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Columns | Sunday, May 17, 2020

Karol Wojtyla: El papa de la 'santidad extrema'

Columna del Arzobispo Wenski para la edición de mayo 2020 de La Voz Católica

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Sto lat! Sto lat! Niech zyje nam. Esta es la versión polaca de “Feliz cumpleaños”: ¡Que vivas 100 años! El 18 de mayo de 1920, hace cien años, en Wadowice, Polonia, nació Karol Wojtyla. Karol Wojtyla, mejor conocido en el mundo como el Papa Juan Pablo II, fue el papa del milenio y quizás la figura más significativa del siglo XX.

Su legado de enseñanzas claras y seguras continuará enriqueciendo e inspirando a la Iglesia en los siglos venideros. Su constante exhortación: “No tengan miedo”, ha inspirado a los católicos de todas partes, especialmente a los jóvenes, a “remar mar adentro” y a embarcarse en una Nueva Evangelización en un mundo tormentoso e incierto.

El arzobispo Thomas Wenski habla con el Papa Juan Pablo II durante una visita que hizo a Roma con un grupo de peregrinos en la década de los 2000.

Fotógrafo: FILE PHOTO

El arzobispo Thomas Wenski habla con el Papa Juan Pablo II durante una visita que hizo a Roma con un grupo de peregrinos en la década de los 2000.

Como obispo asistió a cada una de las sesiones del Concilio Vaticano II. Como Papa, a través de sus muchos escritos y sermones, describió y promovió la implementación auténtica del Concilio, enfatizando el llamado universal a la santidad de todos los fieles, una antropología abierta a la trascendencia y lo que podría llamarse “la teología del don”, es decir, que la felicidad y el cumplimiento de las aspiraciones más profundas del hombre no se encuentran buscándose a sí mismo, sino a través de la entrega de uno mismo.

Al predicar sin temor el Evangelio, “en los buenos tiempos y en los malos”, abrazó al mundo, convencido de que la Iglesia sería fiel a su misión, no huyendo del mundo ni rindiéndose a él, sino comprometiéndose con el mundo. El suyo era el camino del diálogo. Estaba convencido de que la Iglesia tenía algo que decir, una Palabra que compartir. Y esa Palabra era Jesucristo. En el primer día de su pontificado, en octubre de 1978, comenzó retando a la Iglesia y al mundo: “¡No teman abrirles las puertas a Cristo!” Pero no fue un heraldo confuso: debido a su testimonio, debido a su coraje, las puertas no solo se abrieron, sino que los muros se derrumbaron (cf. Josué). Su visita a Polonia como papa en el verano de 1979, puso en marcha las fuerzas que derribarían el Muro de Berlín en 1989.

Hombre de muchos dones, Juan Pablo II trajo al papado grandes cualidades humanas y profundas virtudes espirituales. Era un intelectual que, sin embargo, podía predicar con el toque común de un párroco. Era un hombre de gran disciplina, ejerciendo un control casi sobrehumano sobre su cuerpo frágil y enfermo, para continuar su misión y hacerse presente en medio de su rebaño. También fue un hombre de oración, capaz de convocar profundos poderes de concentración y de examen interior para poder comulgar contemplativa y místicamente con Dios.

A lo largo de sus 26 años como Papa, nunca se cansó de presentarnos las demandas radicales del Evangelio, y nos instó a no tener miedo de abrazarlas. Por exhortación, pero también, por ejemplo —un ejemplo dado incluso con mucho dolor y sufrimiento—, nos recordó que para un cristiano “sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial”.

Canonizó a más santos que cualquier papa en la historia, para subrayar el hecho de que la santidad es lo que mejor expresa el misterio de la Iglesia. La santidad —nos enseñó— es “un mensaje que convence sin necesidad de palabras, y es un reflejo vivo del rostro de Cristo”.

En su juventud, Karol Wojtyla fue un atleta y un entusiasta de los deportes. Sería curioso saber qué pensaba de los nuevos “deportes extremos” que ahora se popularizan en la televisión: golf “extremo”, esquí “extremo”, etc. Como un experto dijo poco después de su muerte: este papa polaco inventó un nuevo deporte: la “santidad extrema”.

Pero, para San Juan Pablo II, la santidad no era solo un pasatiempo; fue la búsqueda de su vida. Y también debería ser la nuestra.

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