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Columns | Saturday, February 17, 2024

El poder y la gloria de la Eucaristía

Columna del Arzobispo Wenski para la edición de febrero 2024 de La Voz Católica

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En The Power and the Glory (“El Poder y la Gloria”), la novela de Graham Greene sobre un sacerdote imperfecto atrapado en la violencia de la revolución mexicana anti-católica (la Cristiada, 1926-1929), el protagonista, un hombre perseguido, huye de villa en villa: sus feligreses lo buscan para recibir los sacramentos; sus perseguidores, para darle muerte ante un pelotón de fusilamiento.

Tal es el poder y la gloria del Santísimo Sacramento –que inspira tanto amor como desprecio. Y esto no es solamente el contenido de algunas novelas; porque la vida real es más dramática que la ficción. Desde los tiempos de Nerón, cuando en Roma los cristianos se retiraban a las catacumbas para celebrar la Misa, los enemigos de la Iglesia sabían que, para prevalecer en la lucha contra ella, tenían que separar a las gentes de la Misa.

Asistir a Misa es el indicador principal de la “identidad católica” —en otras palabras, ir a Misa es lo que nos hace católicos—, o en las palabras más eruditas del Concilio Vaticano II, la Eucaristía es “fuente y culmen” de la vida cristiana. Por esta razón, los pastores de la Iglesia insisten continuamente en la obligación de los fieles de asistir a Misa el Día del Señor. Esta es una grave obligación que une a todos los católicos —y esta obligación es fácil de comprender si recordamos cuán vital es el domingo para la vida cristiana.

El ayuno durante la Cuaresma nos recuerda que la Eucaristía alimenta y forma la Iglesia. Recibimos el Cuerpo y la Sangre de Cristo en la Sagrada Comunión para convertirnos más perfectamente en lo que recibimos: el Cuerpo de Cristo. En este sentido, la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía es, al mismo tiempo, una “epifanía de la Iglesia”.

Cristo nos dio este tremendo regalo el Jueves Santo, cuando en la Última Cena instituyó la Eucaristía, haciendo del pan y del vino Su verdadero Cuerpo y Su verdadera Sangre. Todos los años, recordamos este regalo con una fiesta especial: la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Esta fiesta del Corpus Christi/ Cuerpo de Cristo, es con frecuencia celebrada en muchas partes del mundo con procesiones eucarísticas, como una expresión pública de nuestra fe en la Presencia Real.

En julio de este año, mientras muchos se verán distraídos por el calor de las elecciones nacionales, los católicos de los Estados Unidos celebrarán un Congreso Eucarístico en Indianápolis, como parte de un continuo Avivamiento Eucarístico a nivel nacional, un movimiento para restaurar la comprensión y la devoción a este gran Misterio, ayudándonos a renovar nuestra adoración a Jesucristo en la Eucaristía.

Nuestro mundo está sufriendo y todos necesitamos curación, pero muchos de nosotros estamos separados de la fuente misma de nuestra fuerza, que es nuestra comunión en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo. Él nos invita a volver a la fuente y cumbre de nuestra fe en la celebración de la Eucaristía, y a sacar, como de una fuente, la gracia para realizar las obras de misericordia espirituales y corporales.

A algunos puede irritarles que la ley de la Iglesia “requiera” asistir a Misa, y otros muchos perdieron el “hábito” de ir a Misa durante el cierre impuesto por el COVID. Pero los católicos en general han estado dispuestos a hacer grandes sacrificios para practicar su fe. La historia de la Iglesia está llena de historias edificantes de esfuerzos heroicos para permanecer fieles a la Misa: el Cardenal Nguyen van Thuan, encarcelado después de la caída de Saigón y mantenido incomunicado durante 13 años, celebraba la Misa usando la palma de la mano como altar, con gotas de vino y migajas de pan llevadas a su celda a escondidas. Y quienes descienden de irlandeses pueden recordar los sacrificios heroicos de sus antepasados durante los tiempos de las Leyes Penales. A través del campo irlandés, cientos de repisas talladas en las rocas servían de altares donde los católicos —con su religión suprimida y las iglesias confiscadas por los protestantes británicos— celebraban servicios secretos durante los siglos XVII y XVIII en “rocas de la Misa” al aire libre.

La devoción y el coraje de aquellos católicos irlandeses fueron conmemorados en un poema de Mairead Tuohy Duffy:

Las rocas de la Misa en nuestras solitarias cañadas,
Como gemas, traen recuerdos
De días pasados, cuando nuestros familiares se atrevieron
A lanzarse con espadas contra los tiranos.

El sacerdote humilde, en mantos, se dirigió
A su gente allí reunida,
Y de la cañada bajaron hombres vestidos con sacos rojos,
Y ahorcaron al sacerdote en su venganza.

Hoy, todos somos libres para prosperar,
Y para asistir a nuestra Misa en libertad,
No más rocas de la Misa, espías, sogas para ahorcar
A nuestros sacerdotes y matar nuestra religión. 

Así que démosle valor a lo que tenemos
De antepasados valientes y brillantes,
Ellos nos enseñaron a ser buenos y fieles,
A nuestra tierra y a nuestra religión.

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