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La defensa de lo indefendible a menudo conduce a un tipo de trastorno en personas por lo demás racionales. Ese fue el caso de los defensores de la esclavitud y la segregación racial legalizada, y se ha convertido en el caso de los defensores del aborto.

Durante mucho tiempo he pensado que la contribución más insensible y despiadada al debate nacional sobre el aborto fue escrita por la ideóloga feminista Barbara Ehrenreich, en una columna de 1985 para The New York Times. En la misma, la Sra. Ehrenreich deploró el “daño ... duradero” causado por el movimiento pro-vida al “lograr que incluso las personas a favor del derecho a decidir consideraran el aborto como un ‘dilema moral’, una ‘decisión angustiosa’ y frases relacionadas con algo turbio y comprometedor ... Los remordimientos también están de moda, y una autora, por lo demás feminista, escribió recientemente sobre cómo cada año después de su aborto, lloraba el cumpleaños putativo de su feto descartado. No puedo hablar por otras mujeres, por supuesto, pero lo único que lamento de mis propios abortos es que gasté el dinero que de otra manera se hubiera invertido en algo más placentero, como llevar a los niños a ver películas y a parques temáticos”.  

La Sra. Ehrenreich pertenece a una clase, por así decirlo, propia. Pero ahora llega Ruth Marcus, columnista de opinión y directora adjunta de la página editorial de The Washington Post, quien admitió en una columna del 9 de marzo que “el nuevo bebé Gerber con síndrome de Down es adorable”, y luego anunció que “puedo decir sin vacilación” que, si las pruebas prenatales le hubieran demostrado que tendría un hijo con síndrome de Down, “hubiera abortado esos embarazos... lamentado la pérdida, y seguido adelante”. La Sra. Marcus alabó a “las familias que, a sabiendas, acogen a un bebé con síndrome de Down en sus vidas”, pero confesó con sinceridad que un bebé así “no era el niño que yo deseaba ... Pueden llamarme egoísta o peor, pero estoy en buena compañía. La evidencia es clara de que la mayoría de las mujeres confrontadas con la misma triste alternativa, tomaría la misma decisión” de abortar al niño con síndrome de Down.

“No era el niño que yo deseaba”. Allí, en una sola frase, está la negligencia moral en el centro del síndrome de trastorno por Roe vs. Wade: si un embarazo es una inconveniencia para la carrera, o parece poco probable que el niño por nacer satisfaga todas las expectativas, se toma la decisión – “trágica”, como admite la Sra. Marcus, o “no es gran cosa”, según la escala de valores de Ehrenreich – de destruir la vida indiscutiblemente humana que uno ha procreado. Lebensunwertes leben, “vida indigna de ser vivida”, como la llamaron los defensores de la eugenesia y los eruditos legales alemanes en la década de 1920. Y todos sabemos, o deberíamos saber, hasta dónde condujo esa lógica letal cuando la definición de “indigno” se extendió más allá de los discapacitados mentales para incluir a ciertos grupos étnicos de los que se pensaba que no eran el tipo de personas que otros querían como vecinos y conciudadanos.  

La negativa a reconocer esa lógica letal es otra faceta del síndrome de trastorno por Roe vs. Wade. No se puede negar que el objetivo de un aborto es un ser humano; la genética elemental nos lo enseña. Lo que está en juego – lo que siempre ha estado en discusión – es lo que se le debe a ese ser humano, moral y legalmente. Y si prevalece la lógica letal de Lebensunwertesleben, ¿dónde se detendrán quienes proponen una licencia de aborto sin restricciones, cuando se trata de eliminar el inconveniente? ¿Acaso los catorce senadores de los EE. UU. que se identifican como católicos, y que recientemente votaron contra una prohibición del aborto tardío, se mantienen firmes contra la eutanasia? ¿Defenderán los derechos de conciencia de los profesionales médicos católicos que se niegan a participar en esos eufemismos conocidos como “interrupción del embarazo” o “muerte con dignidad”? No alberguen las esperanzas.

Esto nos lleva a la reciente primaria demócrata en el tercer distrito electoral de Illinois. Allí, el heroico Dan Lipinski, incondicional defensor de la vida, sobrevivió al desafío cruel de otra víctima del síndrome de trastorno por Roe vs. Wade, Maria Newman, quien obtuvo gran apoyo económico de Planned Parenthood, NARAL Pro-Choice America, y Emily’s List. Unas semanas antes de la primaria, la Sra. Newman dijo a sus seguidores en un mitin: “Sé lo que hay en su corazón, y se llama odio. Este tipo es peligroso. Sus creencias son peligrosas”.

Eso es lo que el síndrome de trastorno por Roe vs. Wade le ha hecho a nuestra política: ha hecho posible decir que lo que hay en el corazón de un caballero de modales afables como Dan Lipinski es “odio”, y que le crean. La defensa de lo indefendible conduce a la ira, y la ira se convierte en una forma de locura.  

 

Comments from readers

Joan Crown, Respect Life Director - 05/11/2018 10:43 AM
I recently had the privilege of being in the presence of the Marian Center Down Syndrome Bell Choir and their wonderful teacher and the Sisters who work with them. My heart was touched by their innocence and smiling faces as they so proudly shared such angelic music through the bells. As I hugged each one as they left the stage I prayed that maybe someday we will all recognize Jesus in each human being that He has willed into existence. Sometimes the most unlikely teach us the most powerful lessons of love.
Sharon Conklin - 05/08/2018 10:51 AM
As usual George Weigel nails it!
Pat Solenski - 05/07/2018 03:40 PM
Thank you for such a poignant article. It gives rise to the issue so central to everyone - God's gift of life!
Robert S Paris - 05/07/2018 01:50 PM
Dear Sir, To Whom it May concern Neither the Times nor the Post can be considered the artiber of moral authority. Far from it. This past week, at my local CVS, the pharmacist pulled me aside on a quiet Tuesday and advised me that 8 years ago she had a moral dilemma. Every physician urged her to abort her "mini premee", concerned that the fetus could incur irreparable harm. While the physicians concern may have been well placed, the mother felt that this decision was best left to God and prayed for clarify. Today, the 8 year old (and her little sister) are thriving young girls. Only genuine leadership can soften the hearts of those who feel compelled to judge others. The people cannot agree on many issues, no less abortion, perhaps the most volatile of issues. Yet respecting the opinion of others, regardless of how distasteful or slanderous they may seem, can only be addressed by leadership, both political and otherwise, addressing tolerance and praying for Gods direction and mercy. In His Holy Name, Robert S Paris

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