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Columns | Saturday, January 20, 2018

La inmigraci�n nos enriquece

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La migración es, más que nada, un acto de gran esperanza. Los refugiados huyen de sus países debido a la guerra y la persecución que los inspira a arriesgarlo todo por un futuro de esperanza. Sin embargo, nuestros hermanos y hermanas que se ven obligados a emigrar a menudo sufren una separación familiar devastadora y muchos, especialmente quienes están en una situación irregular, a menudo enfrentan condiciones económicas difíciles y temores diarios de deportación. Somos testigos del drama de la migración todos los días. Es un drama en el que cada uno de nosotros ha participado de una forma u otra, porque la inmigración es una realidad vivida por todos nosotros aquí, en el sur de la Florida. Incluso aquellos de nosotros que hemos nacido en este país, podemos encontrar historias en nuestras propias familias de padres, abuelos o bisabuelos que abandonan el “viejo país” por la promesa de América.

Los estadounidenses tienen una gran herencia nacional de bienvenida al recién llegado. El miedo y la intolerancia en ocasiones han puesto a prueba esa herencia, y la están poniendo a prueba ahora en las Salas del Congreso, donde se ha propuesto una legislación restrictiva. Ya sea que emigraron de Irlanda, Italia o un sinnúmero de otros países, las generaciones anteriores se enfrentaron al fanatismo. Gracias a Dios, nuestra nación creció más allá de esas divisiones para encontrar la fuerza en la unidad y la inclusión. En su mayor parte, hemos guardado las palabras de las Escrituras: “No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles” (Heb 13:2).

Pero hoy nuestro sistema de inmigración está roto, y esto es evidente en la gran cantidad de inmigrantes irregulares que viven, trabajan y crían familias aquí sin un camino hacia el estatus legal y la ciudadanía eventual. Esta es una situación intolerable porque aquellos a quienes algunos llaman “ilegales” son ellos mismos víctimas de este sistema roto: la falta de estatus legal los hace vulnerables a la explotación y el abuso. Y aunque la inmigración ilegal debe ser rectificada, debemos tener cuidado de no demonizar a aquellos que se sintieron atraídos por este país con la esperanza de una vida mejor para ellos y sus hijos. Las murallas por sí solas no proporcionarán ninguna solución, al menos, no una solución digna de América.

Este mes, el Congreso aborda la difícil situación de los beneficiarios de DACA: los inmigrantes indocumentados que ingresaron a los Estados Unidos como menores de edad. Fueron beneficiarios de la orden ejecutiva del presidente Obama para 2012, Acción Diferida sobre la Llegada de Menores (DACA, por su sigla en inglés).

DACA era un patrón de espera, una orden ejecutiva dictada por el presidente Obama cuando el Senado no aprobó el “Dream Act”. Permitía que ciertos inmigrantes indocumentados en Estados Unidos, que ingresaron al país como menores, recibieran un período renovable de dos años de acción diferida de deportación y elegibilidad para el empleo.

Muchos de estos menores y sus familias están, comprensiblemente, angustiados de que DACA haya sido anulada por la nueva administración. Sin embargo, el presidente Trump ha prometido una solución que hará sentirse a las personas “felices y orgullosas”. Esperemos que lo haga, ya que estos “Dreamers” son estadounidenses en sus gustos, su idioma y sus aspiraciones. Simplemente no tienen un estatus legal permanente en los Estados Unidos. Conceder estatus legal permanente a los “soñadores” es lo correcto, y ciertamente les permitiría a estos jóvenes soñar como estadounidenses. (Y los haitianos y centroamericanos necesitan desesperadamente otra solución, pues su TPS —estatus de protección temporal— expirará pronto).

Una solución para los menores de DACA no arreglará nuestro roto sistema de inmigración. Pero una solución bipartidista a DACA es un buen comienzo para una reforma más amplia y más integral. Revitalizar los barrios pobres de Estados Unidos con gastos en la infraestructura y recuperar la capacidad industrial de la nación, son promesas audaces hechas por la administración Trump. La reforma tributaria, la reducción del laberinto de regulaciones que matan las empresas, la corrección de los crecientes costos de la atención médica, quizás sean promesas que la Administración debe cumplir. Pero ahora, los únicos países que están creciendo económicamente son los países que también tienen un fuerte crecimiento en inmigración. Por lo tanto, cualquier “muralla” construida para mantener alejados a los “ilegales” debe tener suficientes puertas para permitir el ingreso de una fuerza de trabajo legal para que el crecimiento económico futuro sea sostenible.

Estados Unidos siempre ha sido una nación de inmigrantes. Y la experiencia de la inmigración continúa definiendo la vida de la Iglesia Católica en los Estados Unidos y aquí, en el sur de la Florida. Por esta razón, la Iglesia Católica de los Estados Unidos observa la Semana Nacional de la Migración cada mes de enero. Esta observancia comienza con la Fiesta de la Epifanía, que nos recuerda que Dios llama a todos los pueblos a la salvación. En la Iglesia, las personas de todas las razas, idiomas y etnias son abrazadas como hermanos y hermanas.

Al igual que los Reyes Magos que llegaron a Belén con regalos, el inmigrante trae muchos regalos a su nuevo país. Nuestro lema nacional, E pluribus unum (“Uno de muchos”), reconoce esta rica diversidad de pueblos. Tal diversidad no nos divide: el pecado sí. La diversidad no nos divide, sino que esta diversidad nos ha enriquecido a todos y seguirá enriqueciéndonos.

 

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