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¿Se preguntan de qué deben ayunar en esta Cuaresma: de los dulces, del alcohol o, simplemente, de comer menos? Ese tipo de ayuno tiene su lugar, pero si de verdad quieren descubrir para qué sirve de manera especial el ayuno —es decir, ayunar de manera que se produzca un cambio sagrado para mejorar su vida y la de los demás; un ayuno que marque la diferencia a la hora de ayudar a construir un mundo mejor; un ayuno que contribuya a que avance el Reino de Dios—, entonces aquí tienen las indicaciones del Todopoderoso pronunciadas a través de su profeta Isaías:

"¿No será más bien este otro el ayuno que yo quiero: desatar los lazos de maldad, deshacer las coyundas del yugo, dar la libertad a los quebrantados, y arrancar todo yugo? ¿No será partir al hambriento tu pan, y a los pobres sin hogar recibir en casa? ¿Que cuando veas a un desnudo le cubras, y de tu semejante no te apartes?" (Is. 58: 6-7)

Este pasaje de Isaías insiste en que ayunemos de lo que el Papa Francisco llama continuamente la "cultura de la indiferencia", una cultura a la que no le importa que entre nosotros haya seres humanos que, de un modo u otro, estén encadenados injustamente.

Son innumerables las personas que luchan cada día por encontrar alimento suficiente, agua limpia, una vivienda decente, ropa apropiada, y atención médica.

Muchas personas son encerradas en prisiones por practicar su fe en Dios, o por motivos políticos, raciales o étnicos. Otras son encarceladas injustamente por delitos menores o por protestar contra las injusticias.

Otras están sometidas a la trata de seres humanos, la esclavitud moderna.

Y otras llevan el yugo pesado de huir de sus países de origen a causa de la violencia de las pandillas, las guerras, la pobreza desesperante y las situaciones inhabitables provocadas por el cambio climático —a menudo causadas por regímenes corruptos y por la codicia, el egoísmo y la indiferencia de las naciones y empresas más ricas. Parten en busca de seguridad y trabajo decente en algún lugar, en cualquier parte, para poder mantenerse a sí mismos y a sus familias, sólo para encontrar muros de acero y alambre de espino que les gritan: "¡No son deseados! ¡Regresen al lugar de donde vinieron! ¡No nos importan!".

Luego están los niños. Demasiado pequeños para valerse por sí mismos. Demasiado débiles para sobrevivir en tiempos difíciles. A menudo son los primeros en morir de hambre, pobreza, enfermedad, explotación infantil, y esa lacra interminable: ¡la guerra!

Y no olvidemos a los pequeños invisibles no nacidos que son indeseados, brutalmente desmembrados y asesinados por el aborto: ¡73 millones cada año!

Así pues, si ustedes y yo estamos preparados para el gran ayuno, el ayuno que a menudo será incómodo, e incluso doloroso en ocasiones —el ayuno que más agrada a Dios—, entonces no necesitamos mirar más allá que a los pobres y vulnerables, cercanos y lejanos: nuestros hermanos y hermanas necesitados.

Hay muchas organizaciones católicas maravillosas dedicadas a construir la paz, servir a los pobres, erradicar el aborto y proteger nuestro hogar común en la Tierra. Únanse a ellas y den generosamente de su tiempo, talento y tesoro en esta Cuaresma, ¡y más allá!

"Si ofreces tu pan al hambriento y sacias al que vive en la penuria, tu luz se alzará en las tinieblas y tu oscuridad será como al mediodía". (Is. 58: 10)

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