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En el trasfondo de su obra, los evangelistas han conservado toda una rica trama nacida de las numerosas preguntas que las comunidades cristianas les formulaban. A través de ellas rastreamos las inquietudes y los problemas de aquellos cristianos que estaban aprendiendo a serlo. Como un tapiz que se contempla por el revés, las acciones, afirmaciones y sentencias de Cristo recogidas en los Evangelios, revelan una fuerte e importante intención de iluminar los primeros pasos de la segunda generación de creyentes después de la resurrección.

Así vemos como Lucas responde a una apremiante inquietud de su iglesia: “ustedes conocieron al Señor, lo pudieron oír y tocar, pero nosotros, ¿dónde lo podemos encontrar?”. 

El relato de los discípulos de Emaús (Lc. 24, 13-32) pretende darnos pistas claras y seguras para ello; toda la escena, enmarcada al principio por la oscuridad del desánimo, busca responder a esa pregunta: Cristo camina a nuestro lado en todo momento y a cada momento, lo encontramos en el camino de la vida, a nuestro lado; él se hace el encontradizo, no deja de buscarnos y de atraernos por todos los medios posibles, aunque pocas veces nos demos cuenta de ello (en la parábola del hijo pródigo, también del Evangelio de Lucas, el padre comienza a atraer al hijo nada menos que por el estómago, por el hambre envidiosa que siente ante los cerdos que comen mejor que él). 

Encontramos al Señor también en la proclamación de la Palabra de Dios, pues el Resucitado, presente allí, hace vibrar al Cristo que vive en nuestros corazones; en una sintonía luminosa de intensas resonancias evangélicas. El Jesús de la historia se hace historia en nuestra vida cuando dejamos que la lectura de la palabra cale hondo en nuestros criterios, valores y respuestas ante la vida. 

El centro del relato lucano nos invita también a la hospitalidad y a la acogida, “¡Quédate, que la noche es oscura. Largo el camino y fría la noche! Cristo está en la actitud de acogida al extraño, al peregrino a quien se reconoce como prójimo y se recibe en casa con afecto. Por eso puede explotar la noche en el signo de la fracción de pan, tan luminosamente que ya no necesitan ver mas al Señor hecho peregrino. La Eucaristía es su presencia por excelencia, alimento transformador que nos mueve a adoptar los mismos sentimientos de entrega presentes y permanentes en toda la vida de Jesús.  

Ahora que los discípulos han recuperado la fe, esta les mete prisa y les hace desandar el camino a Jerusalén, esta vez sin el apoyo de la caravana y en medio de la aparente oscuridad de la noche del día de la resurrección. Regresan a la comunidad del Resucitado, que ellos en su desilusión habían abandonado, a los hermanos reunidos, donde el Señor está también presente, en medio de todos ellos. 

Con el relato de los discípulos de Emaús, Lucas nos ha dejado un mapa seguro para encontrar al Señor Jesús, que está siempre en el camino que nos toque recorrer, en la Palabra viva de Dios, en la Eucaristía celebrada en familia de fe, en la acogida fraternal al desamparado, y en la comunidad de los creyente que es la Iglesia de Cristo. 

A su comunidad, y a nosotros, el autor del evangelio de Mateo deberá recordar que el cristiano, en todo momento, debe tener lista la mirada para reconocer al Señor presente en el hambriento, en el extranjero sin techo, en el enfermo, en el encarcelado, en el que está solo, roto y abandonado (Mt. 31-46). Es su manera de responder a la misma pregunta: ¿Jesús, dónde estás?

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