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Recientemente tuve el privilegio de facilitar dos talleres, uno para lectores y otro para ministros extraordinarios de la Comunión. En ambas charlas quise transmitir el requisito esencial, no sólo de estos dos ministerios eclesiales, sino el de todo ministro o de cualquier simple fiel en la Iglesia Católica. Ese requisito es el mandato de hacernos servidores de los demás.

El ministerio en la Iglesia, a todos los niveles y órdenes, es una diaconía, es siempre un servicio, un servicio de amor, humilde, callado, a veces hasta ignorado, pero siempre es un servicio hacia Dios y hacia el prójimo.

Desde muy joven yo aprendí de rodillas, frente a un santo padre-obispo, la necesidad de asimilar e incorporar en mi vida de católico comprometido las palabras de Jesús durante la Ultima Cena: “Yo no he venido a ser servido, sino a servir” (cf. Mt 20,28).

No siempre es fácil. Es muy difícil dejar atrás el gusto por oír que nos agradezcan lo que hacemos o que nos estimen por el buen trabajo que realizamos en la Iglesia o cualquier otro lugar. También es lógico, y de educación, que mostremos agradecimiento y reconozcamos el bien y los favores que nos hacen. Tales expresiones de cortesía y de agradecimiento muchas veces llegan a ser muestras de amor filial, y como tal debemos aceptarlas con humildad y sin buscarlas.

Pero la diferencia está precisamente en nuestra motivación cuando rendimos un servicio. Debemos preguntarnos a nosotros mismos: ¿sí lo hacemos porque nos gusta que nos aprecien o lo hacemos porque somos nosotros los que apreciamos a los demás sin esperar nada a cambio? ¿Nos complace y buscamos que nos amen o nos deleita aún mucho más el amar nosotros a los demás sin ataduras ni condiciones?

En la respuesta que demos sabremos si lo hacemos por servicio o por buscar honores y gratificaciones. 

El servicio es posible que requiera que salgamos de nuestras comodidades y rutinas, que demos lo más precioso que nosotros poseemos, nuestro tiempo. A veces implica hacer algo que no nos gusta y puede ser que hasta nos desagrade. Hacerlo sin mirar a quién lo hacemos, en cambio, es ver en el que servimos el mismo rostro de Cristo.

Es necesario cambiar de mentalidad y ver que lo que estamos haciendo no es un favor sino es una gracia que el prójimo nos concede a nosotros al darnos la oportunidad de servirle; porque sirviéndole a él o a ella, gozamos del privilegio de servir y amar a Cristo.

Él con su ejemplo, con su vida, sus acciones, sus palabras nos ha abierto el camino del servicio, por difícil, comprometedor, o contrario al modo de actuar del mundo que sea, porque Él nos amó — a nosotros — hasta el extremo. Toda su vida fue en servicio de ese amor que Él tiene por todos.

Comments from readers

Maria clara Abello - 08/07/2019 07:44 PM
Don Antonio, de las mejores enseñanzas sobre los Sacramentos que he recibido fué en sus muy amenas charlas. Y que hermosa esta del servicio que lleva implícito el AMOR el Mandamiento nuevo. Gracias Don Antonio.
james - 08/05/2019 05:02 PM
Thank you for this blessed writing.

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