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Hace años vi una producción de Tosca en la que el sacristán del primer acto hacía unas "genuflexiones" ante el sagrario que eran poco más que inclinaciones de la cabeza. Recientemente, reconocí a aquel sacristán en mis propios gestos en la capilla. Me pregunté: ¿Será que actúo de esta manera porque no creo en la presencia real?

Mi respuesta a esta pregunta fue negativa: a) Creo de todo corazón en la presencia real; y b) Es su culpa. Al elegir estar presente en la humilde forma del pan, Jesús se hizo vulnerable a la clase de familiaridad descuidada que yo le estaba demostrando.

Cada vez me convenzo más de que la crucifixión de Jesús y su presencia en las humildes formas del pan y el vino nos dicen que el Dios del cristianismo es un Dios que se hace vulnerable ante los que ama.

El amor siempre implica hacerse vulnerable ante quien se ama. Todos los padres se dejan manipular por sus hijos. Cada vez que comienzo una amistad, le doy a esa persona un poder sobre mí. Volverse vulnerable ante otra persona es imitar a nuestro Dios, cuyo poder se muestra dándole libertad a toda su creación, incluidos nosotros.

Muchas veces al día, todos aprovechamos el amor de nuestro Dios y actuamos de una manera que le falta el respeto a Dios, a su pueblo, o a su creación. La falta de respeto a la Eucaristía es solo un ejemplo más de esto. Esas faltas de respeto ocurren solo porque, al ser un Dios que ama, Jesús prefirió estar siempre disponible para nosotros, sabiendo que abusaríamos de ese regalo de amor.

De ese modo me digo a mí mismo y le digo a Él: Es tu culpa. Parafraseando a Adán cuando culpa a Eva: "El regalo que TÚ me diste, me hizo hacerlo".

No sólo podemos los católicos ser acusados de ser demasiado informales con respecto a la presencia real en el Sacramento reservado; como es costumbre, se critica a la Iglesia Católica de que invierte demasiado dinero en la construcción de sus iglesias y en la celebración de la Eucaristía. Judas fue sólo el primero de muchos que cuestionan si los hermosos templos, las vestiduras y los vasos sagrados mejor pudieran ser vendidos y utilizar ese dinero para los pobres.

A pesar de prometer que los conventos volverían a ser lugares de verdadera pobreza, Santa Teresa de Ávila siempre insistió en que las capillas estuvieran muy bien decoradas. Las encuestas han demostrado repetidamente que los pobres ven a la Iglesia como el hermoso lugar donde son acogidos, y sostienen que despojar a las iglesias de su belleza sería robarle a los pobres su único lugar de fineza.

Me recuerda a la queja de Jesús de que no podía complacer a sus detractores: rechazaron a Juan el Bautista por su ascetismo y luego rechazaron a Jesús porque vino y disfrutó las cosas de la vida.

El catolicismo siempre es una cuestión de tomar dos valores que aparentan ser contradictorios y mantener ambos.

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