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Homilies | Tuesday, April 09, 2019

Permanezcan fieles al legado de su fundadora

Homilía del Arzobispo Wenski en Misa con las Hermanas Marianitas

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El Arzobispo Thomas Wenski predicó esta homilía durante una Misa el 9 de abril de 2019, en la iglesia St. James, en North Miami, con las Hermanas Marianitas, que estaban celebrando el 146 aniversario de su fundación.

Queridas Hermanas Marianitas; hermanos y hermanas.

Nos reunimos con gozo en la celebración eucarística para dar gracias al Padre celestial por todos sus beneficios y por tantas bendiciones que cada día concede a su Iglesia. De manera particular agradecemos el maravilloso don de la Vida Consagrada, que con su múltiple variedad de carismas embellece y enriquece al Pueblo de Dios.

Es por eso que hoy queremos dar especiales gracias al Señor por haber suscitado en medio de su Pueblo la espiritualidad marianita, centrada en el servicio a los pobres a través de una enorme variedad de obras asistenciales y de evangelización por medio de casas hogares, centros de acogida, guarderías y asilos, así como proyectos de formación humana, espiritual o misionera con presencia en los cinco continentes.

Desde su fundación en Ecuador, un 14 de abril de 1873, de la mano de la Beata Mercedes de Jesús Molina, el Instituto de Hermanas de Santa Mariana de Jesús ha querido permanecer fiel a la visión de su fundadora, esforzándose por continuar en el mundo la acción salvadora de Cristo Jesús. De ella diría el querido Papa San Juan Pablo II en la ceremonia de su beatificación en 1981: “Mercedes Molina, ardiente enamorada del Amor Divino, buscó la sabiduría desde su juventud, vivió consagrada a Dios en medio del mundo, procuró identificarse con Cristo crucificado, a quien había elegido por encima de cualquier otro amor humano (...) Fue madre y educadora de huérfanas, misionera pobre y pacificadora entre los indios (...) A sus hijas legó su mismo espíritu, que condensa la santidad en un amor apostólico hacia los más pobres, despreciados, abandonados".

Aquí, en Miami, las Marianitas han trabajado también con los pobres y despreciados de esta comunidad. Así, han sido coherentes con la visión de la madre fundadora. Por mi parte, recuerdo muy bien a la muy querida – y a veces temida – Sor Ana Luisa. La conocí cuando yo era todavía seminarista – hace casi 50 años. Ella y sus hermanas comenzaron su apostolado en Miami en el Centro de San Juan de Puerto Rico en Wynwood. El Wynwood de aquel entonces no era el Wynwood de hoy. En un barrio de crimen, de drogas, de desesperación, la presencia de las monjas fue como un faro de luz, de amor, y de esperanza para la gente.

Queridas Hermanas, gracias por permanecer fieles a este hermoso legado, y de manera particular, gracias por la labor misionera que realizan en medio de nuestro pueblo, a través de la cual saben mostrar cada día el rostro de bondad y misericordia de nuestro Padre celestial.

Hoy la Palabra de Dios nos recuerda en su primera lectura cómo el pueblo de Israel, una vez más, sucumbe a la tentación de culpar a Dios por las difíciles pruebas que afronta en el desierto durante el arduo camino hacia la tierra prometida. No olvidemos que en toda la Escritura el desierto es sitio de tentación y de prueba, pero también de misericordia y de encuentro con Dios, y ante aquella plaga de serpientes, consecuencia aparente de su infidelidad y falta de fe, el pueblo es perdonado y asistido por la gracia de Dios, no sin antes haber reconocido humildemente su pecado. Una clara muestra de la infinita paciencia divina y de su inagotable misericordia.

Aquella imagen de una serpiente elevada sobre el asta que producía la sanación con sólo mirarla, era sin dudas signo y anuncio de la salvación definitiva que vendría a través del madero de la cruz en el que fue elevado Cristo, nuestro Salvador. En la cruz fuimos sanados y reconciliados con el Padre a través de la muerte y resurrección de su Hijo. Hacía ella miramos con esperanza los cristianos, en medio de las dudas y los desiertos, las pruebas y tentaciones que experimentamos a diario mientras vamos de camino hacia nuestra Patria definitiva.

Mirando al crucificado que pende de la cruz y uniéndose a su sacrificio, el pueblo de la Nueva Alianza recibe el perdón, y la certeza de una vida que no termina con la muerte. Porque como nos ha recordado hoy el mismo Jesús en su Evangelio, El tenía que ser elevado del suelo, y así convertirse para todo el pueblo en signo definitivo de salvación y vida eterna.

Hermanos y hermanas, es este el gran misterio que estamos a punto de celebrar. Contemplemos la cruz salvadora de Jesús y abramos nuestros corazones con fe y confianza en su gracia redentora. Él quiso revelar a los hombres su verdadera identidad y el sentido de su misión. Es la incredulidad de los judíos de su tiempo, como nos muestra el Evangelio proclamado, y en tantas ocasiones la nuestra, el obstáculo que dificulta la realización de ese plan de salvación anunciado desde antiguo.

Que, por la intercesión de la Beata Mercedes de Jesús Molina, y al celebrar el 146 aniversario del Instituto de Hermanas de Santa Mariana de Jesús, el Señor nos colme a todos de paz y bendición, y nos ayude a permanecer siempre fieles a la vocación a la que hemos sido llamados. Así sea.

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