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Homilies | Saturday, September 01, 2018

'Ningún cristiano puede sentirse inútil' para servir a Dios

Homilía del Arzobispo Wenski en Misa del Primer Sábado Reparador

Homilía del Arzobispo Thomas G. Wenski en la celebración con motivo del Primer Sábado Reparador en honor de Nuestra Señora de Fátima. Parroquia Good Shepherd, sábado 1 de septiembre de 2018.

Hermanos y hermanas,

Al celebrar la Santa Misa en esta querida parroquia, imploramos al Buen Pastor de nuestras vidas que nos guíe con su Palabra de salvación y nos fortalezca con su cuerpo y sangre, alimentos de vida eterna. Y lo hacemos en ocasión muy especial, al participar de este Primer Sábado de Reparación a petición de nuestra Madre del cielo. Ya en su tercera aparición de 1917, después de expresar sus preocupaciones y deseos sobre Rusia, la Virgen de Fátima anunció que regresaría para pedir la comunión de los primeros sábados, en reparación por todos los pecados del mundo. Así, el 10 de diciembre de 1925 la Santísima Virgen cumplió su palabra, revelando a Sor Lucía de Fátima su promesa de particular intercesión, especialmente por aquellos que durante cinco primeros sábados de mes, confesaran, comulgaran y rezaran el Santo Rosario en señal de desagravio a su Inmaculado Corazón. Con estas palabras quiso regalarnos nuestra Madre del cielo esta eficaz ayuda en el camino hacia el encuentro con el Padre de las misericordias: “Yo les asistiré en la hora de la muerte con las gracias necesarias para la salvación”.

Hoy la liturgia de la Palabra nos muestra en su primera lectura la grandeza y gratuidad de esa misericordia de Dios hacia nosotros. El nos ha escogido como pueblo de la Nueva Alianza, no por meritos propios sino por su infinita gracia y bondad. Como nos recuerda el apóstol San Pablo: "Dios ha escogido lo necio del mundo para confundir a los sabios”(I Cor. 1, 27). Una manera de recordarnos lo que es verdaderamente importante en el seguimiento de Cristo. El Señor llama a su servicio hombres y mujeres de toda condición, pero es en la supuesta fragilidad de los más débiles y sencillos donde el mundo apreciará mejor el testimonio claro del poder de Dios, y de una sabiduría diferente que sólo puede ser inspirada por su Espíritu Santo.

Se trata de la sabiduría de los que no se fían de sus propias fuerzas, sino que confían contra toda esperanza en la fuerza de Dios y en el inagotable poder de su divina misericordia. Un poder manifestado en la cruz de Cristo, donde el aparente fracaso, debilidad y muerte se transforman en victoria, fortaleza y vida en abundancia. Paradoja cristiana presente a lo largo de los siglos y también en la experiencia de aquellos humildes pastorcitos, a quienes quiso revelarse hace cien años la Virgen de Fátima: “Lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los poderosos” (I Cor. 1, 27). Un sorprendente testimonio de fe, que nos invita a ponernos al servicio del plan de Dios, no confiando únicamente en nuestras propias capacidades sino en la abundancia de su gracia, y en los dones que nos concede y que nosotros debemos hacer fructificar.

En ese sentido, el evangelio que ha sido proclamado resulta harto elocuente. Todos somos administradores de los talentos que el Señor ha querido regalarnos, no para mantenerlos ocultos como el empleado negligente de la parábola, sino para ponerlos al servicio de la misión que nos ha sido encomendada. Por lo tanto, ningún cristiano puede sentirse inútil o carente de talentos para servir a Dios y a sus hermanos. Todos hemos recibido los dones y capacidades suficientes y depende de nuestro esfuerzo y celo personal el que dichos dones sean bien aprovechados o mal empleados. Se trata de bienes invaluables que nos han sido dados, no para atesorarlos egoístamente, sino para usarlos y compartirlos. Y mientras más los aprovechamos para el servicio a nuestros hermanos, más se multiplican, y son mayores las gracias que recibimos del Padre celestial. En cualquier caso, al final del día, el Señor no nos preguntará cuántos talentos tuvimos, sino qué fuimos capaces de hacer con ellos, y si con su ayuda hicimos del mundo y de nuestra sociedad un lugar mejor.

Hermanos y hermanas, es un gozo compartir con ustedes esta Eucaristía, animándoles en su seguimiento de Jesucristo bajo la mirada amorosa de Nuestra Señora de Fátima, y exhortándoles a sacar siempre el máximo provecho de tantas gracias recibidas. Aprovecho esta ocasión para agradecer a los Heraldos del Evangelio la labor apostólica que realizan, inspirados en su carisma fundacional de ser instrumentos de santidad en medio de la Iglesia. Una espiritualidad de servicio, cimentada en la adoración eucarística, la obediencia al Papa, y una piedad mariana de la que es fiel expresión esta devoción de los Primeros Sábados, y que hoy nos reúne en torno a este altar y a los pies de María.

Que al mirar con devoción el ejemplo de humildad, obediencia y servicio de la Virgen María, podamos siempre reconocerla como modelo de fe y esperanza, capaz de acoger con alegría el don de Dios y compartirlo sin reservas hasta las últimas consecuencias. Que la intercesión de Nuestra Señora de Fátima nos ayude a crecer en generosidad y confianza, agradeciendo al Señor los dones recibidos, y haciéndolos fructificar para la cosecha de la vida eterna.

Que así sea.

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