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Homilies | Sunday, September 17, 2023

Perdonar es una mandato

Homilía del Arzobispo Wenski en la clausura de la conferencia anual de la Renovación Carismática Católica Hispana

El Arzobispo Thomas Wenski predicó esta homilía durante la Misa que concluyó la XXXVIII Conferencia 2023 de la Renovación Carismática Católica Hispana de Miami, el 17 de septiembre de 2023.

Queridos hermanos y hermanas,

Reunidos para celebrar la Acción de Gracias al concluir la Asamblea XXXVIII de la Renovación Carismática Hispana de nuestra arquidiócesis, le pedimos al Señor Jesús, por la gracia de su Espíritu Santo, que al participar de esta Eucaristía nos ilumine con la luz de su palabra y fortalezca nuestra fe con el alimento que nos da la vida eterna: su propio cuerpo y sangre. Sin estos dones salvíficos que por pura gracia recibimos, sería imposible para los cristianos sostenernos en medio de las pruebas de la vida, de la propia debilidad humana, y de los continuos desafíos que nos presenta la realidad actual. Sólo gracias a la ayuda continua del Santo Espíritu es que podemos comprometernos con la misión que Jesús nos ha encomendado, y esforzarnos cada día por poner en práctica sus enseñanzas y los valores de su Reino.

Una de esas enseñanzas desafiantes que mejor expresan la radicalidad de su mensaje es la referente al perdón a los enemigos, como hemos escuchado proclamar en el evangelio de este domingo. Y es que perdonar las ofensas constituye uno de los retos más grandes que debe asumir el cristiano, si es que quiere ser un verdadero discípulo del Señor Jesús; un reto que pone a prueba su madurez espiritual, así como la autenticidad de la misma fe. Perdonar de corazón las ofensas, más que una opción, es un mandato de aquel que desde la cruz imploró por sus verdugos y exclamó en medio del dolor y el sufrimiento, “Perdónales, Padre, porque no saben lo que hacen” (Lc. 23, 34).

Se trata, por lo tanto, de un rasgo distintivo de los discípulos de Jesús, como él mismo nos recuerda en el evangelio de este domingo. “¿Cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano? ¿Hasta siete veces?” pregunta Pedro. “No sólo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”, responde Jesús. Es decir, hasta el infinito. E inmediatamente propone a sus discípulos, y también a nosotros hoy, la parábola de un hombre ingrato, quien habiéndole perdonado el rey una suma inmensa, no fue capaz, en cambio, de perdonar la insignificante deuda de su compañero. Un ejemplo gráfico al estilo de Jesús, de la profunda contradicción en que incurrimos cuando, habiendo recibido tantas veces de él su perdón y misericordia, nos cerramos de corazón a su gracia y nos volvemos incapaces de ofrecer ese perdón a los que nos han ofendido.

Cuando eso ocurre, hacemos impermeable nuestro propio corazón a la gracia de Dios. No es posible negar el perdón a los hermanos y al mismo tiempo pretender obtener siempre el perdón de Dios y su misericordia. Como nos recuerda el Catecismo de la Iglesia, “lo temible es que este desbordamiento de misericordia no puede penetrar en nuestro corazón, mientras no hayamos perdonado a los que nos han ofendido (…) Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2840). Porque perdonar es la manifestación más grande del amor hacia nuestros hermanos, y al mismo tiempo, una posibilidad única de transformación interior y conversión. No en balde llegó a decir San Juan Crisóstomo que “nada nos asemeja tanto a Dios como estar dispuestos al perdón” (San Juan Crisóstomo; Homilías sobre San Mateo, 19, 7).

Hermanos y hermanas, muchas veces la dificultad para perdonar a los demás tiene su origen en nuestra falta de conciencia de todo lo que se nos ha perdonado, así como de las incontables bendiciones que hemos recibido de Dios. Sólo quien se sienta perdonado estará en condiciones de perdonar de corazón por muy difícil que esto sea, especialmente cuando la ofensa puede haber marcado la propia vida. Se trata de un desafío de fe que con la ayuda del Espíritu Santo podemos lograr, y así poder decir con San Pablo: “Todo lo puedo en aquel que me fortalece” (Flp. 4, 13).

Es por esto que Jesús nos asegura que no estamos solos. Contamos con la gracia de su Espíritu, con su guía, su luz y su fortaleza. Y quién mejor que ustedes, miembros de la Renovación Carismática, para testimoniar de lo que es capaz de hacer el Espíritu Santo cuando le abrimos de par en par las puertas de nuestro corazón y nos dejamos abrasar por el fuego de su amor.

Queridos miembros de la Renovación Carismática Hispana, es una bendición participar con ustedes en la Misa de clausura de esta conferencia anual, que bajo el lema “La Iglesia vive de la Eucaristía”, los ha reunido en el gozo de la fe y la alabanza, y en el espíritu de la profunda adoración y reverencia por el Amor de los Amores. Una oportunidad para el encuentro, la oración, y de manera particular, la reflexión en torno al misterio eucarístico, precisamente en este tiempo de gracia dedicado en toda la Iglesia a crecer en el amor por la sagrada Eucaristía. En fin, una experiencia que seguramente les ayudará a recibir con mayor provecho espiritual el pan de vida eterna, y así permitir que la gracia divina les siga llevando por los caminos del amor, del perdón y del servicio.

Que María nuestra Madre, que experimentó en la Anunciación su primer Pentecostés, y con su obediencia cooperó fielmente con el plan de salvación de Dios, nos ayude cada día con su ejemplo de creyente y de discípula misionera. Y que encontremos en el rezo del santo rosario una ayuda para que podamos perdonar al hermano de corazón – pues cada vez que rezamos en el “padre nuestro” y decimos “perdónanos como nosotros perdonamos”, rezamos 10 veces, Maria, Madre de Dios, reza por nosotros ahora y en la ahora de nuestra muerte. Que así sea. Que la intercesión de Maria ablande nuestros corazones duros para que unidos a su Hijo, cuyo cuerpo y sangre comulgamos, y dirigidos por el Espíritu Santo, seamos dignos de las promesas de Cristo.

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