El Papa León XIV y la fe encarnada que necesitamos
Monday, November 17, 2025
*Fr. Richard Vigoa
Cuando el Papa León XIV publicó recientemente en X, su mensaje tuvo un impacto mucho más profundo que un simple comentario sobre las redes sociales. Escribió: “En los últimos años, muchos jóvenes se han acercado a la fe a través de las redes sociales, programas exitosos y testimonios cristianos populares en línea. El peligro es que una fe descubierta en internet se limite a experiencias individuales, que pueden ser intelectualmente y emocionalmente reconfortantes, pero nunca ‘encarnadas’. Tales experiencias permanecen ‘desencarnadas’, separadas del ‘cuerpo eclesial’”.
Hay algo profundamente profético en esas palabras. En un momento en el que tantos están descubriendo la fe a través de las plataformas digitales, el Papa no descarta esos encuentros, sino que nos recuerda que la fe no puede vivir como una abstracción. El cristianismo no es una idea, es una encarnación. Conocer a Cristo es conocerlo en la carne, en la comunidad de creyentes, en la Eucaristía y en los rostros de quienes caminan a nuestro lado. La advertencia del Santo Padre no se refiere a la tecnología en sí misma, sino al peligro del aislamiento disfrazado de conexión. La fe no se puede descargar, hay que vivirla, respirarla y compartirla.
Vivimos en un momento en el que innumerables personas conocen a Jesús por primera vez a través de un testimonio en YouTube o una reflexión en Instagram. Para algunos, es un pódcast lo que les abre el corazón, para otros, es una serie como The Chosen (Los elegidos) lo que les conmueve profundamente. Conozco personalmente a alguien que me dijo que después de ver The Chosen, sintió que algo cambiaba en su interior y me dijo: “No sé qué pasó, pero de repente quise tomar mi fe en serio”. Ese es el poder de la narración y el alcance de la gracia: Dios puede entrar por cualquier puerta, incluso por una digital. Estas experiencias son importantes. Despiertan la curiosidad, reavivan la esperanza y siembran semillas de conversión en corazones que, de otro modo, podrían permanecer intactos. Pero si esos encuentros nunca echan raíces en una parroquia, si nunca conducen a los sacramentos, a un banco de iglesia, a la confesión o a la oración compartida en comunidad, entonces falta algo esencial. Como nos recuerda el Papa León, una “fe incorpórea” corre el riesgo de permanecer solo en el plano emocional o inspirador, sin madurar nunca plenamente en el discipulado.
La Iglesia siempre ha entendido la fe como algo comunitario. Desde el principio, los discípulos fueron enviados de dos en dos. Los Hechos de los Apóstoles no cuentan una historia de creyentes solitarios, sino de una comunidad viva, que partía el pan, rezaba, perdonaba y crecía como un solo cuerpo. El cristianismo nunca tuvo la intención de ser “Jesús y yo”, sino que siempre ha sido “Jesús y nosotros”. Sin embargo, nuestros hábitos digitales a menudo nos llevan en la dirección opuesta. Nos desplazamos solos. Comentamos solos. Incluso rezamos solos ante una pantalla, confundiendo el consumo de contenidos con la comunión.
La frase del Papa León “separados del cuerpo eclesial” debería hacernos reflexionar. La Iglesia no es una red virtual de seguidores, sino un cuerpo, el Cuerpo de Cristo. Y los cuerpos necesitan presencia. Necesitan voz, tacto, gestos y el ritmo compartido de la vida humana. Cuando la fe se convierte en una experiencia exclusivamente online, pierde lo que la hace cristiana: su sacramentalidad, su arraigo en la carne. La nuestra es la fe de la Encarnación, la prueba de que Dios obra a través de lo tangible, lo visible y lo humano.
Para aquellos de nosotros llamados a pastorear almas, este mensaje tiene un peso pastoral real. ¿Cómo podemos utilizar las plataformas digitales sin que sustituyan a la comunidad real? ¿Cómo podemos llegar a la generación que vive en línea y al mismo tiempo llamarla a volver al altar, al confesionario, al salón parroquial? La clave creo, es mantener clara la jerarquía del encuentro: los espacios digitales pueden presentar a alguien a Cristo, pero solo los espacios físicos pueden sostener esa relación. El contenido en línea puede despertar la fe, pero no puede sustituir a los sacramentos. La Misa retransmitida en directo es una bendición, pero no sustituye a la Eucaristía recibida en comunión con el cuerpo de creyentes. Una homilía en un podcast puede inspirar, pero no puede absolver.
Como pastor, lucho con esto a diario. Me pregunto constantemente cómo podemos llegar a nuestra gente, cómo podemos nutrir su fe y cómo podemos ayudarles a encontrar a Cristo en medio del ruido de la vida moderna. Como muchos sacerdotes, he tratado de pensar de forma creativa, de utilizar las redes sociales con prudencia, de hacer que el Evangelio sea accesible a aquellos que quizá nunca pisen una iglesia. Y, sin embargo, lo que el Santo Padre nos recuerda con tanta sabiduría es que, aunque la creatividad es valiosa, la esencia de nuestra misión nunca cambia. Su mensaje no es una crítica a la innovación, sino un llamado a permanecer arraigados. Podemos y debemos utilizar todas las herramientas a nuestro alcance, pero esas herramientas deben conducir siempre a las personas a su hogar: al altar, a la parroquia, al Cuerpo vivo de Cristo donde la fe se hace carne.
Nuestra tarea como pastores y líderes laicos no es rechazar el mundo digital, sino santificarlo, convertirlo en un umbral, no en un destino. El objetivo es invitar a las personas a abandonar el resplandor de sus pantallas y volver al calor de la comunión humana. El siguiente paso después de ver una charla en línea debería ser unirse a un estudio bíblico, ofrecerse como voluntario en un proyecto de servicio o sentarse a la mesa en una cena parroquial. La fe no florece en el aislamiento, sino en la pertenencia. Y la pertenencia siempre conduce a la misión. Nuestra fe nunca tuvo la intención de ser estática o privada; está destinada a ser compartida, a ser vivida en relación con los demás. Cada encuentro auténtico con Cristo nos envía hacia afuera, hacia el otro, hacia los heridos, hacia el mundo que necesita la gracia. Un cristiano que vive la fe solo corre el riesgo de perder el corazón del discipulado. La conexión puede darse a través de píxeles, pero la comunión se da a través de la presencia.
El mensaje del Papa León es tanto una advertencia como una invitación: una advertencia contra la creencia incorpórea y una invitación a redescubrir la fe que vive en el Cuerpo, la Iglesia. Y quizás esa sea el llamado más urgente para nosotros hoy: recordar que la fe que profesamos no está destinada a vivir en una cronología, sino en la mesa del Señor, donde se transforman los corazones, no los algoritmos.
Esa breve publicación del Papa en X me impactó como un rayo. Fue uno de esos raros momentos en los que una sola frase puede reorientar todo un ministerio. Me recordó, y espero que nos recuerde a todos los que nos dedicamos a la vida pastoral, que nuestra misión no es crear audiencias, sino formar discípulos. Que sus palabras echen raíces en nosotros, moldeando no solo lo que hacemos, sino también cómo vivimos, amamos y guiamos a las personas que Dios ha confiado a nuestro cuidado.

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