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“Voy a ser una hermanaaa!”, exclamó con alegría Rose, de 5 años de edad. Eran las dos de la madrugada en una fría mañana de Navidad hace unos pocos inviernos, en nuestra casa anterior en un suburbio de Filadelfia.

Meses antes, mi esposa y yo habíamos conocido a Jim, Sarah, y su hija Rose, una joven familia en la escuela de nuestros hijos. Rose era una niña feliz de 5 años con ojos brillantes y energía ilimitada. Sarah estaba embarazada con su segundo hijo.

Durante las semanas que siguieron, mi esposa Mary Kate y yo organizamos una “Visitación” a la joven pareja. Durante esos eventos, las familias se reúnen, rezan un rosario por los padres y dan regalos para los bebés. Siguiendo el ejemplo de la visita de María a Isabel, las familias ofrecen amor y apoyo a la futura pareja, y piden la bendición de Dios sobre ellos y su bebé.

Por ser relativamente nuevos en su comunidad católica, Jim y Sarah compartieron que pensaban llevar a su vivaz hija al hospital cuando llegara el momento del parto. Como padres veteranos de cuatro hijas, sentimos que debíamos ayudar. “No importa qué día u hora, cuando llegue el momento, traigan a Rose a nuestra casa”, les dijimos. “Vamos a cuidarla bien”. Sabíamos que nuestras hijas también ofrecerían su ayuda.

Las semanas pasaron sin noticias. En la víspera de la Navidad asistimos a nuestra habitual cena navideña de Nochebuena. Tuvimos una extensa cena con la familia, cánticos navideños y celebración, y regresamos a casa tarde esa noche. Tras dejar a las niñas en su cama, Mary Kate y yo sacamos los regalos y caímos en la nuestra, esperando una noche de descanso antes del gran día.

Justo cuando estábamos comenzando a dormir, sonó el teléfono. Era Jim. “¡Sarah está de parto! ¿Podemos dejarles a Rose?” A pesar del poco tiempo para prepararnos, llegaron pronto a la entrada de nuestra casa.

La alegría inicial de Rose por la llegada de su hermano comenzó a cambiar cuando vio que sus padres se iban al hospital. Pronto llegaron las lágrimas, mientras exclamaba que era Navidad y que no estaba en su hogar con sus padres. Mary Kate la acostó, apagó las luces y le contaba historia tras historia, pero Rose no se tranquilizaba. Finalmente, mi esposa notó una estrella brillante fuera de la ventana del dormitorio. “Esa es la estrella de Belén”, le dijo. Los ojos de Rose se iluminaron. Mientras Mary Kate contaba la historia de la Navidad, la pequeña se fue quedando dormida.

“¡Es la Navidaaaad!”, exclamó Rose. Al mirar el reloj despertador, vimos que eran las seis de la mañana. Mientras despertábamos cansados a nuestras hijas con la noticia, sonó el teléfono. Era Jim. “Hemos tenido un hijo y le llamaremos Joseph”, informó con orgullo. La pequeña Rose no pudo contener su alegría al darse cuenta de que tuvo un nuevo hermano el día de Navidad. Después del desayuno y los regalos (teníamos algunos adicionales), Jim llegó para llevar a Rose a que conociera a su nuevo hermanito y a celebrar su Navidad como familia.

Un mes más tarde, Mary Kate y yo fuimos bendecidos al ser elegidos como padrinos de Joseph.

Ahora que vivimos en Miami, esa Navidad continúa siendo una de las más memorables para nosotros. A través de los ojos de una niña y el brillo de una estrella, se nos recordó aquel evento glorioso de hace dos mil años: “Porque nos ha nacido un Niño, Dios nos ha dado un Hijo”.

Comments from readers

james - 12/26/2018 03:38 PM
God Bless
JOSE IGNACIO JIMENEZ - 12/26/2018 12:54 PM
Thank you for sharing your Christmas story. You and your family made room in your "inn" for a family bringing life into the world, and as a result God brought you into a family. Christmas miracles happen when we allow God into our lives.

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