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Nota editorial: Según emergen los católicos del sur de Florida de un ayuno de 10 semanas de la misa y la eucaristía inducido por el coronavirus, he aquí una oportuna reflexión sobre por qué las anhelamos, y quizás un recordatorio para nunca más darlas por sentadas.

Durante semanas me hice ilusiones con las vacaciones familiares en un rancho para turistas en el centro de Florida.

Las actividades incluirían alpinismo, paseos en hidrodeslizadores, y un rodeo. Había algo para todos. Mis sueños crearon una utopía en la que habría muchas actividades divertidas para mi hijo, que entonces tenía 6 años, y mi hija que tenía 5, y mi esposa y yo podríamos pasar tiempo de calidad juntos. Imaginé un lugar donde todos mis deseos serían satisfechos.

El lugar estuvo más allá de las expectativas. Nuestros hijos se divirtieron mucho. Mi esposa y yo pudimos descansar en el sofá y disfrutar de un maratón de "Gator Boys" en Animal Planet. Fue impecable. No sólo se cumplieron todas las expectativas, sino que se superaron, excepto una. En mi corazón quedaba un vacío.

Mi esposa resumió esa sensación al ver a nuestros dos niños dormidos. Luego me miró y dijo con un suspiro: "Están creciendo tanto".

Lo que mi esposa lamentaba no era el tamaño, sino el paso del tiempo.

Con un simple suspiro expresaba que ya no teníamos dos bebés, que su inocencia se desvanecía lentamente. La mirada silenciosa de mi esposa hablaba de las dificultades y pruebas que encontrarían, y de las que no podríamos protegerlos. Y, a medida que el tiempo avanzaba implacablemente, nosotros también envejecíamos. Nuestras conversaciones ahora incluyen mamografías, niveles de colesterol y pruebas de estrés. ¿Seremos capaces de seguirles el paso cuando sean adolescentes? ¿Querrán que lo hagamos? Las palabras de mi esposa nos recordaron sutilmente que nuestros propios padres también están envejeciendo. La demencia, el Parkinson, la diabetes y una serie de otras enfermedades devastan sus mentes y cuerpos. ¿Cuánto tiempo nos queda con ellos?

El paso del tiempo es lo que le roba la plena satisfacción no sólo a estas vacaciones, sino a cada momento de la vida. Oh, pero la misa.

En la vida, nada ha sido capaz de brindar satisfacción completa.

Cuando era niño, soñaba con la mañana de Navidad. Pero después de abrir todos los regalos, pensaba: "¿Esto es todo?" Y el anhelo regresaba.

¿Cuántos de nosotros hacemos un viaje con expectativas de felicidad completa, y regresamos insatisfechos? O el trabajo perfecto que reveló que no podía llenar el vacío.

Ninguna de mis metas personales y logros profesionales, sin excepción, han podido darme la felicidad total que anhelaba. Culpo al paso del tiempo por esto. Oh, pero la misa.

Este anhelo de algo inmune al tiempo no es un concepto nuestro. El Libro del Génesis nos dice que fuimos creados en amistad con Dios y en armonía con toda la creación. El Catecismo llama a esto santidad original. Como partícipes de la santidad original, también teníamos participación en la vida divina, éramos inmortales. "Mientras permaneciese en la intimidad divina, el hombre no debía ni morir ni sufrir". — Catecismo de la Iglesia Católica #376

Sin embargo, a través de un acto de desobediencia al comer, se produjo una ruptura. A nuestros primeros padres se les dijo "no toquen, no coman". Pero lo hicimos, y perdimos nuestra intimidad divina, y con ella, nuestra inmortalidad. Fuimos expulsados del Jardín y se introdujo la Muerte. El "tic-tac" del tiempo se puso en marcha.

Desde entonces, hemos anhelado la intimidad divina y la eternidad. Sin embargo, hemos estado buscando la "satisfacción eterna" en un mundo que no puede proporcionarla. Ni las personas, ni las cosas, ni las vacaciones, ni los regalos pueden satisfacer ese anhelo. Hemos buscado lo temporal para llenar un vacío eterno. Oh, pero la misa.

Un sacerdote me dijo una vez que la primera cosa que hace antes de ponerse las vestiduras para la misa es quitarse el reloj. Deja el mundo temporal y entra en un mundo sacramental sin tiempo.

En la misa, el sacrificio de Cristo, que tuvo lugar hace unos 2,000 años, no está sujeto a las limitaciones del tiempo. El Calvario se hace presente en forma sacramental y hoy sus gracias se ponen a nuestra disposición.

En la misa celebramos al Señor Resucitado que está libre de las restricciones del tiempo: "En su cuerpo resucitado, pasa del estado de muerte a otra vida más allá del tiempo y del espacio". — Catecismo de la Iglesia Católica #646

El antídoto a la desobediencia de la orden de Dios de "no tocar, no comer" lo hace nuestro Salvador a través del celebrante en la misa cuando dice: "Tomen y coman todos de él".

Y cuando lo hacemos, somos herederos de su promesa eterna: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo". — Juan 6:51

Además, en la misa celebramos junto a los miembros de la familia que nos han precedido; el "tic-tac" del tiempo se ha silenciado: "En la Liturgia terrena preguntamos y tomamos parte en aquella Liturgia celestial, que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos..." — Constitución sobre la Sagrada Liturgia (#8)

El destierro del tiempo de la misa inspiró a un doctor de la Iglesia del siglo IV a escribir: "Mis amados hermanos, no es una fiesta temporal a la que venimos, sino una fiesta eterna y celestial." — San Atanasio, Carta Festal 4.3

No es de extrañar que muchos de nuestros hermanos y hermanas medievales creyeran que no envejecerían y no podían morir durante la misa.

La misa es cuando me siento más conectado a mi familia, cuando me siento más realizado como esposo y padre, y cuando me siento más consciente de la presencia de Dios y la alegría que Él da.

La misa es una corrección del curso, una revaloración. Es mi recordatorio semanal de que somos para siempre personas que deben centrarse en las cosas que no terminarán al final del tiempo, sino que perdurarán en la eternidad.

La misa es un anticipo del cielo donde el tiempo no existe, sólo el ahora eterno. Todas las verdaderas alegrías de este mundo son sólo un recordatorio del siguiente. Hemos sido conectados a la eternidad por Dios. Nos creó para vivir con Él para siempre. Sólo en la misa se llena mi vacío eterno.

"Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti". — San Agustín de Hipona

"Si encuentro en mí un deseo que nada en este mundo puede satisfacer, la explicación más probable es que fui hecho para otro mundo. Si ninguno de mis placeres terrenales lo satisface, eso no prueba que el universo sea un fraude. Probablemente los placeres terrenales jamás estuvieron destinados a satisfacerlo, sino tan sólo a excitarlo, a sugerir la cosa real. Si es así, debo tener cuidado, por una parte, de nunca despreciar o ser desagradecido ante estas bendiciones terrenales; y, por la otra, nunca confundirlas con esa otra cosa de la cual son sólo una especie de copia, de eco, de espejismo. Debo mantener vivo en mí el deseo por mi verdadera patria, que no encontraré sino hasta después de la muerte..." — C.S. Lewis, Mero Cristianismo

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