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Homilies | Monday, September 14, 2020

Nació y murió en el día de la Virgen

Homilía del Arzobispo Wenski en el funeral del P. Sergio Cabrera

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Homilía predicada por el Arzobispo Thomas G. Wenski en la Misa funeral del P. Sergio Cabrera, celebrada en la parroquia de St. Brendan, en Miami, el 14 de septiembre de 2020, Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. 

Queridos hermanos y hermanas:

Una vez más el Señor nos comunica a través de su Palabra la promesa de salvación y vida eterna, y al celebrar esta Eucaristía por el eterno descanso del P. Sergio Cabrera, este mensaje de fe y esperanza nos fortalece y anima a todos en nuestro propio peregrinaje hacia la patria definitiva: “El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás." (Jn 11, 25-26). Hoy nos reunimos en torno a este altar, en el día en que la Iglesia celebra la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, y lo hacemos para implorar al Padre de las misericordias que conceda a su hijo el gozo definitivo en su presencia, y que, en su infinita misericordia, perdone las faltas que pudo cometer por humana fragilidad. Demos gracias por su vida y por todas las bendiciones que a través de su ministerio llegaron a los corazones de tantos fieles durante más de 47 años de entrega sacerdotal.

Nacido en La Habana en el año 1933, tuvo la dicha de recibir un día la llamada del Señor y la generosidad de ponerse a su servicio. Habiendo emigrado de Cuba, inició su formación sacerdotal en Puerto Rico y Santo Domingo, completando sus estudios de filosofía en la Universidad Pontificia de Chile. En dicha universidad continuó los estudios teológicos, que tiempo después concluyó en el Seminario Mayor de Caracas, Venezuela. Fue ordenado sacerdote el 24 de marzo de 1973 en la Diócesis de San Juan, Puerto Rico, donde ejerció su ministerio hasta 1978, año en que se establece definitivamente en los Estados Unidos e inicia su labor pastoral en nuestra Arquidiócesis de Miami.

Luego de servir por breve tiempo en la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe, en Immokalee, continuó su labor sacerdotal en Santa Cecilia, St. Timothy, Our Lady of the Lakes, Corpus Christi, Good Shepherd y St. Raymond, donde se retiró en el año 2008, aunque continuó ejerciendo su ministerio hasta tiempos recientes en la parroquia de St. Brendan. Hombre humilde y de oración, pasaba tiempo delante del Santísimo Sacramento intercediendo por muchos, y no dejaba de ofrecer cada día el Santo Rosario a la Santísima Virgen, con quien mantuvo siempre una relación de confianza y cercanía. No olvidemos que vino al mundo el día de Nuestra Señora de Guadalupe, y fue llamado a la Casa del Padre en la fiesta de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de la tierra que lo vio nacer.

En la primera lectura el profeta Ezequiel, en referencia a la liberación de los desterrados en Babilonia, nos ofrece una visión de lo que será esa futura inmortalidad que nos alcanzó Jesucristo con su pasión, muerte y resurrección: "Cuando haya abierto sus tumbas y los haya hecho levantarse, pueblo mío, sabrán que yo soy Dios" (Ez 37, 13). Huesos secos que cobran vida, que salen de sus tumbas como un ejército inmenso; que nos recuerdan el triunfo total de Cristo sobre la muerte y su consoladora promesa de que nuestras vidas no terminarán en la nada y el vacío, sino en la total plenitud. Porque todas las ansias de realización y felicidad verdadera que nos acompañan a lo largo de nuestra vida serán saciadas ante la visión del Padre bueno que está en los cielos: "Nos hiciste Señor para ti –nos recuerda San Agustín– y nuestro corazón estará inquieto hasta que no descanse en ti" (Confesiones I, 1, 1).

En el evangelio, por su parte, el Señor nos recuerda una vez más su poder sobre el mal y su victoria sobre la muerte. El episodio del regreso de Lázaro a la vida es un anticipo de esa resurrección que nos alcanzará con su sacrificio redentor, y la constatación de que la muerte ya nunca más tendrá para nosotros la última palabra. "Yo soy la resurrección y la vida", dice Jesús en respuesta al compresible reclamo de Marta, llena de dolor y de angustia por la muerte de su hermano. Son palabras que revisten un profundo significado, dichas en el momento culminante de su misión y en camino hacia su propia muerte en el Monte Calvario. Allí, en el árbol de la cruz, ofrecerá su vida por la salvación del mundo y cargará sobre sí con los pecados de toda la humanidad. Al celebrar en este día la festividad de la Exaltación de la Santa Cruz, recordemos que no existe para el cristiano, ante el misterio de la muerte, otra respuesta que no sea la contemplación de la propia cruz del Señor, símbolo de vida y luz de esperanza.

Hermanos y hermanas, como recordaba anteriormente, quiso el Señor en su providencia amorosa llamar a su presencia al P. Sergio Cabrera, precisamente el día en que celebrábamos la fiesta de nuestra Madre, la Virgen de la Caridad, de quien fuera fiel devoto a lo largo de su vida. Pidamos para que ella interceda por su hijo sacerdote y lo cubra con su manto de misericordia. Y que el Buen Pastor, que un día le encomendó proclamar su Palabra y dispensar sus sacramentos, lo tenga disfrutando ya de su presencia, y le conceda la corona que no se marchita.

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