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Conocí al Papa emérito Benedicto en junio de 1988. Durante las siguientes tres décadas, he disfrutado de largas conversaciones y entrevistas con él, incluida una discusión sobre muchos temas el pasado 19 de octubre. Conocí al Papa Francisco en Buenos Aires en mayo de 1982, y desde entonces he tenido tres audiencias privadas con él desde su elección como Sucesor de Pedro. Estuve muy ocupado en Roma antes, durante y después de los cónclaves de 2005 y 2013, y mi trabajo incluyó extensas discusiones con los cardenales electores antes de que se encerraran en cada cónclave y después de que subiera el humo blanco. En ambas ocasiones, predije correctamente a mis colegas de la NBC el hombre que sería elegido y, en 2013, el día en que se realizaría la elección.

Por lo tanto, con acreditación, asumo el rol de crítico de cine y digo sin titubeos que, como historia, la película de Netflix, Los Dos Papas, es pamplinas en esteroides. La actuación es genial, a veces divertida y ocasionalmente conmovedora. Pero a pesar de la afirmación de que está “basada en hechos reales”, Los Dos Papas no revela más sobre la historia que viví y los hombres que he conocido personalmente, que lo que revelaría Star Wars: El Ascenso de Skywalker

El guión ofrece varios momentos brillantes, quizás más reveladores sobre las dos personalidades principales que lo que piensan el guionista Anthony McCarten o el director Fernando Meirelles. Anthony Hopkins captura muy bien el sentido irónico del humor de Joseph Ratzinger cuando el Benedicto XVI cinematográfico le comenta a Jonathan Pryce (Cardenal Bergoglio): “Es una broma alemana; no se supone que sea graciosa”.

Luego está la respuesta sonriente de Pryce (Bergoglio) a un Benedicto XVI gruñón que acusa al arzobispo de Buenos Aires de egoísmo: “¿Sabes cómo se suicida un argentino? ¡Se sube a la cima de su ego y salta!” En general, el guionista y el director comercian en figuras de palitos, a pesar de la atractiva representación de ambas caricaturas por dos actores geniales.

Lamentablemente, las representaciones unidimensionales de los papas han sido el estándar periodístico y cultural desde que el seudónimo “Xavier Rynne”, en The New Yorker, creara la plantilla liberal/conservadora para Todo lo Católico durante el Concilio Vaticano II. Por lo tanto, el crédito es mayor para Anthony Hopkins y Jonathan Pryce por darle una vida vibrante a la caricatura de Benedicto XVI y a la caricatura de Francisco en Los Dos Papas. Sin embargo, lo que no se debe dejar de mencionar son las graves tergiversaciones de la película sobre las dinámicas que operaban en los cónclaves de 2005 y 2013.

El libreto insinúa que Joseph Ratzinger quería ser papa en 2005, y manipuló antes y durante el cónclave para lograr su ambición. Eso es una necedad. Como pensé que había demostrado en La elección de Dios, mi libro sobre la transición papal de 2005, el Cardenal Ratzinger resistió con vigor los esfuerzos de sus muchos admiradores para promover su candidatura durante el interregno, y decía: “No soy un hombre de governo[gobernanza]”. Sus amigos respondieron que debía dejarle las cosas al Espíritu Santo, y Ratzinger —que había intentado retirarse tres veces bajo Juan Pablo II, y no deseaba nada más que regresar a Baviera y retomar los hilos de su vida académica— accedió a sus deseos, y a lo que él creía que era la voluntad de Dios. En todo esto no había ambición. Por el contrario, hubo una conmovedora demostración de conocimiento propio, desapego espiritual y liderazgo eclesiástico.

En cuanto a 2013, Los Dos Papas sugiere que una corriente “reformista”, frustrada por el cónclave de 2005, persuadió a los cardenales electores de 2013 de que la Iglesia necesitaba un cambio decisivo del magisterio de Juan Pablo II y Benedicto XVI para poder ponerse al día con “el mundo”. También son sandeces. Entre los cardenales electores en 2013 no hubo tal consenso. Sin embargo, hubo un amplio acuerdo de que la Nueva Evangelización estaba siendo seriamente obstaculizada por corrupciones financieras y de otro tipo en el Vaticano, que debían encararse enérgicamente en un nuevo pontificado.

Y quienes propusieron la candidatura del Cardenal Bergoglio, lo presentaron precisamente en esos términos, como un reformador tenaz y sensato que limpiaría la casa con rapidez y firmeza. Esa presentación, fortalecida por la intervención cristocéntrica y evangélica del prelado argentino en la congregación general de los cardenales antes de finalizar el cónclave, fue esencial para la elección del Papa Francisco. La idea de que Francisco fue elegido para cambiar drásticamente el magisterio de Juan Pablo II y de Benedicto XVI es pura invención, al menos para quienes conocen lo que realmente sucedía en 2013.

¿Habrá algún motivo para fomentar esta historia falsa sobre el Cónclave de 2013? Sin duda, algunos lo encontrarán. Yo quedo satisfecho con aclarar el expediente histórico.

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