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Columns | Wednesday, April 13, 2016

La Alegr�a del Amor invita a las familias a ir �de la desventura a la bienaventuranza�

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Incorporando las reflexiones y los puntos de vista de sus hermanos obispos, dados en dos sínodos sobre la familia realizados en 2014 y 2015, el Papa Francisco analiza los diversos desafíos que enfrentan el matrimonio y la familia en el mundo de hoy en su Exhortación Apostólica Amoris Laetitia, “La Alegría del Amor”. En un momento en que hay mucha confusión en la sociedad sobre el significado del matrimonio, la familia y el amor humano, el Papa, citando con frecuencia a sus predecesores, reafirma los aspectos esenciales de la enseñanza de la Iglesia sobre la materia.

Las familias estables, insiste, son “los componentes básicos de una sociedad sana y un lugar donde los niños aprenden a amar, respetar e interactuar con los demás”. Sin embargo, recordando la imagen de la Iglesia como un “hospital de campaña,” el Pontífice trata con gran sensibilidad a quienes representan los “daños colaterales” sufridos como consecuencia de los cambios sociales y culturales que han puesto en peligro el matrimonio y debilitado las relaciones familiares.

Como el Buen Samaritano que atendió al hombre que cayó en manos de ladrones, la Iglesia —nos recuerda Francisco— debe atender misericordiosamente y con compasión a los heridos, aplicándoles el bálsamo curativo de la gracia de Cristo.

Según las estadísticas, menos de la mitad de los hogares de Estados Unidos se componen hoy en día de parejas casadas. Por primera vez en la historia, hay más personas no casadas que casadas. Ponemos en esta categoría a los que nunca se han casado, a lo que aún no se han casado, y a los que ya no están casados.

Hoy en día, los jóvenes tienen dificultades para comprometerse con la vocación de ser un esposo o una esposa, un padre o una madre. Esto lo vemos en el número de jóvenes que se resisten no sólo a casarse en la Iglesia, sino incluso de manera civil. A veces, esto se debe a las duras realidades económicas —en que la falta de oportunidades de empleo, vivienda asequible, etc., hacen que sea difícil para los jóvenes el casarse y formar una familia. También, a veces, las personas aceptan acríticamente una visión secularizada del mundo —tal como lo es la prevalencia del hiperindividualismo de nuestra cultura actual—, que sostiene que los compromisos permanentes son imposibles o excesivamente gravosos.

El Evangelio de Jesús, para usar una imagen tomada de San Pablo, es como una espada de doble filo, pero esta espada no corta para ahondar más la herida, sino para sanarla: corta hasta la realidad y la separa, por así decirlo, en dos destinos distintos: uno de beatitud y uno de aflicción. Como dice Jesús en el Sermón del Llano: “Bienaventurados sois”, pero también: “¡Ay de vosotros”.

“Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios”. Pero también: “¡Ay de vosotros, los ricos, porque ya tuvisteis vuestro consuelo”. (Lucas 6:20-26.)

Por supuesto, Jesús no habla simplemente en términos sociológicos. Una de las razones por las que encontramos las Escrituras tan difíciles de entender, es que ya no estamos acostumbrados al “lenguaje religioso”. Con esto, quiero decir a un lenguaje que nos pregunta acerca de significados últimos, un lenguaje que nos lleva a lo sobrenatural. En un mundo secularizado, nos va bien con una forma psicológica o sociológica de hablar; lo teológico y lo filosófico son algo un poco más difícil.

Y por ello es tan importante entender que Jesús no está simplemente canonizando a todos los pobres, a todos los hambrientos —del mismo modo que no demoniza a todos los ricos. Él está haciendo una distinción que es más profunda que la comprensión simplemente sociológica de la pobreza y la riqueza; una distinción que consiste en saber dónde ponemos nuestra confianza, y sobre qué tipo de cimientos estamos construyendo la casa de nuestra vida: sobre cimientos efímeros o sobre cimientos permanentes.

O se vive por Dios y para Dios, o se puede tratar de vivir por uno mismo y para uno mismo. Ésta es la opción fundamental del drama que es la vida humana. En este drama, sin duda, la crisis del matrimonio y de la vida familiar como secuela de la “revolución sexual” de la década de 1960, ha engendrado una “letanía de desventuras.” Y sin Jesús, todo drama humano terminará en tragedia.

Sin embargo, como el gran poema de Dante lo ha expresado, la historia de la humanidad está destinada a ser una Divina Comedia. Una comedia dramática, por supuesto, no consiste en el humor grueso y rampante, sino que implica un inesperado revés de la fortuna, un giro positivo de los acontecimientos; en este caso, para llevarnos, a pesar del “desorden” de nuestras vidas, de “desventurados” a “bienaventurados”.

Y ésta es la invitación de Jesús: Él nos llama a entrar en el drama de su propia vida, de manera que a través de su cruz y de su resurrección —lo cual nos exige un morir a nosotros mismos, o conversión— podamos conocer la Alegría del Amor.

Comments from readers

Cordy - 04/22/2016 05:13 AM
Thanks for shgrina. What a pleasure to read!

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