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Statements | Friday, September 02, 2011

El trabajo no es s�lo para "obtener m�s"

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En el Día del Trabajador, rendimos homenaje al hombre (y a la mujer) que trabajan, y a la dignidad del trabajo humano. El trabajo, en el plan de Dios, no es un castigo por el pecado, sino el medio para que los hombres y las mujeres participen en la propia obra creadora de Dios. A través del trabajo, necesariamente, tratamos de satisfacer nuestras necesidades materiales y de proveer a nuestras familias; pero a través del trabajo, también tratamos de contribuir a nuestras comunidades. Por lo tanto, nuestro trabajo, como participación en la continua creación de Dios, promueve el bien común y refleja nuestra dignidad humana.

Debemos acordarnos de la conexión que existe entre nuestro trabajo y la santidad: entre lo que la mayoría de la gente hace para ganarse la vida –es decir, nuestro empleo y el cumplimiento del propósito de Dios para nuestras vidas –es decir, nuestra vocación a la santidad. A la vista de los diversos escándalos de los últimos años en la Iglesia, en el mundo empresarial y en la política, debemos seguir oponiéndonos a lo que los obispos, en el Concilio Vaticano II, calificaron como “uno de los errores más graves de nuestro tiempo... la dicotomía entre la fe que muchos profesan, y la conducta cotidiana”.

En nuestra vida cotidiana, vivimos nuestra fe como trabajadores, cónyuges, padres, entrenadores, sacerdotes, amas de casa, empresarios, dirigentes obreros, estudiantes, profesores, agentes de bolsa, y de muchas otras maneras. Lo que debemos tratar de comprender es que lo que hacemos en nuestra vida cotidiana tiene un propósito moral: que lo que hacemos contribuye, o resta valor, a la creación de Dios y el bien común.

Sea cual sea nuestro trabajo o nuestro status, cada uno de nosotros está llamado por la fe a conformar el mundo en que vivimos y trabajamos. Cada uno de nosotros debe “tomar la cruz” y vivir lo que enseña nuestra fe acerca de la vida y la dignidad humana, la justicia económica y social, la reconciliación y la paz. Estamos llamados a aplicar nuestros valores y nuestros principios morales en nuestras vidas y en nuestro trabajo.

De esta manera, el trabajo que hagamos será honrado y conforme de nuestra dignidad como seres creados a la imagen y semejanza de Dios. El trabajo debe fortalecer nuestra vida familiar, proveernos de recursos y de respeto, de beneficios, y de servicios de salud para las familias. El trabajo debe mejorar a nuestras familias, nuestras comunidades y nuestra vida espiritual. El trabajo, digno del hombre, debe permitir que nosotros y nuestras familias vivamos con dignidad. En otras palabras, el trabajo debe ser un trabajo honrado, pero el trabajo también debe ser decente.
Hoy en día, el trabajo decente no está al alcance de mucha gente. Quienes reciben salarios más bajos, no tienen el trabajo decente que les daría los medios para satisfacer las necesidades básicas de sus familias. Una madre o un padre soltero con dos hijos, ganando el salario mínimo de $7.31 por hora y trabajando a tiempo completo, ganaría en un año $3,325 por debajo de la línea de pobreza federal. Y hoy en día, muchos trabajadores no pueden encontrar nada más que trabajos a tiempo parcial, por lo que al trabajar en dos empleos “para llegar al fin del mes”, pagan un precio significativo para el bienestar de sus familias y de ellos mismos.

En este Día del Trabajador, recordamos con reconocimiento las contribuciones del movimiento obrero de Estados Unidos a la obtención de mejores salarios y condiciones laborales para los trabajadores de nuestro país. La doctrina social católica ha apoyado, desde hace muchísimo tiempo, el derecho de los obreros a optar por organizarse en sindicatos. Pero los sindicatos pueden y deben ayudar a los trabajadores no sólo a “obtener” más, sino a “ser” más, mediante la búsqueda de una mayor participación y de una voz real, tanto en su centro de trabajo como en la sociedad.

Incluso quienes ocupan un nivel más alto en la escala económica, deben recordar que el propósito del trabajo es algo más que “obtener más”. Al tratar de satisfacer sus propias aspiraciones económicas, hasta quienes se encuentran relativamente acomodados pueden consumir mucho tiempo y energía en el trabajo, lejos de sus familias y lejos de su hogar, descuidando la crianza de sus hijos y el deber de contribuir a sus comunidades.

En este Día del Trabajador, reflexionemos seriamente sobre la manera de poner santidad e integridad en el trabajo que hacemos.

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