oración nos unimos  a millones de creyentes que a través de los siglos acudimos a ella confiados en su mirada, deseando, como ella, guardar todas las cosas en el corazón y también, como ella, esperar siempre en Dios, seguros de que Él siempre cumple todas sus promesas.

Comments from readers

Hope Sadowski - 01/22/2018 04:07 PM
Siempre tus blogs son tan informativos. Gracias bella la oracion.
James - 01/22/2018 02:38 PM
We fly to thy protection, O holy Mother of God. Despise not our petitions in our necessities, but deliver us always from all dangers O glorious and blessed Virgin. So beautiful!

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