By Emilio de Armas - La Voz Catolica
Una de las peores lacras de la actual vida estadounidense —las súbitas matanzas de personas reunidas en lugares públicos, a manos de asesinos tan imprevisibles como bien armados— ha escalado hasta convertirse en un cáncer social, sin que hasta ahora haya sido posible tomar medidas eficaces para prevenirlas o, al menos, lograr que disminuyan en frecuencia y mortalidad. Y muchas de estas matanzas —como las ocurridas recientemente en Gilroy, El Paso y Dayton— tienen su origen en el racismo, la xenofobia, la homofobia o el simple y ciego odio contra los otros, que en algunos casos han llegado a ser niños o jóvenes estudiantes, en francas manifestaciones de una verdadera esquizofrenia social. Y ante horrores tales, se repite la consigna de que “no son las armas quienes matan a las personas, sino las personas"..., como si para que un solo individuo pueda exterminar en unos segundos a varias decenas de personas, no fuera necesaria un arma de calidad y costo elevados. Y con cada nueva matanza, la venta de armas de calidad y costo elevados se multiplica. Y estos episodios de violencia han sido aprovechados por algunos promotores de las armas, y del control armado sobre la sociedad, para proponer la presencia de personal paramilitar en las escuelas y otros lugares públicos.
Pero la violencia, que antes parecía historia de la expansión hacia el Oeste, y de algunas ciudades extremadamente populosas o de barrios marginales, se ha extendido no sólo a cualquier parte del país, sino a casi todas las esferas de su vida. Las campañas políticas son una prueba de ello: el denuesto suele reemplazar al argumento, y la ofensa bruta a la ironía inteligente.
El concepto de verdad demostrable ha perdido, en muy poco tiempo, una gran parte de su peso a la hora de exponer y defender una opinión o de sustentar un hecho, mientras que la afirmación autoritaria se va imponiendo en el discurso político estadounidense, algo que apunta hacia el crecimiento de tendencias totalitarias en el desarrollo de la sociedad.
Por obra del discurso oficial, los inmigrantes y sus descendientes se han convertido en presuntos “ladrones, violadores, asesinos y narcotraficantes”, y para disuadir a aquéllos de ingresar en los Estados Unidos en busca de libertad, seguridad y oportunidades económicas para ellos y sus familias, se les somete ahora no a los justos y necesarios procesos legales de inmigración o deportación, sino a severas condiciones de detención y castigo, entre las cuales ha sobresalido la medida de separar a los padres de sus hijos, con el resultado de que algunos de éstos difícilmente volverán a reunirse con aquéllos. Varios niños han muerto bajo la custodia de las autoridades de inmigración, y la culpa se ha lanzado sobre la irresponsabilidad de sus padres al traerlos consigo, como si los carceleros fueran ángeles de la guarda.
Estados Unidos tiene una hermosa historia basada en los valores de la compasión y la generosidad, que son piedras angulares del cristianismo. Pero ningún país puede sobrevivir a la negación sistemática de su historia y sus valores, y esto es lo que está ahora en juego.
¡Basta ya de matar a inocentes!
Editor de La Voz
Católica
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