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Homilies | Monday, December 22, 2025

'Llamados a ser una comunidad de testigos'

Homilía del arzobispo Wenski en misa con los seminaristas el cuarto domingo de Adviento

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El arzobispo Thomas Wenski predicó esta homilía mientras celebraba misa con los seminaristas de la archidiócesis el cuarto domingo de Adviento, el 21 de diciembre de 2025, en la catedral de Santa María, en Miami. 

¡Se acerca la Navidad! Y el Evangelio de hoy lo confirma. Este Evangelio, tomado de San Mateo, nos presenta la historia de la Anunciación. Por supuesto, estamos mucho más familiarizados con la historia de la Anunciación según San Lucas, la del mensaje sorprendente del Arcángel Gabriel a María y su aceptación obediente de la voluntad de Dios.

Pero igual de conmovedora es la historia de la Anunciación según Mateo, la del anuncio de Gabriel a José, que también lo sorprendió, pero al que él también dio su aceptación obediente.

Dios, para llevar a cabo su plan de salvación, quiso contar con ciertos colaboradores: los antiguos jueces y profetas, Juan el Bautista, y, como recordamos durante este Adviento y la Navidad, Dios quiso contar con la colaboración de María y José, en particular, para cumplir su Plan Divino.

María dio su "sí", y José, a su vez, también dio el suyo. La obediencia de José es importante: Dios no necesitaba la ayuda de José para que naciera Jesús, pues ambas historias de la Anunciación dejan claro que María concibió sin intervención humana. Pero Dios quiso necesitar a José: primero, al ser el padre legal de Jesús, José lo conecta con el linaje del rey David, a través del cual se cumplirían las promesas de Dios. Y, dado que los niños crecen mejor cuando conocen el amor de una madre y un padre comprometidos en el matrimonio, Dios necesitaba al esposo de María, José, para ayudar a criar a Jesús.

Y Dios se aseguró de que, al elegir a José para este papel, eligiera a un hombre justo. Justo, pero no santurrón, y esto lo vemos en la evidente bondad de José cuando, tras enterarse de la condición de María, decidió divorciarse de ella discretamente. (Los desposorios eran un asunto serio, no se rompían fácilmente como los compromisos de hoy). Si hubiera sido santurrón (fariseo), con la rigidez moral que suelen mostrar los santurrones (fariseos), podría haberla repudiado (en el mejor de los casos) o apedreado (en el peor).

Pero, al oír al ángel decir: "No temas", la llevó a su casa. María y José, en obediencia a la voluntad de Dios, colaboraron en su plan: se dejaron necesitar por Dios para que Jesús pudiera venir a nuestro mundo.

Dios nos salva gratuitamente, pero no nos salva sin nuestro consentimiento, sin nuestra colaboración, sin nuestra aceptación obediente de su voluntad.Jesús viene a nuestro mundo para traernos paz y alegría; viene a mostrarnos al Padre y a perdonar nuestros pecados. Y así como Dios eligió a un pueblo en el Antiguo Testamento para colaborar con Él en la realización de su plan, así también Jesús eligió apóstoles y discípulos para colaborar con Él, “anunciando al mundo la buena noticia de la salvación”.

Nosotros, el pueblo de la Nueva Alianza, siguiendo las enseñanzas de esos apóstoles, estamos llamados a ser una comunidad de testigos, un signo para el mundo de que Emmanuel ha venido: “Dios está con nosotros” y “Dios está a nuestro favor”.

Sin embargo, todos, en algún momento de nuestras vidas, experimentamos el paso por esta vida como un "valle de lágrimas". Las alegrías de la temporada, como cualquier alegría experimentada en este lado de la eternidad, siempre están atenuadas por el dolor de la pérdida y la separación. Por lo tanto, la Navidad siempre es una festividad agridulce.

Es un tiempo de alegría y espíritu navideño, pero incluso mientras celebramos con familiares y amigos, recordamos a quienes no están con nosotros: el ser querido que falleció el año pasado, el amigo o familiar que presta servicio militar en una tierra lejana, el miembro de la familia a quien no veremos esta Navidad por una u otra razón.

La Navidad es especialmente una festividad agridulce para miles de familias inmigrantes en todo Estados Unidos y en nuestras propias parroquias aquí en el sur de Florida.

Nuestro sistema de inmigración ha estado roto durante años, pero un enfoque basado únicamente en deportaciones masivas no es la solución. Unas 60.000 personas pasarán la Navidad en centros de detención en todo Estados Unidos, a la espera de ser deportadas. Y cientos de miles de inmigrantes ya han sido deportados, separando a esposos de sus esposas y a padres de sus hijos. Solo una pequeña fracción de estos detenidos y deportados son lo que podríamos llamar "malhechores", criminales que nadie quiere ver libres en nuestras calles. La gran mayoría son simplemente personas que buscan en este país un futuro de esperanza para sí mismos y para sus hijos.

Menciono todo esto, no para empañar nuestras festividades navideñas, sino para que recordemos que la Navidad no debe ser una evasión ni una negación de la realidad. Es, más bien, la clave para comprender toda la realidad. Jesús es la alegría del Evangelio que da sentido y dirección a nuestras vidas, incluso en sus dolores y tristezas, en sus pruebas y decepciones.

Como José y Maria, cada uno de nosotros tiene un papel que desempeñar. Y Dios, aunque no tenía por qué hacerlo, ha decidido necesitarnos. Él cuenta con cada uno de nosotros para llevar la buena noticia de que, en el nacimiento del Niño Jesús, “Dios y el pecador se han reconciliado”.

En la mañana de Navidad, celebraré Misa una vez más en Krome para los detenidos allí y luego en Alligator Alley. Cerca de 3.000 personas se encuentran detenidas en ambos lugares. Para ellos, y para tantos otros, su Navidad será como la primera Navidad del Niño Jesús: para ellos, como lo fue para Jesús, no hay lugar en la posada.

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