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Columns | Sunday, April 21, 2019

'Regocijémonos y alegrémonos'

Columna del Arzobispo Wenski para la edición de abril 2019 de La Voz Católica

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“Éste es el día que el Señor ha hecho: ¡Regocijémonos y alegrémonos!” (Salmos, 118:24). La desesperación y el oprobio del viernes son reemplazados por la alegría y el brillo de la mañana de Pascua.

La tumba está vacía. Pedro, Juan —y María Magdalena—, fueron los primeros testigos. Encuentran el sudario de Jesús doblado cuidadosamente y a un lado, y ven y creen. Más tarde, su creencia se verá ratificada cuando vean al Señor Resucitado.

La portada de Pascua en la edición de abril 2019 de La Voz Católica y the Florida Catholic es una pintura original de la artista Noris Capin, residente del Sur de la Florida.

Fotógrafo: Noris Capin

La portada de Pascua en la edición de abril 2019 de La Voz Católica y the Florida Catholic es una pintura original de la artista Noris Capin, residente del Sur de la Florida.

Cristo ha resucitado, y su resurrección de entre los muertos arroja una luz decisiva sobre todo lo que la precedió. Ahora, a la luz de la Resurrección, las palabras de Jesús y las palabras de los profetas que le antecedieron se entienden con una nueva claridad; sus milagros —por medio de los cuales curó a los enfermos, dio la vista a los ciegos y hasta resucitó a los muertos—, incluso su audacia para perdonar los pecados, revisten un significado aún mayor. La cruz, considerada antes justamente como un cruel instrumento de tortura y de escarnio, ahora se revela como el Árbol de la Vida: a partir de ahora, entendemos que al abrazar la cruz no se nos priva de la vida, sino que encontramos la vida verdadera. La vida ha sido redimida con todas sus penas, dolores y desilusiones: la vida tiene sentido. Porque la Pascua nos convence no sólo de que Jesús ha resucitado, sino de que nosotros también resucitaremos.

Porque ha resucitado, Jesús no es simplemente un personaje de un distante pasado. No se le recuerda de la misma manera en que se recuerda a los grandes hombres y héroes que vivieron en tiempos remotos. Podríamos hablar de ellos, y de sus hechos. Pero no podemos hablar con ellos o hacernos sus amigos. Jesús, sin embargo, es el mismo ayer, hoy y siempre. Está vivo. Después de haber roto las cadenas de la muerte, camina delante de nosotros como quien está vivo, y nos llama a seguirlo a Él, al Viviente, y a entablar una relación de amistad con Él. De esta manera descubrimos el camino de la vida, una vida que siempre es nueva porque nunca morirá.

Nuestra Fe cristiana nace no tanto de la aceptación de una doctrina, sino del encuentro con una persona: con Cristo, que una vez estuvo muerto, pero ahora vive. El mismo Cristo que se manifestó a las mujeres que llegaron a la tumba; el mismo Cristo que dio su paz a los apóstoles refugiados en el Cenáculo; el mismo Cristo que mostró sus manos y su costado traspasados a Tomás, es el mismo Cristo que se encuentra hoy con nosotros en la Palabra y en el Sacramento.

En el regalo de la Pascua está la exigencia de la Pascua: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba” (Colosenses, 3:1), nos dice San Pablo. Toda la vida de Jesús se moldeó en la obediencia a su Padre y, por lo tanto, “haber resucitado en Cristo” significa, para nosotros, que nunca permitiremos que las cosas de este mundo nos distraigan del verdadero propósito y objetivo de nuestra existencia. Debemos procurar hacer la voluntad de Dios en todas las cosas, incluso en las cosas aparentemente más mundanas. Pero hacer la voluntad de Dios, siguiendo los mandamientos, no nos priva de gozo. Esto es lo que hace posible la verdadera alegría.

Como cristianos que todavía viven en el mundo, experimentaremos todo tipo de pruebas y tribulaciones. Los sufrimientos de Cristo no nos eximen de sufrirnos a nosotros mismos; pero sus sufrimientos, vistos a la luz de su Resurrección, dan sentido y esperanza a los nuestros. Y así, ni siquiera el sufrimiento nos quita la alegría en la promesa futura de nuestra propia Resurrección.

La alegría debe definirnos como cristianos, porque la alegría es una señal de que hemos estado con el Señor. Y este gozo viene de conocer a Dios en su Hijo, Jesucristo. Viene de experimentar Su misericordia y Su gracia, y de tener una participación en Su vida divina. Nuestro testimonio de la Resurrección será mucho más creíble si es alegre: nuestra alegría permite que Dios sonría a través de nosotros y, por lo tanto, ayuda a devolver la esperanza a nuestros hermanos y hermanas.

“Éste es el día que el Señor ha hecho: Regocijémonos y alegrémonos.”

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