By Archbishop Thomas Wenski - The Archdiocese of Miami
Photography: ROCIO GRANADOS | LVC
El Arzobispo Thomas Wenski predicó esta homilía durante la Misa de clausura del centenario de la Aprobación Pontificia de la Institución Teresiana en 1924. La Misa se realizó el 11 de enero en la parroquia Corpus Christi de Miami.
Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
Reunidos en fe y caridad damos gracias al Señor por sus bendiciones, y con la alegría de haber celebrado un año más su nacimiento, nos unimos hoy a la acción de gracias de la Institución Teresiana, al clausurar las celebraciones por los cien años de su aprobación pontificia.

Fotógrafo: ROCIO GRANADOS | LVC
El Arzobispo Thomas Wenski celebra la Eucarist’a por los 100 a–os de la Aprobaci—n Pontificia de la Instituci—n Teresiana el 11 de enero, en la parroquia Corpus Christi en Miami. Concelebraron con el Arzobispo, el p‡rroco, el vicario y los sacerdotes en residencia en la parroquia y otros sacerdotes invitados.
Un día como hoy, en 1924, el Papa Pío XI, a través del Breve Inter frugíferas, otorgó la aprobación canónica a perpetuidad de la asociación seglar iniciada en 1911 por San Pedro Poveda, con el ánimo de transformar la sociedad a través de la cultura, y de una educación desde los valores cristianos. Inspirada en la vida y espiritualidad de Santa Teresa de Jesús, esta institución se ha dedicado a la misión educativa y de promoción humana, trabajando desde sus inicios en favor de las personas excluidas y de los más vulnerables. Debe destacarse que aquella aprobación canónica representó en su momento un reconocimiento significativo a la labor apostólica de los laicos en medio de la sociedad, un rol y una misión que, con el tiempo, serían ratificados y promovidos definitivamente por el Concilio Vaticano II.
Con aquel reconocimiento papal, la Iglesia valoraba la extraordinaria labor educativa y misionera del Padre Poveda, quien años más tarde abrazaría el martirio, un 28 de julio de 1936, durante la violenta persecución religiosa que sacudió España. Como recordaba San Juan Pablo II en la ceremonia de canonización, “San Pedro Poveda, consciente de la importancia del papel de la educación en la sociedad, llevó a cabo una importante tarea humanitaria y educativa entre los marginados y los necesitados (…) convencido de que los cristianos deben aportar valores esenciales y compromiso a la construcción de un mundo más justo y solidario” (Homilía de San Juan Pablo II, Plaza de Colón, Madrid, 4 de mayo de 2003).
Es este mismo legado, cien años después, el que continúa animando la acción teresiana en alrededor de treinta países, en cuatro continentes. De esta manera, inspirados por el ejemplo del P. Poveda, más de 3,000 mil hombres y mujeres integrados en diversas asociaciones, viven cada día su compromiso en el servicio a los más necesitados en el campo educativo y cultural, poniendo especial atención en la formación de nuevos educadores, el acompañamiento familiar y juvenil, así como otras tantas iniciativas y proyectos de acción social.
La Palabra de Dios en este día nos invita a reflexionar sobre nuestra gran responsabilidad en la misión evangelizadora de la Iglesia y nuestro compromiso profético en medio del mundo. En efecto, como nos recuerda la Fiesta del Bautismo del Señor que mañana celebraremos, hemos sido llamados, ungidos y enviados a proclamar los valores del Reino de Dios y su justicia. Misión profética en favor de la dignidad de toda persona humana, que, en medio de los graves desafíos de nuestro tiempo, solo podremos realizar con la ayuda de Aquel que un día nos llamó.
La primera lectura nos muestra cómo Dios escoge al profeta Jeremías, y lo consagra, antes de nacer, dándole la misión de ser su mensajero. Jeremías, al igual que nosotros en muchas ocasiones, se siente insuficiente, indigno de la tarea encomendada. Sin embargo, Dios lo anima y fortalece con su palabra: “No digas: Soy un niño, porque a dondequiera que te envíe irás”. Esta misma confianza en la elección divina está en el fundamento de la vocación teresiana y en la intuición fundacional del P. Poveda. Él, inspirado por el Espíritu Santo, quiso formar laicos que, conscientes de sus propias limitaciones y en continuo espíritu de conversión, fueran sal y luz, instrumentos del amor de Dios y de la transformación social a través de la educación y la cultura.
En el Evangelio proclamado, Jesús nos llama a ser sal de la tierra y luz del mundo, mandato que resuena profundamente en el carisma teresiano. Como sal, la Institución Teresiana aporta el sabor del Evangelio en la educación, la cultura y la vida profesional. Como luz, testimonia la verdad, la justicia y el respeto a la dignidad humana, iluminando los retos y desafíos de nuestro tiempo. Llevando el Evangelio de Jesucristo a los lugares donde se construye el futuro: las aulas, las instituciones, y todos los espacios posibles dentro de la sociedad.
Celebremos, pues, una historia de fidelidad y fecundidad, recordando con gratitud a tantos miembros de la familia teresiana que, a lo largo de estos cien años, han sabido ser sal de la tierra y luz del mundo. Como decía el P. Poveda: “La sal sazona lo desabrido. Esta es la misión (del miembro de la Institución): sazonar lo desabrido allí donde va, en el sitio en donde vive, a las gentes con quienes trata (…) Y así como la sal que no sirve para salar, para nada sirve, quien no cumple su misión (...), para nada sirve en la Obra”.
Que la intercesión de la Santísima Virgen María y el testimonio de santidad de San Pedro Poveda, Victoria Díez y Josefa Segovia Morón, los inspiren y fortalezcan en su misión de ser sal de la tierra y luz del mundo, para seguir comunicando el esplendor de la Verdad a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Amén.