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Si se sienten un poco triste sobre el futuro del catolicismo en los Estados Unidos, háganse estas preguntas: ¿Por qué no se han vaciado los seminarios del país en los últimos 16 meses, mientras la Crisis 2.0 continúa afectando a la Iglesia de los EE. UU. y los medios presentan con agresividad al catolicismo de la peor manera posible? ¿Por qué el problema de McCarrick, el informe del gran jurado de Pensilvania, el problema de Bransfield y otras revelaciones de mala dirección episcopal (y peores) no han causado un éxodo masivo de jóvenes de la formación sacerdotal? ¿Se puede nombrar otra profesión, sometida con regularidad al ridículo de los medios y a la caricaturización popular, a la que hombres jóvenes estén solicitando ingreso en un número mayor que hace 20 años?

He estado en seminarios y rodeado de seminaristas durante 54 años. Conocí seminarios y seminaristas durante la Verdaderamente Mala Revisión de los años posteriores al Concilio. Y he observado con admiración cómo los formadores en los seminarios —que, relativamente, no son muy diferentes a los oficiales de menor rango que reformaron al ejército de los Estados Unidos tras la debacle de Vietnam— han tomado por la mano una serie de problemas graves y han colocado una venerable institución, esencial para el futuro católico, sobre bases mucho más sólidas. ¿Queda más por hacer para perfeccionar el reclutamiento de estudiantes para el sacerdocio y reformar los seminarios estadounidenses? Sin lugar a dudas (y a continuación seguirán algunas sugerencias). Pero, de hecho, se ha logrado mucho en los últimos 15 años, y es importante que la gente de la Iglesia lo sepa.

Recientemente, tuve el placer de trabajar con dos seminaristas en la 28va reunión anual del seminario sobre la doctrina social de la Iglesia que tuve el privilegio de dirigir en Cracovia. Al igual que otros futuros sacerdotes que han sido parte del programa durante el último cuarto de siglo, estos hombres eran impresionantes: intelectualmente alertas y comprometidos; profundamente píos sin ser empalagosos y sentimentales; capaces de interactuar (y ofrecer un verdadero testimonio) con compañeros estudiantes en un contexto multinacional de mujeres y hombres católicos; mucho más maduros que los seminaristas de hace cuatro décadas, según recuerdo.

Si ha habido una selección estricta de candidatos para el sacerdocio desde la Crisis 1.0 en 2002, y si esa situación ha continuado a raíz de la Crisis 2.0, entonces lo que quedó y lo que está llegando a través del filtro, es una noticia muy buena.

No soy tan ingenuo o idealista para creer que los seminaristas con los que he trabajado en los últimos años son hombres inmunes a los desafíos personales, y menos a una cultura tóxica que constantemente les dice que su compromiso con el amor célibe es, en el mejor de los casos, un engaño, y en el peor, patológico. Lo que me impresiona de los seminaristas con los que interactúo hoy es que reconocen plenamente esos desafíos y los enfrentan a través de una vida más intensa de oración, solidaridad fraterna y un compromiso más profundo con las verdades de la fe católica.

Otros católicos pueden negar que la Crisis 1.0 y la Crisis 2.0 son, en el fondo, crisis de fidelidad, exacerbadas por la disidencia doctrinal y moral. Estos hombres saben que ese es el caso; ellos viven lo que saben, y quieren pasar sus vidas ayudando a otros a vivir la belleza del amor como lo describió San Pablo en I Corintios 13 y lo modeló Cristo en Efesios 5:1-2.

Entonces, ¿qué necesita más arreglos en los seminarios del siglo XXI? La teología debe enseñarse para que una inmersión en esta disciplina intelectual produzca pastores capaces de invitar a otros a una amistad con el Señor Jesús, y saber lo que significa esa amistad.

Los estudios bíblicos deben centrarse en la teología bíblica mucho más que en la disección textual, para que los futuros homilistas sepan cómo invitar a sus congregantes a “ver” el mundo a través del lente de las Escrituras.

Los profesionales laicos deben incorporarse más a la formación sacerdotal y a la evaluación de los seminaristas, especialmente las mujeres católicas ortodoxas y jubilosas (incluidas esposas y madres) que pueden detectar problemas y ayudar a los hombres jóvenes a abordarlos, y que los formadores más tradicionales pudieran ignorar. Los obispos deben invertir más tiempo personal con sus seminaristas (como deberían invertir más tiempo con sus sacerdotes), invitándoles a una fraternidad de apoyo mutuo y, de ser necesario, a la corrección.

Los seminaristas con los que trabajo saben que, al procurar el sacerdocio de la Iglesia católica bajo las circunstancias culturales y políticas del siglo XXI, están tomando un gran riesgo, incluyendo el del martirio (que llega de muchas maneras). Su feliz acogida y su determinación de prepararse bien para una vida de riesgo es quizás lo más impresionante sobre ellos. Se merecen nuestro agradecimiento, nuestro apoyo y nuestra solidaridad en la oración.

Comments from readers

Gustavo - 11/11/2019 12:55 PM
It’s not about the Quantity George but the Quality. Not surprisingly you did not mention the liturgy. Until the Church goes back to a Catholic liturgy and abolishes the Novus Ordo once and for all. The Divine Chastisement will continue. --Pax Christi
james - 11/11/2019 09:17 AM
Please support our priests!

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