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Homilies | Friday, October 28, 2016

¡O Jesús! Confiamos en ti

Homilía del Arzobispo Wenski en la ceremonia 'Faustinum' de la Divina Misericordia

El Arzobispo Thomas Wenski predicó esta homilía en la Misa y ceremonia de Faustinum que inauguró el Congreso del Año Santo del Jubileo de la Divina Misericordia, el 28 de octubre en la iglesia St. Brendan en Miami.

Dice San Pablo a Timoteo al hablar de su conversión, “…antes fui blasfemo y perseguí a la Iglesia con violencia, pero Dios tuvo misericordia de mí… y la gracia de nuestro Señor se desbordó sobre mí al darme la fe y el amor que provienen de Cristo Jesús”.

“Dios tuvo misericordia de mí”. Como San Pablo llegó a reconocer en camino a Damasco, la misericordia de Dios tiene un nombre, la misericordia de Dios tiene un rostro: el nombre y el rostro es el de Jesucristo, quien nos amó “hasta el fin”. Y ese encuentro con Jesús Resucitado le cambió la vida. De verdad, la gracia se desbordó. Y procurar que la gracia se desborde sobre nosotros, dándonos la fe y el amor, es el fin de cualquier asociación o movimiento eclesial. Encontrarnos con la Divina Misericordia que es Jesucristo resucitado de entre los muertos es cambiarnos la vida. ¡O Jesús! Confiamos en ti.

Ingresar al “Faustinum” quiere decir acercarse más a Jesús a través del ejemplo y los mensajes de Sor Faustina Kowalska. La Hermana Faustina fue una monja sencilla en Polonia. Y es para nosotros un gran placer que nos acompañan en esta Misa monjas de la misma congregación de Sor Faustina que han venido desde Polonia para estar con nosotros. (Y por supuesto, yo estoy más contento todavía en darles la bienvenida, pues yo también soy de ascendencia polaca.)

Recuerdo la primera vez que aprendí algo de esta devoción cada día más popular, la devoción a la Divina Misericordia y la coronita asociada a la misma. Fue en el año 1976. Yo era un sacerdote recién ordenado de unos 26 años y me tocaba a mí llevar la comunión cada mes a la casa de una ancianita polaca. Ella siempre tenía en su mano una estampita de la Divina Misericordia representada tal como la pidió Sor Faustina. Y cada vez que la visitaba ella me regalaba un folleto que contenía las oraciones de la coronita. En aquel entonces, esta devoción aun no gozaba del visto bueno de Roma. Esto se debió a una pobre traducción al italiano del Diario de Sor Faustina. Pero, como ustedes ya saben, finalmente con una nueva traducción en mano Roma se pronunció en su favor – gracias a las intervenciones del Arzobispo de Cracovia quien en aquel entonces era Karol Wojtyla.

Luego, Karol Wojtyla se convirtió en Juan Pablo II. El solía decir que no hay coincidencias, solo manifestaciones de la divina providencia. Y como otra prueba de que lo que decía el Papa es justo, en la fiesta de la Divina Misericordia, el segundo domingo de Pascua del 2014, Juan Pablo II fue canonizado santo – en la misma fiesta de la Divina Misericordia en la cual fue beatificado por Benedicto XVI, y en ese mismo domingo en el que el mismo Juan Pablo II canonizó a Sor Faustina Kowalska en el año 2000.

En su Diario, ella escribió cómo escuchó a Jesús pedirle, “… cuéntale a todo el mundo sobre Mi inconcebible misericordia… No dejes que ningún alma tema acercarse a Mí, aunque sus pecados sean como la escarlata…. La humanidad no tendrá paz hasta que se vuelva a la Fuente de Mi Misericordia”. (Diario 699)  

La Fiesta de la Divina Misericordia – y la devoción popular de la coronilla asociada con ella – nos ayudan a ahondar más profundamente en el Misterio Pascual de la Muerte y Resurrección del Señor y destaca la primacía de la gracia en la historia de nuestra salvación. Como nos ha recordado el Papa Francisco durante este año de la misericordia, la salvación no es algo que “ganamos”, es completamente un regalo, un regalo dado por el amor incansable de Dios.  

Después de su muerte en la Cruz, los discípulos – tristes y agobiados – se retiraron al cenáculo donde habían comido la Última Cena con el Señor. Y nos cuentan los evangelios que las puertas estaban cerradas porque tenían miedo de los judíos. Y el Resucitado aparece en medio de ellos – y les regala “la paz” y luego les da a ellos el poder de ser hacedores de paz, concediéndoles la autoridad de perdonar todos los pecados de los que se hayan arrepentido.  

“Aquéllos cuyos pecados habrán de perdonar, serán perdonados”. Jesús mostró Su poder sobre el pecado y la muerte no sólo cuando resucitó de la muerte el Domingo de Pascua; también mostró Su poder resucitándonos a nosotros de la muerte del pecado por medio del Sacramento de la Penitencia, el tribunal de Su Divina Misericordia. Gracias a este sacramento también podemos decir con San Pablo, “Dios tuvo misericordia de mí” pues su gracia siempre es más grande que nuestras desgracias. No hay pecado, ni ofensa, ni acto depravado que esté más allá del poder de Su amor, de Su misericordia.

Hoy celebramos la fiesta de dos de los 12 apóstoles que Jesús escogió para pregonar la buena nueva hasta los confines de la tierra, Santos Simón y Judas Tadeo. Como los otros fueron personas ordinarias personas – y por supuesto, tenían sus fallos – sin embargo, el Señor los había llamado y les entregó una misión extraordinaria. Así, nos llama el Señor y también nos ha confiado esa misión de ser apóstoles de la divina misericordia. 

En la coronilla, rezamos, Por Su dolorosa pasión, ten misericordia de nosotros y de todo el mundo”. Su misericordia nos restaura a la vida, su misericordia nos libera de nuestros rencores y resentimientos y nos da la paz, la paz que el mundo no puede dar.

Consolados por el mensaje de Sor Faustina sobre la Divina Misericordia, y convencidos como fue San Pablo que Dios tuvo misericordia de nosotros, que le hagamos “frente con confianza en la divina benevolencia, a las dificultades y a las pruebas que la humanidad experimentará en los años por venir.”

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