By Archbishop Thomas Wenski - The Archdiocese of Miami
En los meses de mayo y junio, muchos de nuestros sacerdotes de la Arquidiócesis de Miami celebran los aniversarios de sus ordenaciones. Así como el corazón de Jesús se conmovió de compasión ante los afligidos y los abandonados, como ovejas que no tienen pastor, así también el corazón del sacerdote debe conmoverse. La caridad pastoral �y no el deseo de fama o de fortuna� nos debe motivar a cada uno de nosotros en nuestro ministerio.
Cuando Jesús comisionó por primera vez a sus apóstoles, les dijo: “Al ir proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Curen enfermos, resuciten muertos, purifiquen leprosos, expulsen demonios”. (Mt. 10:7-8) Toda una descripción del trabajo de los apóstoles, y del nuestro: el de los sacerdotes.

Fotógrafo: FILE PHOTO
El Arzobispo Coleman Carroll, fundador de la Dióceses de Miami, confiere la ordenación sacerdotal a su eventual sucesor, Thomas Wenski, en mayo de 1976.
Para un sacerdote, este trabajo consiste en “curar a los enfermos”: es decir, el de atender a todos los enfermos y los lastimados, sanando su aislamiento con una visita y llevando coraje a quienes son débiles. Un sacerdote debe “resucitar” a los muertos: es decir, devolver la esperanza a quienes están abrumados por el desaliento y la derrota. Un sacerdote debe purificar a los “leprosos”: es decir, ser amigo del forastero, extender la mano de la amistad a los marginados y rechazados. Un sacerdote debe expulsar a los “demonios”, ayudando a las personas a lidiar con las diversas adicciones que les afectan, y no dejando de hacer frente a cualquier “demonio” personal que pueda amenazar la integridad de su propio compromiso.
Que durante este Año de la Misericordia podamos nosotros, los sacerdotes, recordar que la unción que hemos recibido no está destinada sólo para perfumarnos sino, como el Papa Francisco nos recuerda, para “los pobres, los presos, los enfermos, los angustiados y los que están solos”. El Papa insiste en que un sacerdote no debe construir muros, sino puentes. Y nos ha invitado a todos a “salir de las sacristías y a salir a las periferias, donde las personas de fe están más expuestas a la embestida de quienes quieren derribar su fe”.
San Pablo dice: “Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria: es más bien un deber que me incumbe. ¡Ay de mí si no predico el Evangelio!”. (1 Cor. 9:16) Nosotros, los sacerdotes, llevamos el gran tesoro de nuestro sacerdocio en “vasijas de barro”, y resulta evidente que fuimos llamados a esta noble vocación a pesar de nuestra propia indignidad. Esto es tan cierto para nosotros como lo fue para Pedro y los Apóstoles. Simón Pedro le dijo a Jesús: “Apártate de mí, que soy un pecador”. Sin embargo, Jesús lo escogió a él como nos ha elegido a nosotros. Así, aunque Dios no llame a los más cualificados, Él quiere cualificar a los llamados, y para ello debemos someternos cada vez más a su voluntad.
El 15 de mayo, celebré mis 40 años como sacerdote. A excepción de los siete años en que he servido en Orlando como obispo, he pasado todo mi sacerdocio aquí, en la Arquidiócesis de Miami. Serví durante tres años como vicario parroquial en la parroquia de Corpus Christi y, a continuación, hasta mi ordenación como Obispo Auxiliar, trabajé como párroco de la comunidad haitiana en el Sur de La Florida durante 18 años.
Estos últimos 40 años han sido años de increíble gracia y bendición para mí. El protagonista de la famosa novela de Bernanos, Diario de un cura rural, dice: “Todo está en la gracia”. Por lo tanto, nosotros, los sacerdotes, podemos contar con las gracias extraordinarias del Señor Jesús, que permanece siempre cerca de nosotros. También contamos con la oración y la colaboración de los hermanos sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas; y, sobre todo, contamos con las oraciones de los fieles a los que debemos servir.
Al reflexionar sobre estos 40 años, siento ahondarse en mí la conciencia de cómo las oraciones y la colaboración de tantas personas llenas de gracia, han hecho posible que el Señor trabaje a través de mí, ayudándome �muchas veces a pesar de mí mismo� a enseñar, guiar y santificar a esa porción de la grey del Señor confiada a mi cuidado.
Oremus pro invicem. Oremos los unos por los otros.
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