
El Acuerdo de Par�s sobre el cambio clim�tico
Monday, April 18, 2016
*Nelson Araque
Hace unos meses, el mundo fue testigo de uno de los acuerdos más importantes para luchar contra el cambio climático. Del 30 de noviembre al 11 de diciembre de 2015, representantes de 195 países se reunieron, dialogaron y acordaron en principio mantener el nivel de la temperatura global en este siglo muy por debajo de 2 grados centígrados. También impulsaron esfuerzos para limitar aún más el aumento de la temperatura a 1,5 grados centígrados por encima de los niveles pre-industriales.
Tras el acuerdo, importantes personalidades comentaron sobre este tratado histórico, tal como se publicó en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.
El Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon, observó: “Hemos entrado en una nueva era de cooperación global en uno de los asuntos más complejos a los que se enfrenta la humanidad. Por primera vez, cada país del mundo se ha comprometido a reducir sus emisiones, reforzar la resiliencia y unirse a una causa común para actuar juntos por el clima. Este es un rotundo éxito para el multilateralismo”.
Christiana Figueres, secretaria ejecutiva de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), dijo: “Un planeta, una oportunidad de hacerlo bien, y lo hicimos en París. Hemos hecho historia juntos. Este es un acuerdo de convicción. Es un acuerdo de solidaridad con los más vulnerables. Es un acuerdo de visión a largo plazo y debemos hacer de él el motor de un crecimiento seguro”.
Sin embargo, no todos compartieron el entusiasmo después del Acuerdo. El activista climático Yeb Saño, cuya influencia es mundial, regresó decepcionado a su hogar en las Filipinas después de haber caminado 1.500 kilómetros desde Roma a París en una comitiva interreligiosa y ambiental llamada “The People’s Pilgrimage” (La Peregrinación del Pueblo). Explicó su decepción de esta manera: "Las naciones que estuvieron de acuerdo con esta conclusión no pueden tomar santuario en una resolución diplomática que amenaza con trivializar el sufrimiento de los más pobres y los más vulnerables". En otras palabras, la calidad de vida de los países en desarrollo y más pobres no cambiará en lo esencial, mientras que las naciones más poderosas y ricas podrán beneficiarse al máximo.
Estudiar estas dos perspectivas como resultado del Acuerdo de París me hace cuestionar nuestra propia realidad en el territorio de la Arquidiócesis de Miami y su gente. Como profesor de teología en una escuela secundaria, ¿cómo puedo comprometerme y animar a mis estudiantes a promover el Acuerdo de París? Como instructor en el Programa de Certificación de la Oficina de Catequesis, ¿cómo puedo motivar a mis compañeros maestros y catequistas para hacer algo por los pobres, los más vulnerables al cambio climático? Creo que la respuesta implica cimientos sólidos en compasión y misericordia.
Según Donald Demarco, profesor emérito de la Universidad de St. Jerome en Waterloo, Ontario, la compasión "que tiene sus raíces en el amor, adquiere el dolor de la víctima, pero con la esperanza de que algún bien surgirá de este sufrimiento compartido".
Pero, ¿qué tal si el otro no quiere ver el sufrimiento del prójimo, o simplemente no se preocupa por eso? Me parece que esto es lo que sucede. A muchas personas y grupos no les importa porque no hay nada para ellos en eso; no hay gratificación instantánea que nos motive a tomar medidas sobre el sufrimiento de los demás. Esta actitud es consecuencia de lo que el Papa Francisco describe en su última encíclica, Laudato Si', como el relativismo práctico en el que "todo se vuelve irrelevante si no sirve a los propios intereses inmediatos" (122).
Como maestros, ¿cómo podemos luchar contra esa actitud? Intentar responder a esta pregunta no es una tarea fácil. Sin embargo, ¿qué pasaría si en este Año de la Misericordia proclamado por el Papa estuviéramos de acuerdo en ser misericordiosos con TODOS y con la Madre Tierra? Pongámonos de acuerdo para vivir las obras corporales y espirituales de misericordia. Como dice el Papa Francisco, hacerlo nos permitirá “entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina”. (15)
Si usted ve la lógica y la sabiduría de esta resolución, se esforzará en acoger un poco el dolor de los sufrientes que conozca directamente o a prestar atención a los acontecimientos mundiales. De esa empatía se deriva una esperanza mutua, la esperanza de que surgirá algo bueno. Ese es el corazón de la compasión.
Al tratar de marcar al menos una pequeña diferencia en las actitudes y las obras hacia los pobres, no vamos a trivializar el sufrimiento de los más pobres y vulnerables, como dijo Saño tras el Acuerdo de París. Como católicos, demostremos que no sólo vemos los problemas de los países en vías de desarrollo, sino que tomamos la decisión de obrar.
¿Qué hará usted para ver, decidir y obrar con compasión?
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