La lección evidente de Afganistán: 'La guerra no es la respuesta'
Monday, September 20, 2021
*Tony Magliano
¿Fue acertado que los Estados Unidos y sus aliados libraran una guerra de 20 años contra los talibanes en Afganistán? ¿Mereció la pena derramar tanta sangre, sudor y lágrimas?
¿Cómo puede cualquier criterio sincero, moral y objetivo llegar a la conclusión de que han merecido la pena todo el dinero malgastado, la buena voluntad perdida, los estadounidenses y los aliados masacrados, y los innumerables niños, mujeres y hombres afganos pobres e inocentes sacrificados en el altar de la guerra (ver https://watson.brown.edu/costsofwar/figures)?
En su famoso discurso "Más allá de Vietnam: Un tiempo para romper el silencio" —pronunciado exactamente un año antes de su asesinato— el reverendo Martin Luther King, Jr. declaró proféticamente que "la guerra no es la respuesta".
Y añadió: "Debemos encontrar una alternativa a la guerra y al derramamiento de sangre". La guerra que estamos librando "ha fortalecido el complejo industrial militar". Esta guerra "ha hecho estragos en nuestros destinos domésticos ... nos ha puesto en una posición de aparecer ante el mundo como una nación arrogante. ... El juicio de Dios está hoy sobre nosotros".
Estas palabras pronunciadas por el reverendo Martin Luther King, Jr. sobre la guerra de Vietnam podrían aplicarse con la misma facilidad a la violenta participación de los Estados Unidos en Afganistán.
En efecto, al igual que la guerra de Vietnam, el conflicto armado en Afganistán —por no hablar de las conocidas guerras en lugares como Irak, Siria, y sólo Dios y la CIA saben dónde más—"ha fortalecido el complejo militar industrial" una vez más.
Las corporaciones productoras de armas como Boeing, Lockheed Martin, Northrop Grumman, Raytheon y General Dynamics cosechan enormes beneficios en tiempos de guerra a expensas de los pobres y de la guerra.
Durante el Concilio Vaticano II, los obispos católicos del mundo declararon proféticamente: "La paz ha de nacer de la mutua confianza de los pueblos y no debe ser impuesta a las naciones por el terror de las armas; por ello, todos han de trabajar para que la carrera de armamentos cese finalmente…"
Es más, el Papa Francisco ha sumado su voz en repetidas ocasiones para condenar con firmeza la carrera armamentística y a quienes se benefician de ella (vean su impactante vídeo en https://bit.ly/IntencionesJunio2017).
Imaginen el bien que se lograría y la buena voluntad que se establecería si convirtiéramos nuestras plantas de armamento en fábricas que construyeran bienes para proteger y mejorar la vida, especialmente la de los pobres, los vulnerables y la vida de nuestro hogar común, el planeta Tierra.
En lugar de producir instrumentos diseñados para matar, como rifles M-16, aviones de combate F-35 Lightning II, tanques M1 Abrams y máquinas de aspiración al vacío para abortar (que son instrumentos de guerra utilizados contra los bebés no nacidos), podríamos producir masivamente productos humanitarios como equipos para la construcción de casas de bajo costo, bombas de agua, equipos para filtrar el agua, letrinas modernas, herramientas agrícolas, turbinas eólicas, paneles solares, trenes de transporte masivo, automóviles eléctricos asequibles, escuelas y hospitales.
Para quienes piensen que esto es ingenuo, consideren que lo contrario ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial. Según el historiador John Buescher, entre febrero de 1942 y octubre de 1945 no se fabricaron automóviles, camiones comerciales ni piezas de automóviles en los Estados Unidos. "La industria automotriz se reequipó para fabricar tanques, camiones, todoterrenos, aviones, bombas, torpedos, cascos de acero y municiones bajo contratos masivos emitidos por el gobierno" (http://teachinghistory.org/history-content/ask-a-historian/24088).
Los obispos católicos del Vaticano II enseñaron que, para construir la paz, hay que arrancar de raíz la injusticia, especialmente las desigualdades económicas excesivas.
San Pablo VI, papa, pronunció la famosa frase: "Si quieres la paz, trabaja por la justicia".
Todos los católicos, otros seguidores de Cristo —el Príncipe de la Paz— y todas las personas de buena voluntad deben orar, soñar, dialogar, educar, planificar y construir un mundo en el que todos sean vistos como hermanos o hermanas, y en el que se cubran las necesidades fundamentales de todos.
En el Concilio Vaticano II, los obispos católicos de todo el mundo nos desafiaron a poner fin a la guerra, declarando con valentía: "Bien claro queda, por tanto, que debemos procurar con todas nuestras fuerzas preparar una época en que, por acuerdo de las naciones, pueda ser absolutamente prohibida cualquier guerra".
¿Estamos por fin dispuestos a ello?
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