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Algunos momentos de la historia son tan singulares que incluso muchos años después de que ocurrieran recordamos exactamente dónde estábamos cuando oímos la noticia de que habían sucedido. El 8 de mayo de 2025 seguirá siendo uno de esos días para muchos de nosotros.

Dentro de unos años recordaremos exactamente dónde estábamos cuando oímos el nombre del primer Papa nacido en Estados Unidos y le vimos salir a la logia central de la Basílica de San Pedro.

Yo estaba en una reunión de directores de vocaciones cuando el humo blanco apareció sobre la plaza San Pedro.

Mientras almorzábamos y esperábamos la gran revelación, conversábamos sobre quién podría ser el nuevo Papa. “Sea quien sea, sabemos que no será estadounidense”, coincidimos todos.

Pero solo unos minutos más tarde, las cortinas rojas se abrieron y tres figuras aparecieron en la logia. “¡Habemus papam!”, anunció el cardenal vestido de rojo. Y entonces lo oímos: Dominum... Robertum... Franciscum... Cardinalem... ¡Prevost!

¿Podría ser verdad? Sí.

Los cardenales acababan de elegir a un estadounidense. Me alegré de unirme a los demás en la celebración de nuestro nuevo Papa, pero lo que realmente quería hacer era irme a un lugar tranquilo para reflexionar sobre lo que esto significaba.

Cuanto más lo pensaba, más sentía que la elección del cardenal Prevost por el Espíritu Santo tenía un profundo significado para los católicos de nuestro país, especialmente para los jóvenes.

Creo que los católicos de Estados Unidos deberíamos ver en la elección del Papa León una invitación a apoderarnos de nuestra fe, a ir más allá de nuestras zonas de confort, a alcanzar las alturas de la santidad y a esforzarnos por tener el mismo celo misionero que le ha animado a él.

El Papa León es uno de nosotros, pero es mucho más que eso.

En su servicio como misionero agustino, el P. Robert Prevost sacrificó las comodidades, la proximidad a la familia y la seguridad personal para servir en el Perú durante una época especialmente peligrosa de su historia.

Montó a caballo para llegar a su pueblo en zonas remotas. En tiempos difíciles, cruzó las aguas de las inundaciones para atender sus necesidades espirituales y materiales.

Quienes lo conocieron bien lo recuerdan como un hombre que llevaba paz y tranquilidad allá donde iba. Según el biógrafo Matthew Bunson de EWTN, sus compañeros obispos en el Perú lo llamaban el “Santo del Norte”.

En su libro, Portrait of the First American Pope, Leo XIV (Retrato del primer Papa americano, León XIV), Bunson ofrece un útil análisis de los antecedentes del Papa León y de su propia identidad.

Bunson escribe: "Como podemos deducir de sus propios comentarios, León XIV se considera más ligado a Perú que a Estados Unidos. Es en Sudamérica donde dedicó sus esfuerzos pastorales más intensos y donde ha vivido casi la mitad de su vida como sacerdote de Jesucristo. A fin de cuentas, que llamemos a León el ‘primer Papa americano’ no importa mucho. Lo que importa es que su primera identidad está en Cristo y en su Iglesia".

Después del cónclave, el cardenal de Washington Robert McElroy comentó que “el impacto de que fuera estadounidense fue casi insignificante en las deliberaciones del cónclave, y sorprendentemente así fue”.

El Cardenal Daniel DiNardo añadió: “Es realmente un ciudadano del mundo entero ya que pasó gran parte de su vida, ministerio, trabajo misionero y celo por Cristo en Sudamérica”.

Como católicos estadounidenses no deberíamos sentirnos menospreciados porque el Papa León no mencionara sus raíces americanas ni hablara inglés durante su primera aparición ante el mundo o porque mencionara a su rebaño en Chiclayo, pero no a sus seres queridos en Chicago.

Inspirados por el Papa León, deberíamos sentirnos estimulados a pensar más allá de nuestros propios horizontes.

Matthew Bunson cita al Obispo Dan Turley, agustino nacido en Estados Unidos y obispo emérito en Perú, quien afirmó que la Iglesia es, por su propia esencia, misionera, y sin esta dimensión dejaría de ser la Iglesia de Cristo.

Bunson concluye diciendo: “Pensando en estos términos, entonces, la pérdida de la Cristiandad y la pérdida de la fe en el rico Occidente son, aunque trágicas, también una oportunidad y una invitación - para recordar y recuperar lo que la Iglesia está destinada a ser”.

Que el Papa León XIV nos inspire a todos a recuperar lo que la Iglesia debe ser, abrazar su dimensión misionera y a la persona de Jesucristo en cualquier medio en el que vivamos.

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