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La libertad de la que goza la Iglesia la permite crecer y llegar a los confines del imperio romano; una libertad que trae aparejada la aparición de importantes errores a la hora de explicar nociones cristológicas. Varios de estos movimientos teológicos toman fuerza y obligan a los padres de la Iglesia, griegos y latinos, a formular importantes afirmaciones teológicas. La Iglesia se ve obligada a precisar y a formular con claridad los fundamentos de la fe.

Es el tiempo de los grandes obispos: Basilio de Cesarea, Juan Crisóstomo, Gregorio de Nacianzo, que escriben hermosos formularios litúrgicos de sana y segura teología. Roma, Alejandría, Antioquía, Constantinopla y Jerusalén desarrollan ricas formas litúrgicas que las iglesias cercanas comienzan a copiar elegantemente.

La liturgia desarrolla una gran fastuosidad. La decoración de las basílicas es suntuosa; las vestiduras y los vasos sagrados se convierten en auténticas joyas; se multiplican las lecturas y las procesiones y es el momento de pasar de la primitiva improvisación al uso de textos escritos aprobados por los sínodos locales. Entre los padres latinos, San Agustín aboga fuertemente por la fijación de los textos litúrgicos y rechaza la improvisación “que llena la sagrada liturgia de inútil palabrería”. En sus homilías el santo obispo de Hipona reafirma la identidad entre el cuerpo eucarístico de Cristo y el cuerpo eclesial; su predicación es como un eco de Juan Crisóstomo y de los padres griegos: “Esta comunidad congregada es también el cuerpo de Cristo”.

A partir del siglo III, el griego deja su sitio al latín como lengua común y popular; la Iglesia lo adopta finalmente como lengua litúrgica a partir del siglo V. En el año 420, San Jerónimo traduce los salmos y luego toda la biblia al latín popular; es un latín sencillo y comprensible para el pueblo, que llamarán la “Vulgata”.

Una antífona tomada de la Escritura, el “Sanctus”, se incorpora al inicio de la plegaria eucarística, después del prefacio, como aclamación solemne al comienzo de la liturgia de la eucaristía. Se organiza y configura el “Canon Romano”, la liturgia de capilla papal, que siglos mas tarde los franciscanos extenderán a toda la Iglesia. En la gran vigilia pascual aparece el “Exultet”, el himno que canta las alabanzas al cirio pascual, cuya luz es reflejo del resplandor inagotable del Señor resucitado.

Al terminar la homilía del obispo, un importante rito de despedida invitará a salir del templo a quienes no pueden participar del banquete eucarístico. Primero se despide a los pecadores públicos, que han permanecido de rodillas en el atrio de la basílica; después a los paganos, que interesados en la fe cristiana, o simplemente curiosos de la capacidad oratoria del obispo, han acudido a la primera parte de la celebración; luego se despide a los “elegidos”, es decir, a los catecúmenos que recibirán el bautismo en la próxima pascua; después al resto de catecúmenos que permanecen en el largo proceso de incorporación a la Iglesia; y finalmente a los “energúmenos”, aquellas personas cuyo estado mental o irracionalidad no les permitía acercarse a los sacramentos.

En este rito revestido de cierta solemnidad, el obispo ofrece una oración por cada uno de estos grupos, a los que el diácono despide con un “Ite, missa est” (Pueden ir en paz). La palabra “missa”, que significa despedida, repetida tantas veces, acabó denominando a toda la liturgia eucarística, llamada a partir de entonces “Misa” (“El Santo Sacrificio de la Misa”).

A partir de este momento, sólo podían permanecer en el templo aquellos fieles que accedían a la Eucaristía; por eso las oraciones universales que, ofrecidas por el diácono, se elevan en ese momento, se llegarán a conocer como la “oración de los fieles”; es decir, las preces que por todas las necesidades de la Iglesia se presentan en forma de diálogo con la asamblea, cuando sólo permanecen en ella aquellos que pueden comulgar. Estas preces, al igual que la homilía, están muy relacionadas con el contenido del evangelio. Así que mientras los “por” (por el Papa, los obispos, los enfermos, etc.), son siempre los mismos, el “para” (para que extiendan la caridad de Cristo, etc.) debe estar relacionado con el mensaje del evangelio de ese día.

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