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En numerosas ocasiones durante las últimas semanas me han pedido que hable sobre la soledad en los ancianos. Incluso me citaron en un reciente artículo de la periodista católica Mary Rezac, titulado “Our Elders Are Lonely - Do We Care?” (Nuestros Ancianos Están Solos. ¿Nos Importa?) Mientras esperamos la Navidad, ojalá que todos podamos responder: "¡Por supuesto que sí!"

La soledad en los ancianos puede no ser tan clara como parece. Mientras un estudio reciente reportó que casi la mitad de las personas mayores de 60 años dijeron que se sienten solas "con regularidad", otro afirma que sólo el seis por ciento de las personas mayores estadounidenses indicó que "a menudo" se siente así. Dejando a un lado las estadísticas contradictorias, aproximadamente un tercio de los mayores de 65 años y la mitad de los mayores de 85 años en nuestro país viven solos.

Los sociólogos ven esta tendencia como un indicio del progreso social. Según ellos, una mejor atención de la salud, el aumento de los recursos económicos, y la jubilación como una etapa relativamente larga de la vida, han creado más opciones para los adultos mayores y les han permitido vivir independientemente de sus hijos adultos. Esta situación, a menudo llamada "intimidad a distancia", respeta las opciones de vida y la autonomía tanto de las personas mayores como de sus hijos adultos, lo que fomenta vínculos emocionales positivos y solidarios para todos.

En su libro “Being Mortal” (Ser Mortal), el cirujano y escritor Atul Gawande escribió que "los límites de poder entre las generaciones han sido renegociados. ... Los ancianos comparten el estatus y el control, no lo perdieron. La modernización no degradó a los ancianos; degradó a la familia. Le dio a la gente – jóvenes y ancianos – un estilo de vida con más libertad y control, incluyendo la libertad de ser menos dependiente de otras generaciones. La veneración a los ancianos puede haber desaparecido, pero no porque haya sido reemplazada por la veneración a la juventud. Ha sido sustituida por la veneración a la independencia propia".

El problema es que nuestra exultación de la autonomía personal sobre la familia y la comunidad no reconoce que tarde o temprano cada uno de nosotros necesitará la ayuda de otros para sobrevivir y disfrutar de una vida significativa. Esto nos trae a la Navidad. ¿Qué es la Navidad sin familia y comunidad? Y sin embargo esta temporada también puede ser un tiempo de estrés para quienes están alejados de sus seres queridos, aquellos que no pueden cumplir los deseos de sus hijos, aquellos cuyas alegrías de los días festivos son sólo un recuerdo lejano, y aquellos que se encuentran solos en este mundo.

La Navidad es el momento perfecto para comenzar a promover (en lugar de degradar) la familia y practicar lo que nuestro Santo Padre pidió en su carta apostólica Misericordia et Miseria para el cierre del Año de la Misericordia. Mientras nos reunimos en nuestras familias, los entornos sociales y las comunidades de fe – hasta en las fiestas del trabajo – miremos alrededor para ver quién está al margen, quién corre el riesgo de ser excluido de las dichas de esta temporada. Inspirados por la misericordia, ofrezcamos una palabra de consuelo y comencemos a restaurar el gozo y la dignidad de quienes se sienten excluidos. La misericordia de Dios, sugirió el Papa Francisco, se expresa en la cercanía, el afecto y el apoyo que ofrecemos a nuestros hermanos y hermanas, y en la fortaleza de la familia. "Enjugar las lágrimas es una acción concreta que rompe el círculo de la soledad en el que con frecuencia terminamos encerrados", escribió.

La misericordia nos lleva a ver a cada persona como única. "No podemos olvidar que cada uno lleva consigo el peso de la propia historia que lo distingue de cualquier otra persona", escribió el Papa Francisco. "Nuestra vida, con sus alegrías y dolores, es algo único e irrepetible, que se desenvuelve bajo la mirada misericordiosa de Dios".

Si usted es joven, puede compartir la misericordia de Dios esta Navidad al escuchar con paciencia las historias de tus abuelos o dándoles una mano de una manera que exprese: "Tú eres importante para mí".

Si usted es un abuelo, fíjese en cuál de sus hijos o nietos está esperando su afirmación o sus palabras de sabiduría.

Incluso si usted está enfermo o tiene necesidades, y siente que no tiene nada que dar, todavía puede ofrecer su sonrisa, su agradecimiento o una palabra de bondad a aquellos que le ayudan.

Nuestro Santo Padre nos recuerda que Dios nunca se cansa de acogernos y acompañarnos, a pesar de nuestros pecados y debilidades. ¡Que nuestra presencia amorosa sea el regalo que demos a otros esta Navidad!

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