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Columns | Saturday, February 23, 2019

La 'religi�n privatizada' no fue lo que previeron los Fundadores

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Como lo señaló San Agustín en un libro que escribió mientras observaba el colapso del Imperio Romano a su alrededor, nosotros, los cristianos, somos ciudadanos tanto de la Ciudad de Dios como de la Ciudad del Hombre. Hacemos bien en dar gracias a Dios, porque la Ciudad del Hombre donde habitamos es los Estados Unidos de América y no la Roma que enviaba a los cristianos a los leones. Dios ciertamente ha derramado su gracia sobre esta tierra nuestra. Aquí disfrutamos de muchas bendiciones, no siendo la menos importante nuestra libertad de religión, garantizada por la Primera Enmienda de la Constitución.

Tener una doble ciudadanía —una de la Ciudad del Hombre por derecho de nacimiento o naturalización, la otra de la Ciudad de Dios por medio del bautismo— puede causar tensiones. Eso no es sorprendente aquí, pero —gracias a Dios— los próceres de esta nación, al establecer nuestra forma republicana de democracia, no pretendieron estar construyendo el cielo sobre la tierra. En el siglo XX, los visionarios de esa clase —hombres como Stalin, Hitler y Castro— terminaron convirtiendo a sus naciones en infiernos sobre la tierra.

Sin embargo, existen inevitables tensiones para cualquier ciudad construida por los hombres, incluso una ciudad que brille —como un faro de libertad sobre una colina— como brillan nuestros Estados Unidos de América. Porque cualquier ciudad construida por los hombres caídos reflejará, inevitablemente, la naturaleza caída del hombre. Hace 200 años, la esclavitud estaba inscrita en la Constitución y, por supuesto, las mujeres no podían votar. Más recientemente, el derecho al aborto ha sido leído en nuestra Constitución por los magistrados del Tribunal Supremo.

Pero nuestros Padres Fundadores acertaron al establecer un gobierno limitado —con controles y balances— para proporcionar una libertad ordenada a sus ciudadanos. Incluso lo que ha llegado a conocerse como la “separación entre la Iglesia y el Estado” —aunque estas palabras no se encuentran en la Constitución—, fue para limitar el poder del Estado sobre los asuntos puramente religiosos. En otras palabras, dicha separación estaba destinada a evitar que el Estado se impusiera a la Iglesia. No significaba que el gobierno debía desentenderse de los valores religiosos, o la separación entre la Fe y la sociedad. De hecho, desde el principio, la participación de las personas temerosas de Dios en la formulación de las leyes y políticas de nuestra nación fue bienvenida y alentada.

Sin embargo, hoy en Estados Unidos, el papel de la Fe es cada vez más atacado. Cada vez más, el precio de la admisión de una persona en la vida pública es que dejen en la puerta sus valores basados en la Fe. Mientras que los católicos que disienten de las enseñanzas de la Iglesia reciben un “pase”, aquellos que aspiran a ser tanto funcionarios públicos como católicos fieles son cada vez más marginados. Recientemente dos senadores (Hirono, demócrata por Hawái, y Harris, demócrata por California) cuestionaron en el Comité Judicial si un candidato al Banco Federal podría cumplir con sus deberes por pertenecer a los “Caballeros de Colón”, ya que éstos defienden la vida y el matrimonio tradicional. Afortunadamente, el mes pasado, el senador Ben Sasse, republicano por Nebraska y evangélico, rechazó este descarado sesgo anticatólico al lograr que todo el Senado votara por reafirmar la prohibición de la Constitución (Artículo VI, cláusula 3) contra la exigencia de cualquier “prueba religiosa” para ocupar un cargo público.

En nuestra sociedad polarizada y cada vez más secularizada, cuando hablamos sobre el aborto o los derechos de los inmigrantes, se nos acusa de imponer nuestros puntos de vista religiosos; cuando reclamamos los derechos de los padres y el derecho a elegir la educación, se nos dice que estamos violando la separación entre la Iglesia y el Estado. Si defendemos la concepción tradicional del matrimonio, se nos acusa de ser intolerantes. Si lanzamos un grito de advertencia contra la manipulación destructiva de la vida humana en la investigación con células madre embrionarias, somos ridiculizados por obstaculizar el progreso científico.

La religión es un asunto privado, nos dicen. Sin embargo, la Fe cristiana, aunque es “personal”, no es “privada”. Tal “religión privatizada” ya no sería “la Fe de nuestros Padres”; y un régimen que exiliara la Fe de la plaza pública ya no sería la República de nuestros Fundadores. 

Comments from readers

Bernardo Garcia-Granda, M.D. - 02/28/2019 09:22 AM
I couldn't agree more with the Archbishop. We need more articles like this one published in newspapers around the nation. May God continue to bless our country!

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