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El primer testimonio escrito de la celebración de la Eucaristía nos lo da San Pablo en su carta a los cristianos de Corinto. Una comunidad que es una novedad y un desafío social en aquel mundo donde no era habitual, ni bien visto, reunir a personas de distinto nivel social. En Corinto había cristianos procedentes del judaísmo y de la gentilidad, ricos y pobres, amos y esclavos, hombres y mujeres construyendo una novedosa y provocadora asamblea de creyentes. En aquel aprendizaje el apóstol detecta que la Cena del Señor puede convertirse en una celebración muy alejada de los criterios de Cristo.

En esta carta, escrita hacia el año 55, el apóstol pone el acento en lo fundamental, que es la comunidad misma, presencia real del Resucitado, y les pide no perder de vista a los más pobres, en este caso los obreros portuarios que no pueden llegar a la Cena del Señor hasta haber terminado su trabajo, porque eran esclavos. Les recuerda que el pan eucarístico es el cuerpo entregado del Señor y el cáliz ofrece su sangre derramada. Participar de la sagrada Cena del Señor implica dejarse saturar de la entrega de Cristo, alimentarse de ella, vivir, pensar y actuar a la manera de Aquel que ha convocado al gran banquete de la Fe.

El autor del Libro de los Hechos habla de la “Fracción del Pan”, un gesto que no olvidaron jamás los discípulos de Emaús y que se convirtió, a partir del siglo IV, en el momento más largo de la celebración, cuando, junto al obispo, todos los presbíteros y diáconos participantes acudían al altar, para partir en pequeños trozos el pan eucarístico. San Ignacio de Antioquía acuñará un nuevo término: “Eucaristía”, es decir la acción de gracias por excelencia.

En el mundo judío los primeros cristianos siguieron acudiendo al templo, y participaron del culto en las sinagogas, hasta que se les prohibió el acceso a las mismas; poco a poco fueron construyendo sus propios centros de reunión y continuaron leyendo los textos del Antiguo Testamento, ya que todos de una u otra manera les hablaban proféticamente de Jesús. Por eso no excluyeron la lectura de la Ley, especialmente del Deuteronomio, el libro preferido de la primitiva comunidad. Además, a la lectura de los profetas y el canto de los salmos, las Odas de Salomón y algunos himnos, que luego se recogieron en el libro del Apocalipsis, poco a poco se añadieron los relatos de la Pasión, de los milagros del Señor, de sus enseñanzas, lo que finalmente llevó a la redacción de los evangelios.

La cena que inaugura el sábado dio paso a otra a las primeras horas del domingo, donde se congregaba no a la familia, sino a la comunidad. Los evangelios recogieron distintas tradiciones, aunque en todas permanecía el mismo esquema heredado de Jesús. Al parecer, al principio prevaleció el uso judío de colocar la comida fraterna entre la fracción del pan y la bendición del cáliz; más tarde, y tal vez por una comprensión más profunda del misterio eucarístico, se unieron ambos gestos, la fracción del pan y la bendición de la copa, lo que permitió unir la comunión con el Cuerpo de Cristo con la de su Sagrada Sangre. Con el tiempo y el crecimiento y expansión de la iglesia en el mundo grecorromano, la Cena del Señor se separó de la cena de la hermandad; el ágape precederá a la sagrada cena, para dar mayor relieve a la Eucaristía.

El crecimiento de la Iglesia lejos de las tradiciones judías, ahora con nuevas comunidades procedentes del paganismo, condujo a la unión de la lectura de la Palabra con la Plegaria Eucarística, ya que las comunidades grecorromanas prefirieron leer la Palabra, no en una asamblea separada, sino vinculada a la celebración de la Cena del Señor —unas comunidades de fuerte estilo carismático que el apóstol Pablo intentará reglamentar. San Pablo pedirá que no falte el signo de la caridad cristiana y que cada uno aporte lo que haya podido ahorrar para auxiliar a los hermanos en mayor necesidad.

El libro de los Hechos conserva el recuerdo de una eucaristía celebrada en Troade, un domingo por la noche, en una sala alta, iluminada por muchas velas, donde el mismo Pablo pronunció un larguísimo discurso y donde el apóstol resucitó a un joven que cayó desde una ventana —dormido por el cansancio o por lo largo del sermón.

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