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Homilies | Tuesday, September 10, 2024

‘Una experiencia de entrega en la sencillez y la humildad’

Homilía del Arzobispo Thomas Wenski en el funeral del P. Jorge Bello – ‘Padre Wichy’

El Arzobispo Thomas Wenski predicó esta homilía en la Misa fúnebre del P. Jorge Luis Bello, conocido como el ‘Padre Wichy”,  celebrada el 10 de septiembre de 2024, en la iglesia St. Kevin en Miami. El P. Bello falleció el 2 de septiembre de 2024.

Estimados sacerdotes; queridos familiares del Padre Wichy; hermanos y hermanas.

Llenos de fe y de esperanza nos reunimos una vez más para ofrecer la Eucaristía por el eterno descanso de un hermano sacerdote. Demos pues gracias al Señor por el P. Jorge Luis Bello, nuestro querido Padre Wichy, por su vocación y entrega de años en servicio del Pueblo de Dios; por su fidelidad y perseverancia a la llamada del Buen Pastor, que un día lo invitó a dejarlo todo y a convertirse en otro Cristo. El Señor nos asegura hoy que el P. Jorge Luis Bello ha pasado de la muerte a la vida porque eligió a Cristo, acogió su yugo suave (cf. Mt 11, 29) y se consagró al servicio de los hermanos. Fue un cura con olor a ovejas como diría el Papa Francisco.

Y gracias a su madre, Esperanza y a hermana, Marta y sus hermanos, y a toda la familia que le han cuidado con mucho amor y entrega durante estos últimos años y meses de su enfermedad. Que Dios les consuele a ustedes en estos momentos de duelo. En Jesús nos confiamos.

La liturgia de la Palabra nos recuerda una vez más que “si el grano de trigo no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto”. Jesús, derramando su sangre en la cruz, nos alcanza la vida, y vida en abundancia. Él es el grano de eternidad que, al morir, hace brotar con fuerza los frutos de la redención. Es la entrega sacrificial, consumada en el Calvario, y que ha de ser modelo y guía de todos los que hemos sido llamados para ofrecer también nuestras vidas; para gastarnos en el servicio de Dios y de nuestros hermanos.

Este modelo de renuncia y de entrega incondicional fue el que un día también animó el corazón del Padre Wichy, y lo impulsó a dedicar su vida entera a ser testigo del Resucitado, llevando amor y compasión a sus hermanos más humildes. Por eso, desde muy joven se sintió llamado a una vida de consagración más plena; a una vocación de servicio. Y en esa búsqueda de la voluntad de Dios y de ofrecer su vida por los otros, ingresó al Seminario “San Carlos” hasta tercero de teología, y posteriormente curso estudios de medicina en la Universidad de La Habana. Años de crecimiento personal y espiritual.

Tiempo de discernimiento y búsqueda de la verdadera vocación, y todo ello en medio del hostil y difícil contexto de la Cuba comunista de los años 70s.

Es en 1976 que consigue ingresar en el Instituto de los Hermanitos de Jesús, congregación laical inspirada en la espiritualidad de Charles de Foucauld, donde se consagra a la vida misionera, siguiendo el ideal de abandono a la voluntad de Dios, a través de la contemplación y de la presencia testimonial en medio de poblaciones marginales.

De esta manera, y por casi 20 años, el Padre Wichy realizó su labor misionera en medio de diferentes culturas y regiones de nuestro continente. Una experiencia de entrega en la sencillez, la humildad y el sacrificio que marcaría positivamente su vocación sacerdotal, la cual pudo retomar a finales de los años 90, después de reencontrase en Miami con su querida familia e ingresar en el Seminario de San Vicente de Paul.

Ya ordenado sacerdote en el año 2003, inicia su labor pastoral en nuestra Arquidiócesis sirviendo como vicario en varias parroquias hasta que llegó aquí a St. Kevin, donde tuvo que retirarse en 2015 por razones de salud, pero como él mismo decía, “los curas no se retiran, los curas no se jubilan, somos curas para siempre” y así ayudaba celebrando Misas y escuchando confesiones cuando podía.

Hoy celebramos su vida y pedimos al Padre de las misericordias, que, purificado de sus faltas, ya esté disfrutando de su destino definitivo en el Reino de los Cielos, y ocupando el lugar que reserva el Señor para sus servidores fieles.

Hoy recordamos con afecto su jovialidad, su “chispa”, sus respuestas rápidas cargadas de buen humor, su sentido fraterno. También recordamos su entrega generosa, el amor con que tocó el corazón de tantas personas, la buena disposición para servir, aún en medio de la enfermedad, uniéndose con todas sus limitaciones al sacrificio de Cristo en la cruz. Con su alegría y paciencia supo mostrar que es la fuerza de Dios la que nos sostiene en medio de la debilidad.

Que la simiente de amor que sembró el Padre Wichy en tantos corazones, a lo largo de su ministerio, produzca abundantes frutos, y que nunca dudemos de la esperanza de eternidad contenida en ese grano de trigo, que al morir, produce frutos incalculables para la vida eterna.

Dale, Señor a tu sacerdote el descanso eterno y que brille para él la luz perpetua. Amen.

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