By Archbishop Thomas Wenski - The Archdiocese of Miami
Durante la temporada de Navidad, nuestra atenci�n se dirige al Nacimiento. Hoy en d�a el Nacimiento, o la escena de la Natividad, ha sido ampliamente desterrado de la vista p�blica, ya sea en los parques de nuestras ciudades o incluso en las propiedades privadas de los centros comerciales. Sin embargo, en miles de iglesias, desde las grandes bas�licas hasta las humildes capillas rurales, hay un Nacimiento que realza la decoraci�n lit�rgica habitual. Incluso muchos de nuestros hermanos protestantes, que normalmente tienden a ser iconoclastas, exponen con orgullo, en sus locales de culto, un Nacimiento, tradici�n que se origin� con un santo cat�lico, Francisco de As�s.En el Evangelio de Lucas, el �ngel dice a los pastores: �Encontrar�is un ni�o envuelto en pa�ales y acostado en un pesebre�. Dicen que una imagen vale m�s que mil palabras, y en el arte de la Iglesia, los �conos se pintan de manera que expresen la Palabra de Dios a trav�s de los signos y los s�mbolos representados por medio del talento del artista. El Nacimiento, por muy elaborado o sencillo que sea, es el ��cono� m�s importante de la Navidad, el que nos habla, a trav�s de todas las �pocas y en todas las culturas, de la Buena Nueva.
Vemos a los animales, a los pobres pastores; vemos a la madre que acaba de dar a luz. Vemos al asombrado pero protector Jos�. Y vemos al ni�o, reposando en un pesebre, es decir, en el sitio donde se da de comer a los animales. �Qui�n podr�a imaginar que este peque�o es el Hijo del Alt�simo? S�lo ella, su madre. Mirando a su reci�n nacido con los ojos de la fe, Mar�a sabe la verdad y guarda el Misterio.
Hoy en d�a, tambi�n nosotros podemos participar de su mirada, y ver a este ni�o a trav�s de sus ojos �a trav�s de los ojos de esa fe sencilla y firme� y reconocer as� en este ni�o el rostro humano de Dios.
De este modo, la Navidad es una verdadera escuela de fe y de vida, un campo de entrenamiento donde podemos aprender la verdad y convertirnos, con Mar�a, en guardianes del Misterio. Ella fue la primera disc�pula, porque ella fue la primera persona que escuch� la Palabra y la obedeci�. Por lo tanto, ella es considerada con raz�n por todas las generaciones como bendita entre todas las mujeres. En esta escuela de fe y de vida que es la Navidad, nosotros tambi�n podemos llegar a ser como Mar�a y asumir los riesgos y las alegr�as del discipulado.
El Beato Juan Pablo II reconoci� el poderoso simbolismo del Nacimiento. �l dio inicio a la costumbre de montar uno bastante grande, durante cada temporada de Navidad, en medio de la Plaza de San Pedro. Hace algunos a�os, en una misa de medianoche, mientras miraba al Cristo ni�o con los penetrantes ojos de la fe, esos ojos que reflejaban tan bien los ojos de Mar�a, los ojos de un verdadero disc�pulo, el Papa Juan Pablo II dijo :
�El ni�o acostado en un humilde pesebre: �sta es la se�al de Dios. Los siglos y los milenios pasan, pero queda la se�al, y sigue siendo v�lida tambi�n para nosotros, los hombres y las mujeres del tercer milenio. Es un signo de esperanza para toda la familia humana; un signo de paz para quienes sufren conflictos de todo tipo; un signo de libertad para los pobres y oprimidos; un signo de misericordia para aquellos que est�n atrapados en el c�rculo vicioso del pecado; un signo de amor y de consuelo para quien se siente solo y abandonado. Una se�al peque�a y fr�gil, una se�al humilde y silenciosa, pero llena del poder de Dios, que por amor se hizo hombre�.
�Es de extra�ar que el Nacimiento siga siendo el ��cono� m�s importante de la Navidad? �Es de extra�ar que el Nacimiento, aunque haya sido puesto a un lado en las celebraciones seculares de esta �temporada de vacaciones�, siga invitando a la contemplaci�n y nos lleve, a quienes lo miramos con los ojos de la fe, a orar desde la plenitud del asombro?
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Fr. Luis