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Estamos terminando el tiempo litúrgico de Navidad. La Liturgia navideña cubre la vida del Señor desde su nacimiento hasta el Bautismo en el Jordán, episodio fronterizo con la vida pública, que se celebra hoy lunes 8 de enero.

La expresión “vida oculta” tiene carácter oficial, y aparece en el Catecismo de la Iglesia Católica (Nº 531ss). Sin embargo, algunos prefieren referirse a los primeros años de la vida terrena del Salvador como vida nazaretana; o también, infancia y juventud de Jesús. La expresión “vida oculta” se presta a pensar que Jesús vivía ocultando algo, es decir, que vivía fingiendo, que no se sumergía plenamente en su humanidad, sino que se daba aires de superioridad. Hay evangelios apócrifos, o sea, no canónicos, que presentan al Niño Jesús haciendo milagritos para divertir a sus compañeros de juego. Nada más lejos del misterio de la Encarnación.

Podría decirse que los años de Jesús entre su nacimiento y la vida pública, unos treinta años, recalcan “el valor divino de lo humano”, por tomar prestado el título del “best seller” que escribió el P. Jesús Urteaga.

Se malentendería la etapa nazaretana de Jesús si se entendiese como simple preparación para el período siguiente de su vida, el verdaderamente importante. Pues no, los años nazaretanos también importan mucho. Su vida aldeana pertenece a su misión salvífica. Él no salva sólo cuando predica, obra prodigios, muere y resucita, sino cuando realiza las labores ordinarias propias de un hijo de familia rural que vive del trabajo manual.

La Sagrada Escritura subraya que el Nazareno experimentó algo muy propio de la naturaleza humana, el crecimiento. Asumió todas las etapas de la maduración desde la más tierna infancia hasta el estado adulto. Podríamos decir que incluso se asomó a la vejez, pues aunque al morir rondaba los treinta y tres años, sin embargo, aparentaba más edad. Su entrega radical a la misión lo había envejecido. De ahí la observación de un adversario: “No tienes todavía cincuenta años, ¿y has visto a Abraham?” (Jn 8,57).

Jesús creció armoniosa e integralmente. Dos veces lo dice San Lucas: “El niño iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él” (2,40). Más adelante repite la misma idea con palabras parecidas: “Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (2,52).

El Beato Papa Pablo VI visitó Nazaret el 5 de enero de 1964. Allí pronunció una alocución en la que destacó algunos aspectos de la vida de Jesús en aquel pueblo galileo. En aquel sagrado hogar había momentos prolongados de silencio para nutrir la vida espiritual. Dijo el Papa: “Silencio de Nazaret, enséñanos el recogimiento y la interioridad...”

Se cultivaba la vida familiar: “Que Nazaret nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable...y su función en el plano social”. Ciertas recomendaciones paulinas ayudan a imaginar la vida familiar de Jesús: “Mujeres, sean sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amen a sus mujeres y no sean ásperos con ellas. Hijos, obedezcan a sus padres en todo, que eso agrada al Señor. Padres, no exasperen a sus hijos, no sea que pierdan el ánimo” (Col 3,18-21). El apóstol deja claro que en la familia todos tienen deberes y no sólo derechos.

La Sagrada Familia no vivía de rentas, sino del trabajo en el taller: “Deseamos comprender más en este lugar la austera, pero redentora ley del trabajo y exaltarla debidamente”, añade Pablo VI. También San Pablo iluminará esa ley con palabras contundentes: “Cuando estábamos entre ustedes les mandábamos que si alguno no quiere trabajar, que no coma. Porque nos hemos enterado que algunos viven desordenanamente, sin trabajar, antes bien metiéndose en todo. A esos les mandamos y exhortamos, por el Señor Jesucristo, que trabajen con sosiego para comer su propio pan” (2Tes 3,10-12).

Jesús vivió en Nazaret la espiritualidad de la vida ordinaria, la cual conduciría luego a muchos cristianos hacia las cumbres de la santidad. Acudamos de nuevo a San Pablo para valorar lo cotidiano: “Ya coman, ya beban, o hagan lo que hagan, háganlo todo para gloria de Dios” (1 Cor 10, 31).  Y también: “Todo lo que de palabra u obra realicen, sea todo en nombre de Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él” (Col 3,17). Viene a colación una anécdota teresiana; la santa abulense le decía a sus monjas que a Dios también se le encuentra entre los pucheros de la cocina, y no sólo en la capilla.

La divina revelación realza la virtud de la obediencia en Jesús. La practicó desde la infancia. “Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos” (Lc 2, 51). Durante su vida pública dejó bien claro que vivía obediente a la voluntad del Padre: “He bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado” (Jn 6, 38). El himno paulino a los Filipenses dice: “Se humilló a sí mismo hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz” (2, 8). Para el apóstol la salvación del mundo proviene más de la obediencia de Jesús que de la intensidad de sus sufrimientos: “Así como por la desobediencia de un solo hombre (Adán), todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo (Jesús), todos serán constituidos justos” (Rom 5, 19).

Aunque el Niño Jesús obedecía a José y a María, al cumplir los doce años hizo algo por su cuenta, quedarse en el templo por tres días (cfr. Lc 2, 41-50). A esa edad comenzó a aflorar en él la conciencia de estar no sólo en la tierra, sino “en el seno del Padre” (Jn 1,18), la conciencia de tener un solo Padre, el celestial, y un solo deber supremo la fidelidad a la misión recibida. Podríamos decir que se trataba de una conciencia atemática o acategorial, o sea, no conceptualizable. Esa conciencia iría creciendo y haciéndose más explícita gracias a experiencias como su bautismo en el Jordán, episodio teofánico-trinitario (cfr Lc 3, 21-22), que hoy, 8 de enero, celebra la Liturgia. Algún día podrá decir: “El Padre y yo somos uno” (Jn 10, 30).

Comments from readers

james - 01/08/2018 03:24 PM
Greetings Fr. Eduardo Barrios and all, It with my humble sincerest estimation that this piece is beautifully written and superbly focused. Thank you and blessings, In Unity,

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