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Quienes quieran dar formato de noticias a lo que ven y oyen, puede ser que tengan vocación de periodistas. También se les conoce como comunicadores, y vuelcan su pasión comunicativa en radio, televisión, redes sociales, y cada vez menos en periódicos tradicionales. Hemos visto cómo mucha prensa en papel comienza por reducir el número de sus páginas para acabar luego desapareciendo por completo.

En los países gobernados por dictaduras, los periodistas se ven sometidos a la más estricta censura. Sólo pueden publicar noticias favorables al régimen autocrático. Los que osen decir o escribir sobre los errores de ese gobierno totalitario corren el riesgo de ser deportados o encarcelados y algo peor.

Hay otros países donde los periodistas deben autocensurarse, porque si revelan las fechorías de grupos criminales pueden ser asesinados. En nuestro hemisferio muchos periodistas han sido eliminados por los sicarios del crimen organizado. ¡Cuántos periodistas muertos en México y Colombia! Y no sólo en esos dos países.

También es arriesgado criticar a los musulmanes. Si hieren los sentimientos religiosos de islamistas fundamentalistas, ya pueden considerarse sentenciados a muerte. Todavía vive atemorizado el autor de Los Versos Satánicos, Salman Rusdie.

Todos los Papas recientes han alentado a los que se dedican al periodismo. Nos limitaremos al actual Sumo Pontífice León XIV.

A este Papa le preocupa mucho el problema de la paz. Es lo que más debe promover ahora el periodismo. Que hagan suya la bienaventuranza, “bienaventurados los que promueven la paz” (Mt. 5,9). No se excluyen, por supuesto, otros temas centrados en la verdad, el bien e incluso la belleza.

El Papa apoya el anhelo de todo comunicador a trabajar donde la libertad de expresión sea garantizada por los gobiernos. Ahora bien, debe disfrutar de esa libertad de manera responsable y constructiva. No debe convertirse en agente de odios, fanatismos, prejuicios y resentimientos. Para enfatizar su mensaje, el Papa exhorta a “desarmar las palabras”. Hay palabras hirientes que actúan como proyectiles tan letales como las balas.

El que divulga noticias debe superar la tentación de vender su talento a los intereses de grupos poderosos. Al contrario, debe hacerse portavoz de los sin voz. Hágase defensor de los más vulnerables en la sociedad dando visibilidad a sus justos reclamos.

El periodista debe ser estudioso. No rendirse a la mediocridad, sino investigar concienzudamente lo que desea dar a conocer. Su intención no tiene que limitarse sólo a la veracidad de los contenidos, sino extenderse a la calidad de la escritura.

Para escribir bien se necesita poseer amplio vocabulario y expresarse con precisión y concisión. Sólo se ha de usar el número necesario de palabras. Si se queda corto en vocablos, el lector no podrá entender bien. Y si cae en sobreabundancia de palabras o palabrería, el lector se aburre y renuncia a seguir leyendo. Los lectores modernos no gozan de mucho ocio. Pocos se atreven a leer novelas voluminosas como las de Tolstoi, Victor Hugo y James A. Michener.

La nueva generación de jóvenes sufre de una especie de analfabetismo, pues muchos sólo escriben en sus teléfonos celulares a base de abreviaturas.

Hay que promover el estudio de la buena literatura así como los ejercicios de oratoria y estilo. Sólo así lograremos buenos periodistas para el presente y el futuro.

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