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Homilies | Saturday, January 19, 2019

Permanezcamos atentos a la voz del Hijo de Dios

Homilía del Arzobispo Thomas G. Wenski en la Misa celebrada con la Liga Orante por las Vocaciones en el  Seminario Saint John Vianney, 19 de enero de 2019.

Queridos hermanos y hermanas,

Un año más nos damos cita en nuestro querido Seminario de San Juan Vianney para dar gracias al Señor por el don de la vocación, y para implorarle que continúe enviando obreros a su mies. Reunidos en torno al altar eucarístico, le pedimos en modo particular por los formadores, profesores y seminaristas, por los empleados que aquí laboran cada día, y por todos aquellos que oran y colaboran en esta hermosa y necesaria misión en favor de las vocaciones en nuestra iglesia del sur de la Florida.

Y como cada año, compartimos esta acción de gracias con los miembros de la Liga Orante, quienes a lo largo de más de cuatro décadas no han cesado un sólo día de interceder ante el Buen Pastor, orando por el aumento y la perseverancia de los llamados a la vida sacerdotal y apoyando el Seminario, casa de formación espiritual e intelectual y corazón de toda diócesis, como bien lo expresa el decreto conciliar Optatam Totius sobre la formación sacerdotal. Aprovecho entonces la ocasión para agradecer a todos los miembros de la Liga Orante su invaluable apoyo en favor de nuestras vocaciones, y les animo a continuar sin descanso su importante misión en medio del Pueblo de Dios.

Se trata de una tarea que involucra a todos los fieles y de manera especial a las familias, las cuales deben propiciar y apoyar en su seno la sincera búsqueda vocacional y la respuesta decidida a la llamada de Dios. Como nos ha recordado el Papa Francisco en su mensaje con motivo de la pasada Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, nuestra vida y nuestra presencia en el mundo no son fruto de la casualidad, sino de una vocación divina. Responder a la llamada de Dios y servirlo en una vocación concreta, nos permite encontrar el sentido a nuestras vidas y la plena realización personal.

Hermanos y hermanas, hace sólo unos días hemos sido renovados en la fe y en la esperanza al celebrar con gozo que la Palabra hecha carne ha venido a habitar en medio de nosotros. Permanezcamos atentos a la voz del Hijo de Dios, que sigue convocándonos a colaborar activamente en la edificación de su Reino de justicia, de amor y de paz, y esforcémonos por escuchar con atención su palabra, para acogerla, discernirla y hacerla vida a pesar del ruido y la confusión de nuestro tiempo. Jesús está  muy presente en la vida del mundo y sigue llamando en medio de su pueblo.

Abramos, pues, nuestros corazones, al mensaje que el Señor nos comunica en los signos de los tiempos y en los acontecimientos de la propia vida, para que con la ayuda de su Espíritu sepamos discernir lo que quiere de nosotros en cada momento, y podamos responder con generosidad a su llamada. No condicionemos nuestra respuesta a la espera de signos extraordinarios, ni llevados por un genuino sentimiento de indignidad frente a lo noble de la tarea. El Señor nos llama ahora, nos necesita hoy, y espera que renovemos continuamente nuestro “sí” en medio de los retos y desafíos que irán apareciendo en el camino.

El Evangelio de hoy nos recuerda una vez más la llamada que Jesús nos hace a ser sus discípulos y a responder sin miedo, con prontitud y espíritu generoso. En esta ocasión su invitación va dirigida a un publicano, a un recaudador de impuestos, a alguien considerado demasiado pecador como para merecer su atención, confianza y misericordia. A él justamente ha querido el Señor decirle “sígueme”, provocando escándalo y críticas de quienes se sentían mucho más dignos y justificados delante de Dios. Una lección para que los discípulos de todos los tiempos nunca olvidemos que la llamada de Dios es don, y un tesoro que llevamos en vasijas de barro.

Que el Buen Pastor nos ayude a todos a responder cada día a la llamada recibida, y nos anime a seguir trabajando sin descanso para que nunca falten a su Iglesia sacerdotes que en su nombre proclamen su Palabra, celebren sus sacramentos, y guíen con sabiduría y amor a su pueblo.

Que así sea.

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