By Archbishop Thomas Wenski - The Archdiocese of Miami
Como cat�licos, procuramos hacer la voluntad de Dios y estamos llamados a examinar frecuentemente nuestras conciencias. De hecho, un examen de conciencia diario, en el cual revisemos nuestro d�a a la luz del Evangelio, es tan importante para nuestro bienestar espiritual como un examen f�sico de rutina es importante para nuestra salud corporal. Pero vale la pena enfatizar que estamos llamados a examinar nuestra conciencia �a la luz del Evangelio�.En las �ltimas d�cadas hemos experimentado �tanto en la sociedad como en la Iglesia� una crisis del significado de conciencia. En la Iglesia, �seguir tu conciencia� lleg� a ser el c�digo para favorecer las preferencias personales en contra de las ense�anzas de la Iglesia, especialmente en lo que se refiere a la sexualidad, la bio�tica, las segundas nupcias y la comuni�n.
Desde 1968, cuando el Papa Paulo VI public� Humanae Vitae, el desacuerdo general ha sido justificado frecuentemente por las apelaciones a la supuesta supremac�a de la conciencia sobre la obediencia a la autoridad de la Iglesia.
La frase �Sigue a tu conciencia� fue utilizada como una �v�a de escape� para eludir la responsabilidad de seguir una ense�anza particularmente severa o profunda, y as� reclamar la �inmunidad� ante el argumento razonado o la ley moral.
�Sigue a tu conciencia� ha sido, tal vez, el consejo m�s perjudicial que se haya dado en la era que sigui� al Vaticano II. Ha llevado a tomar muchas decisiones personales desastrosas, y ha tra�do ruina a la vida pastoral de la Iglesia.
Aunque la �libertad de conciencia� ha sido justamente enfatizada (pues es una ofensa contra la dignidad de la persona humana el obligarla a actuar contra su conciencia), la conciencia no es �libre� de ser indiferente a las verdades morales o a las normas objetivas, tal como un cuerpo f�sico no es �libre� de ignorar las leyes de la gravedad. Si la conciencia va a ser algo m�s que una �gu�a ciega�, debe significar algo m�s que las inclinaciones subjetivas o las preferencias personales de uno. Si la conciencia va a guiar a la mente humana en la elecci�n del bien o de lo que es de Dios, debe estar bien formada para mediar con precisi�n y aplicar la �ley natural� escrita en el coraz�n humano.
Todo ser humano est� obligado a buscar, aceptar y vivir fielmente la verdad. En otras palabras, tenemos el deber de formar e informar correctamente a nuestra conciencia: asumir la responsabilidad de nuestras acciones y tratar de distinguir siempre la opci�n correcta, forma parte del desaf�o que significa la madurez humana.
Para cumplir con ese desaf�o, los cat�licos no pueden prescindir libremente del Magisterio de la Iglesia, de su autoridad en la ense�anza de la fe y la moral. Como cat�licos, procuramos formar e informar nuestra conciencia mediante la obediencia de la fe, sometiendo nuestra experiencia, conocimientos y deseos al juicio del Evangelio.
Como el Concilio Vaticano II nos ense�a, la conciencia debe formarse y educarse adecuadamente para garantizar que est� �debidamente conforme con la ley divina, y sometida al Magisterio de la Iglesia, que interpreta aut�nticamente esa ley a la luz del Evangelio�. El Evangelio no sobrecarga a la conciencia, sino que la �ilumina� y as� permite que ella crezca hacia una madurez m�s plena �y hacia la libertad. La fe y las doctrinas de la Iglesia son normativas para cualquier persona que desee pertenecer a ella. Una vez que pertenecemos a ella, ciertas pr�cticas y creencias �vienen con el paquete�, por decirlo as�. Es por esto que podemos decir que no se puede estar a favor del aborto y ser cat�lico �o a favor de la eutanasia, o a favor de la clonaci�n o a favor de los matrimonios homosexuales.
El Papa Juan Pablo II, en Veritatis Splendor, reafirm� la ense�anza del Concilio Vaticano II seg�n la cual Cristo y la Iglesia pueden ense�ar, tienen que ense�ar y, definitivamente, ense�an en cuestiones morales. Una conciencia cristiana bien formada estar� conformada por tales ense�anzas autorizadas. Y por lo tanto, estamos llamados a �examinar nuestras conciencias� a la luz del Evangelio, siempre listos para reformarnos a nosotros mismos de acuerdo a la mente de Cristo, tal como la Iglesia la trasmite aut�nticamente.