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Columns | Friday, February 19, 2021

El amor desde la altura de Dios

En observación de San Valentín

Ilustración de la autora, Noris Capín.

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Ilustración de la autora, Noris Capín.

En este mes del amor he escuchado varias versiones acerca del significado del amor y aún no encuentro las palabras exactas para expresar y compartir mi opinión sobre este incalculable sentimiento. El amor es una enorme fracción del ser humano que dicta y supera los deseos de vivir, convirtiéndose en un regalo que proviene de Dios Todopoderoso.

Ahora bien, si me pongo a asimilar todo lo elevado del amor y todo lo noble del amor, no tendría la capacidad o el tiempo para compartir esta emoción con ustedes, ya que es infinito. Sin embargo, hay mucho para hablar de la sensibilidad que encierra este sentimiento, que amplía la vida del ser humano y la engrandece.

El amor es como el aire que respiramos, es la ternura que no se puede ver o tocar porque está en nosotros y somos, en cierta forma, la esencia del amor. Existe, pues, en las personas que nos rodean y en todo lo que expresamos o hacemos en grandes cantidades, sin excluir nada u omitir nada.

Porque todo se fundamenta en el amor y, sin amor, no existe la riqueza interna que se desborda en todo lo que se realiza diariamente y, hasta lo más insignificante, hay un poderoso vestigio de amor. Desde el amanecer hasta la hora del descanso, el amor juega un papel extraordinario en la vida del hombre. El buen amor, por supuesto, es el que sigue el camino del bien y la nobleza sin esperar nada a cambio, sin exigir, sin temer, sin presumir u obligar una recompensa para su propio bienestar. Eso no es amor.

El amor es el confín del Universo, es la frontera que no tiene división porque va en línea recta, es el umbral de todo presente y pasado, ya que por amor se han creado los sentimientos de dicha y dolor. Es, por consiguiente, el perímetro que rasga las cortinas de la mente para abrirse de nuevo en el corazón con la fuerza inefable que levanta a un ser de la sepultura.

Es, para ser más elocuente, la tierra sagrada que evoluciona su poder por debajo de nuestros pies y crece dentro del alma, a través de todos los tiempos, y en medio de todos los reveses y desdichas que surgen todos los días.

Dicen que enamorarse no es amor y puede que sea cierto. Yo pienso que el amor nace y no se obliga, se siente, porque es un don que nos regaló Dios; no tiene camino ni itinerario, sino que se extiende y se desarrolla por sí mismo con la fuerza inesperada de la nobleza y la consagración.

El amor es la generosidad y la paciencia, el afecto, el respeto, la reverencia y la admiración que se tributa a todo amor que surge de la persona.

Y no necesariamente tiene que ser románticamente expresado, porque el amor lo es todo, sino también se puede exteriorizar con la familia, las amistades y con los pobres de la tierra, ya que se asemeja aún más al amor de Dios.

El amor es como todo en la vida: si no existe la devoción hacia otra persona, si no existe la consideración y la cortesía, nos convertiríamos en un personaje sin alma. Nos transformaríamos en gentes sin generación y en personas sin sensibilidad o emoción hacia otros.

El amor permanece y sobresale más allá de las miserias y los desvanecimientos naturales del ser y, si no fuera así, seríamos vasijas vacías, objetos inservibles, frágiles criaturas hechas de piedra y cuerpo. La importancia del amor no es amar a lo loco o a tientas, sino más bien es donar lo mejor de nosotros mismos en los momentos más decisivos y verdaderos de la vida.

El romanticismo es divino y es parte de nuestra cultura universal, es por lo tanto el vínculo que ennoblece hasta la raíz del ser y se propaga —ya que nunca se vulgariza— porque transciende y se abre camino y se echa a volar como los pájaros buscando un nido.

Confiemos en el amor, que es el impulso que nos ha dado Dios para que seamos mejores seres humanos, menos egoístas, y más conscientes de que todo amor es donado por Dios para la salvación y el resguardo de nuestro propio ser.


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