Estas fotograf�as
Monday, May 29, 2017
Father Manny Alvarez
En la pared de la esquina noroeste de mi oficina, hay una fotografía enmarcada de cada clase de octavo grado que he visto graduarse desde que comencé a enseñar en las aulas de escuelas católicas, hace 17 años. Allí están representadas seis escuelas, cientos de niños y muchos recuerdos.
A veces me siento en mi oficina y miro ese collage de retratos, en el que cada uno relata cien cuentos, y rezo por esos chicos. Algunos dejaron de ser niños hace tiempo. Otros tienen sus propios hijos. La mayoría, lamentablemente, ha dejado la seguridad que le ofrecen las puertas de la Madre Iglesia.
Desde que me convertí en párroco, he bromeado con los estudiantes de octavo grado, amenazando no entregarles sus diplomas el día de su graduación para que no se vayan. Es como si repitiera las mismas palabras de Jesús: "Nadie les arrebatará de mi mano" (Jn 10:28).
Pero luego los miro y me doy cuenta de que no son míos. Pertenecen al Señor. Y como he predicado muchas veces durante las homilías de graduación, tenemos que dejarlos ir.
Todo es tan fácil cuando son niños y los tenemos como una audiencia cautiva todos los viernes en la misa, o cuando entro en un salón de clases. Pero, lamentablemente, después de eso se marchan. Y luego esperamos. Esperamos que regresen a casa. Como el padre del hijo pródigo, esperamos quizás verlos regresar un día.
Es verdad que algunos asisten fielmente a la misa todos los domingos, y que han hecho – y continúan haciendo – grandes obras por la Iglesia. Sin embargo, la mayoría de sus compañeros de clase se ha alejado.
Claro, muchos se mantienen en contacto. Muchos han llegado a ser muy exitosos en sus carreras. Y mientras la mayor parte del tiempo contemplo esa pared con orgullo y pienso en lo que han logrado esos niños, hay veces en que me gustaría poder llegar a esas fotos y – como la mano extendida de nuestro Señor en la historia de la viuda de Naín – tocar a los que se han alejado y colocarlos de nuevo en los brazos de la Santa Madre Iglesia.
Esta es nuestra vocación.
Todos conocemos a personas que han dejado la Iglesia por alguna razón. Algunas razones pueden ser legítimas, pero debemos recordarles la compasión y misericordia de Jesucristo. Nuestras manos deben ser las manos de Jesús, que tocó el ataúd en Naín. Debemos tocar el corazón de aquellos que están "muertos en el pecado" y que el mundo ha llevado más allá de la seguridad de las puertas de la Santa Madre Iglesia.
Si eres un padre que se lamenta porque tus hijos no vienen a la misa contigo, tu Salvador te dice: "No llores". La Iglesia, su esposa, ha estado llorando contigo, y espera el día en que todos sus hijos, especialmente los que fueron criados en la seguridad de sus puertas, se levanten y regresen a los brazos de su madre, que llora cada día por los que se han marchado lejos.
En cuanto a todos los niños en esas fotografías, no es tanto que vengan lágrimas a los ojos, sino que brota en mi corazón una oración singular: que las semillas de fe que sus padres, sus maestros y sus sacerdotes plantaron, produzcan grandes frutos y finalmente los llevan de regreso a su Iglesia.
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