Acojamos a Jes�s
Monday, December 25, 2017
Mary Ann Wiesinger
En el transcurso de mi vida, me he mudado muchas veces. Para mí, una de las cosas más difíciles de mudarse es hacer nuevos amigos. Desearía poder empacar a todas las personas maravillosas de mi vida, y llevarlas a todas partes. ¡Sería tremendo grupo! Sin embargo, en el dolor de tener que volver a comenzar, se esconde un regalo: el de recordar lo que se siente estar solo.
¿Cómo es que la “soledad” puede ser un regalo? Cuando la siento, quiero que termine. Es intensa y es fría, y me provoca esconderme. Sin embargo, una vez establezco amistades y comienzo a cultivar mi comunidad, comienzo a olvidar lo que se siente ser desconocido. Me siento tan cómoda en mi círculo agradable de risas y calidez, que no pienso mucho en aquellos que todavía pasan el tiempo en la soledad invernal.
Experimentar esa soledad me recuerda que hay muchas personas que probablemente se sientan de la misma manera. Las veo sentadas solas en la misa. Las veo en la tienda o en la calle. Y como recientemente experimenté el don de la soledad, siento el valor para acercarme a ellas, la mayoría de las veces con una sonrisa, con un cumplido, con una palabra de aliento. Esos pequeños detalles pueden marcar una gran diferencia en las personas.
El año pasado, durante la misa de Navidad, estaba sentada con un amigo que es ministro extraordinario de la Sagrada Comunión. Donde estábamos, había dos bancos enteros casi vacíos, pero debido a la forma de la iglesia, desde atrás no se sabía que había espacio libre. Le dije que invitara a algunas personas para que se sentaran. Fue hasta la parte posterior, donde había gente afuera y de pie, e invitó a una docena de personas a que se sentara al frente.
Después de la misa, una de las mujeres que se sentó vino llorando hasta nosotros. “Gracias”, nos dijo. “Estaba afuera, y ustedes me trajeron adentro. No saben lo que esto significa para mí”.
Puedo decir que se conmovió en su interior, y que algo sanaba mientras regresaba a arrodillarse, a llorar y orar un poco más.
A veces resulta difícil arriesgarse para acercarse a otra persona. ¿Qué pasa si cree que estamos entremetiéndonos, o qué tal si nos dice que nos ocupemos de nuestros propios asuntos? Mi conclusión es que el riesgo de dejar a alguien en el frío es mucho mayor que la pequeña incomodidad que pueda sentir ante un posible rechazo. Como cristianos, como aquellos que hemos experimentado el amor, es nuestro deber hacer que la gente se sienta acogida, que conozca la cercanía de Dios.
Nuestras iglesias deben ser el lugar donde nos sintamos más acogidos, como en nuestro hogar, como parte de una familia. Y muchas veces, no lo son. Este es el desafío que presento para todos nosotros en esta Navidad y el Año Nuevo: arriesguémonos a confraternizar con alguien que no conocemos. Alentemos a un padre o una madre que esté luchando con un niño quisquilloso. Sonriamos a una persona que se vea triste. Invitemos a la persona que se ha sentado sola, a desayunar con nuestros amigos o familiares. Díganle a alguien que se vea incómodo, de pie allí en la iglesia: “¡Estamos contentos de que estés aquí!”
Permitan que Dios les utilice para tocar a alguien con su amor en esta temporada de la Navidad. Esto es lo que significa recibir a Jesús en nuestros corazones: acoger a las personas que Él coloca en nuestras vidas.
“No debemos permitir que alguien se aleje de nuestra presencia sin sentirse mejor y más feliz”. - Santa Teresa de Calcuta
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