By Archbishop Thomas Wenski - The Archdiocese of Miami
En el D�a del Trabajador, rendimos homenaje al hombre (y a la mujer) que trabajan, y a la dignidad del trabajo humano. El trabajo, en el plan de Dios, no es un castigo por el pecado, sino el medio para que los hombres y las mujeres participen en la propia obra creadora de Dios. A trav�s del trabajo, necesariamente, tratamos de satisfacer nuestras necesidades materiales y de proveer a nuestras familias; pero a trav�s del trabajo, tambi�n tratamos de contribuir a nuestras comunidades. Por lo tanto, nuestro trabajo, como participaci�n en la continua creaci�n de Dios, promueve el bien com�n y refleja nuestra dignidad humana.Debemos acordarnos de la conexi�n que existe entre nuestro trabajo y la santidad: entre lo que la mayor�a de la gente hace para ganarse la vida �es decir, nuestro empleo y el cumplimiento del prop�sito de Dios para nuestras vidas �es decir, nuestra vocaci�n a la santidad. A la vista de los diversos esc�ndalos de los �ltimos a�os en la Iglesia, en el mundo empresarial y en la pol�tica, debemos seguir oponi�ndonos a lo que los obispos, en el Concilio Vaticano II, calificaron como �uno de los errores m�s graves de nuestro tiempo... la dicotom�a entre la fe que muchos profesan, y la conducta cotidiana�.
En nuestra vida cotidiana, vivimos nuestra fe como trabajadores, c�nyuges, padres, entrenadores, sacerdotes, amas de casa, empresarios, dirigentes obreros, estudiantes, profesores, agentes de bolsa, y de muchas otras maneras. Lo que debemos tratar de comprender es que lo que hacemos en nuestra vida cotidiana tiene un prop�sito moral: que lo que hacemos contribuye, o resta valor, a la creaci�n de Dios y el bien com�n.
Sea cual sea nuestro trabajo o nuestro status, cada uno de nosotros est� llamado por la fe a conformar el mundo en que vivimos y trabajamos. Cada uno de nosotros debe �tomar la cruz� y vivir lo que ense�a nuestra fe acerca de la vida y la dignidad humana, la justicia econ�mica y social, la reconciliaci�n y la paz. Estamos llamados a aplicar nuestros valores y nuestros principios morales en nuestras vidas y en nuestro trabajo.
De esta manera, el trabajo que hagamos ser� honrado y conforme de nuestra dignidad como seres creados a la imagen y semejanza de Dios. El trabajo debe fortalecer nuestra vida familiar, proveernos de recursos y de respeto, de beneficios, y de servicios de salud para las familias. El trabajo debe mejorar a nuestras familias, nuestras comunidades y nuestra vida espiritual. El trabajo, digno del hombre, debe permitir que nosotros y nuestras familias vivamos con dignidad. En otras palabras, el trabajo debe ser un trabajo honrado, pero el trabajo tambi�n debe ser decente.
Hoy en d�a, el trabajo decente no est� al alcance de mucha gente. Quienes reciben salarios m�s bajos, no tienen el trabajo decente que les dar�a los medios para satisfacer las necesidades b�sicas de sus familias. Una madre o un padre soltero con dos hijos, ganando el salario m�nimo de $7.31 por hora y trabajando a tiempo completo, ganar�a en un a�o $3,325 por debajo de la l�nea de pobreza federal. Y hoy en d�a, muchos trabajadores no pueden encontrar nada m�s que trabajos a tiempo parcial, por lo que al trabajar en dos empleos �para llegar al fin del mes�, pagan un precio significativo para el bienestar de sus familias y de ellos mismos.
En este D�a del Trabajador, recordamos con reconocimiento las contribuciones del movimiento obrero de Estados Unidos a la obtenci�n de mejores salarios y condiciones laborales para los trabajadores de nuestro pa�s. La doctrina social cat�lica ha apoyado, desde hace much�simo tiempo, el derecho de los obreros a optar por organizarse en sindicatos. Pero los sindicatos pueden y deben ayudar a los trabajadores no s�lo a �obtener� m�s, sino a �ser� m�s, mediante la b�squeda de una mayor participaci�n y de una voz real, tanto en su centro de trabajo como en la sociedad.
Incluso quienes ocupan un nivel m�s alto en la escala econ�mica, deben recordar que el prop�sito del trabajo es algo m�s que �obtener m�s�. Al tratar de satisfacer sus propias aspiraciones econ�micas, hasta quienes se encuentran relativamente acomodados pueden consumir mucho tiempo y energ�a en el trabajo, lejos de sus familias y lejos de su hogar, descuidando la crianza de sus hijos y el deber de contribuir a sus comunidades.
En este D�a del Trabajador, reflexionemos seriamente sobre la manera de poner santidad e integridad en el trabajo que hacemos.