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No estoy sorprendido por el resultado del referéndum del 25 de mayo en Irlanda, que abrió un camino hacia el aborto legal en la Isla Esmeralda al eliminar una enmienda pro vida de la Constitución irlandesa. Tampoco me sorprendió el gran margen de victoria de aquellos que piensan que un niño por nacer no es “uno de nosotros”. Según se desarrollaba el debate sobre el referéndum, tanto el gobierno como los medios de comunicación irlandeses virulentamente anti católicos añadieron peso a la balanza. Al unirse Irlanda a la estampida Gadarene para legalizar la dictadura del relativismo, ¿qué es lo próximo?

Enmendar de nuevo la Constitución irlandesa. La constitución de Irlanda comienza con un preámbulo que ahora parece, cuando menos, irónico: “En el Nombre de la Santísima Trinidad, de Quien es toda la autoridad y a Quien, como nuestro último fin, todas las acciones de los hombres y los Estados deben ser referidas...”. Después de que hace mucho tiempo se descartó en la práctica la parte del juicio de Dios sobre “los hombres y los Estados”, Irlanda dejó claro, con una mayoría de 66 por ciento, que no reconoce la “autoridad” de “la Santísima Trinidad” en términos de la ley divina (véase Éxodo 20:13), o la ley moral natural que Dios inscribió en la creación, que nos enseña que la vida humana inocente no se debe tomar voluntariamente, y merece protección cultural y legal.

Por décadas, Irlanda ha sido una sociedad post cristiana. Los efectos de la descristianización y la fobia hacia la Iglesia fueron dolorosamente evidentes en el tono agresivo de los defensores del aborto durante el debate previo al referéndum y por los resultados del mismo. Entonces, ¿por qué no detener la farsa y eliminar de la Constitución una afirmación desmentida tanto por la costumbre contemporánea como por la ley irlandesa?

Proteger a los disidentes. Antes e inmediatamente después del referéndum, las pasiones totalitarias de algunas de las fuerzas pro aborto se exhibieron en el mundo de Twitter. Su objetivo fue el instituto Iona, integrado por un grupo de expertos dirigido por David Quinn, uno de los principales laicos católicos de Irlanda. Al anticipar la victoria el 25 de mayo, la columnista Barbara Scully tuiteó el día anterior: “Una vez hayamos finalizado la revocación de la 8ยช [es decir, la enmienda pro vida a la Constitución], ¿podemos eliminar el instituto Iona? No tienen un propósito útil. ¿Por qué tenemos que escuchar sus puntos de vista cada vez que necesitamos hacer un cambio social? ¿Por qué tienen una voz tan intensa?” A la mañana siguiente tras la victoria de su facción, otra columnista, Alison O'Connor, roía el mismo hueso podrido, al tuitear: “¿Es demasiado pronto para preguntar qué es el instituto Iona? ¿De dónde obtiene sus fondos? ¿Quién los designó guardianes de la moral de nuestras partes? ¿Escuchamos demasiado en los últimos meses sobre un grupo pequeño (y ahora sabemos que muy poco representativo)?”

Así se expresa la policía del pensamiento. Por lo tanto, los amigos de la democracia en Irlanda debieran considerar rápidamente ofrecer protección legal robusta para héroes como David Quinn y otros incondicionales pro vida que pelearon la buena batalla, perdieron, y ahora intentarán utilizar la persuasión para limitar el daño que hará la derogación de la enmienda pro vida. Si sus voces son sofocadas por presiones culturales de matones, o incluso por ley, la democracia irlandesa se convertirá en una broma patética.

Tomar medidas audaces para reconstruir el catolicismo irlandés. Independientemente de que los datos de las encuestas nos indiquen que el porcentaje del voto a favor del aborto es un voto contra la Iglesia, durante más de una década ha sido evidente que, con pocas excepciones, los obispos irlandeses son incapaces de liderar la reevangelización del país. Su credibilidad ha sido destrozada por los encubrimientos de abuso. La estrategia que muchos obispos irlandeses han adoptado de postrarse ante la corrección política y doblegarse a la presión cultural, ha sido un completo fracaso.

En diciembre de 2011, después de reunirme en Dublín con legisladores de los principales partidos políticos, periodistas, católicos laicos serios, y el teólogo más consumado del país, envié un memorándum a mis amigos en Roma, argumentando que se necesitaban medidas radicales para cambiar las cosas en el catolicismo irlandés: retirar a la mayoría de los obispos de aquel entonces; reducir el número de diócesis irlandesas al menos a la mitad; y nombrar nuevos obispos de todo el mundo anglosajón para Irlanda, cuyo criterio principal para la selección sea la capacidad demostrada por tal hombre como evangelista. Irlanda, escribí, era territorio de misión; necesita obispos misioneros. Y si irlandeses nativos pudieron convertirse en obispos en los Estados Unidos, ¿por qué en este momento no se pueden enviar a Irlanda obispos estadounidenses que sean conocidos como evangelistas efectivos?

Temo que mi análisis fue correcto. Aún están por tomarse las medidas drásticas necesarias para reconstruir el catolicismo irlandés.

Comments from readers

james - 07/09/2018 11:41 AM
Dear George Weigel, thank you for the exceptional article. WE all need to pray harder for more conversion. In Mother Mary's name and Jesus name, AMEN. Blessings, In Unity,

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