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Columns | Saturday, March 18, 2023

En nombre de 'los pequeños, los últimos, y los perdidos'

Columna del Arzobispo Wenski para la edición de marzo 2023 de La Voz Católica

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El 8 de marzo, al comienzo de la sesión legislativa de nuestro Estado, unos cuantos católicos que representaban a las siete diócesis de La Florida viajaron a Tallahassee, la capital del Estado, para participar en los Días Católicos en el Capitolio. Coordinados por la Conferencia Católica de La Florida, estos hombres y mujeres pasaron un día completo “cabildeando” con los senadores y legisladores estatales (o con su personal) sobre una variedad de temas de interés para la Iglesia en La Florida.

Posteriormente, se unieron a mí y a los demás obispos de La Florida en una “Misa Roja”, concelebrada en la Concatedral de St. Thomas More, para invocar la asistencia del Espíritu Santo en favor de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial de nuestro gobierno estatal. La mayoría de los funcionarios electos están agradecidos por las oraciones, aunque no siempre están de acuerdo con nuestras posiciones, o nosotros con las de ellos. Y muchos asisten a la Misa cada año.

Durante nuestros Días Católicos, abogamos por una mayor protección para los no nacidos, por los derechos de los padres a participar en la educación de sus hijos, y por su derecho a elegir escuelas católicas y aprovechar la asistencia de becas de matrícula. Abogamos por el fin de la pena capital, y nos opusimos a los esfuerzos para rescindir el requisito de que el fallo de un jurado sea unánime para imponer una sentencia de muerte. Cuestionamos la expansión de los préstamos del día de pago, que a menudo se convierten en “trampas de pobreza” debido a las usureras tasas de interés. Aplaudimos los esfuerzos para ampliar las viviendas asequibles y apoyamos los esfuerzos de conservación para proteger el medio ambiente y restaurar los Everglades, tan necesarios para las generaciones futuras en el Sur de La Florida.

También planteamos serias preocupaciones sobre las propuestas que criminalizarían la “empatía”, mediante una legislación draconiana dirigida contra los inmigrantes irregulares. Si esta legislación se aprueba según lo propuesto, nuestra familia, amigos y vecinos, correrán el riesgo de ser acusados de un delito grave por llevar a cabo cosas de la vida cotidiana, como transportar a un niño del vecindario a la práctica de fútbol, o que un abogado lleve a su cliente a la corte de inmigración. Estos proyectos de ley convertirían a La Florida, saludada por algunos como el “más libre de los Estados”, en un Estado de vigilancia y, en última instancia, dañarían a todos los floridanos, al erosionar la seguridad pública, aumentar la discriminación racial y destruir la confianza pública en nuestras comunidades.

Algunos pueden preguntarse por qué la Iglesia se preocupa por cuestiones tan “mundanas”. Después de todo, ¿no es nuestra misión ayudar a las personas a llegar al cielo? Ciertamente, pero un rico cuerpo de enseñanzas de la Iglesia, incluidas las encíclicas papales, las declaraciones de los obispos y las cartas pastorales, ha reforzado constantemente nuestra obligación moral de tratar a "los más pequeños de sus hermanos" como trataríamos a Cristo mismo.

Nuestra misión es ayudar a todos, pero especialmente a los "más pequeños, los últimos y los perdidos", a llegar al cielo. Pero la “carretera” al cielo es esta vida. Y como Iglesia debemos preocuparnos por las condiciones a lo largo de esta carretera, no sea que obstáculos, baches u otros peligros (pobreza, guerra, discriminación injusta, etc.) puedan hacer que nosotros o nuestros semejantes nos salgamos del camino, y nos derrumbemos antes de llegar a nuestro destino celestial. Entonces, para ayudar a las personas a llegar al cielo, debemos tratar de promover la justicia y las condiciones que favorezcan el florecimiento humano.

En los Días Católicos, instamos a nuestros funcionarios electos a resistir ese razonamiento reduccionista, que convertiría a un ser humano en un "problema". Los sucesivos genocidios del siglo XX fueron el resultado de ese pensamiento reduccionista. Pensar en un ser humano como un “problema” ofende la dignidad de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, por lo que ningún hombre o mujer debe ser reducido a ser un “problema”.

El niño por nacer no es un problema, sino un bebé que debe ser protegido por la ley y bienvenido en la vida; el anciano frágil o el niño con necesidades especiales, no es un problema, sino que debe ser reconocido como alguien que puede amar y ser amado; incluso el criminal, a pesar del horror de su crimen, sigue siendo un ser humano (y por eso debe ser tratado con dignidad incluso en su castigo, y por eso también trabajamos para acabar con la pena capital). Y aunque nuestro quebrado sistema de inmigración es problemático, los migrantes en sí mismos no son "problemas"; “extranjeros” tal vez, pero “extranjeros” para ser abrazados como hermanos y hermanas.

Como escribieron los Padres del Concilio Vaticano II en la constitución pastoral Gaudium et Spes: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón”.

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