�No al hambre de pan, s� al hambre de Dios!
Monday, June 15, 2015
Antonio Fernandez
Recientemente, varios de los apologetas y teólogos católicos de la nueva generación han levantado revuelo en los medios sociales haciendo un ataque virulento a lo que ellos llaman TLM, o sea, Teología de la Liberación Marxista.
El problema está en que ellos llaman TLM a un movimiento que no puede encajarse en tal etiqueta. Ya que la Teología de la Liberación que surge en los años 1980 en América del Sur, como una respuesta a las condiciones de una gran parte de la población de ese continente, no tiene nada de marxista.
Precisamente, hombres de Iglesia, entre los cuales se destaca el teólogo dominico, P. Gustavo Gutiérrez, descubren como esas masas de hombres y mujeres, viviendo en situaciones de extremada pobreza en las planicies y periferias al sur del Río Grande, eran campo de cultivo para ideas marxistas-comunistas; y deciden dar una llamada de alerta al resto de la Iglesia y del mundo.
La Teología de la Liberación desarrollada especialmente por P. Gutiérrez parte de un análisis bíblico de la pobreza. El P. Gutiérrez distingue dos tipos de pobreza: una criminalmente escandalosa y la otra de una infancia espiritual. Mientras que la primera no es querida por Dios, la segunda tiene un valor de bienaventuranza evangélica. Una caracterizada por un hambre de Pan y la otra por un hambre de Dios. ¡No al hambre de pan, sí al hambre de Dios!
No hay nada de comunismo-marxismo en la Teología de la Liberación fundada en los textos bíblicos, especialmente en el mensaje de Jesús. Es cierto que algunos autores y seguidores de la Teología de la Liberación presentaron problemas en su aplicación de la teología. No había error en la teología sino en su praxis, es decir en su llevarla a la práctica por algunos, específicamente en el uso de análisis marxistas y la justificación de la violencia, nunca presente en los trabajos del P. Gutiérrez ni en los de muchos de sus otros exponentes fieles a la doctrina social de la Iglesia.
Varios fueron los sacerdotes que se desviaron, tal como Ernesto Cardenal y Miguel D’Escoto Brockmann, o grupos como Sacerdotes por el Socialismo, por solo citar unos pocos de ellos.
Desafortunadamente, hace poco he leído algunos comentarios colgándole el sanbenito de comunista a Mons. Helder Camera — a propósito nada nuevo bajo el sol en este sentido; y hasta criticando “a una conferencia de algunos obispos de tendencia marxista que se reunieron en Medellín en 1968”.
Los muy mal intencionados se abstienen de mencionar que están refiriéndose a la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano (CELAM) reunida en Medellín, cuyos trabajos fueron publicados con la aprobación del Beato Papa Pablo VI — dicho sea de paso, uno de los mejores documentos eclesiales escritos en nuestro continente.
Pienso que el revuelo recién resucitado fue producto de la reciente audiencia privada en que el Papa Francisco recibió al P. Gutiérrez, el cual estaba en Roma para presentar la edición en italiano del libro “De la parte de los pobres, teología de la liberación, teología de la Iglesia”, escrito junto con el Arzobispo Gerhard Ludwid Müller, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Quisiera dejar aclarado que ni San Juan Pablo II ni Benedicto XVI han condenado jamás a la teología de la liberación en forma global, sino solamente en sus aspectos específicamente erróneos, dejando siempre muy claro otros elementos positivos, tales como la opción preferencial por los pobres, que en este momento es un aspecto muy apoyado y proclamado por el Papa Francisco.
Muchos de estos aspectos de la teología de la liberación se encuentran muy resalientes y significativos en el Documento de Aparecida y la Misión Continental, que expresa muy claramente el pensamiento del Papa actual, ya que fue él su redactor al final de la V Conferencia del CELAM celebrada en Aparecida en 2007.
Tengamos cuidado de que atacando ahora nuevamente a la Teología de la Liberación no caigamos en posiciones contrarias al espíritu e intenciones del Papa Francisco. Recordemos que el Papa es la cabeza visible de la Iglesia y goza de la ayuda del Espíritu Santo para conducir la nave de Pedro hacia aguas seguras. Si no creemos esto, estamos en la lancha equivocada.
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