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Homilies | Sunday, February 05, 2023

Sean ustedes toda luz y sal de la tierra

Homilía del Arzobispo Wenski en la instalación del párroco de Mother of Christ

El Arzobispo Thomas Wenski predicó esta homilía el 5 de febrero de 2023 durante una Misa en la iglesia Mother of Christ, en Miami, donde instaló al Padre Jorge A. Carvajal-Niño como párroco.

El motivo de mi visita hoy es la instalación del “nuevo párroco” de esta comunidad de Mother of Christ, Padre Jorge Carvajal. No es alguien desconocido por ustedes, pues ya lleva unos años a la cabeza de esta parroquia como su administrador. Ahora voy a nombrarlo párroco – o sea, como su pastor, tendrá otro título – pero las mismas responsabilidades, los mismos dolores de cabeza y el mismo sueldo.

Por lo tanto, confío al Padre Carvajal lo que en latín se llama el “cura animarum”, el cuidado de las almas de esta parroquia. Estas almas incluyen no solo los que vienen a Misa cada domingo, ni tampoco los inscritos en el registro parroquial. Incluyen a cada persona que vive dentro de los limites parroquiales.

Sin embargo, no es un trabajo que corresponde a él solamente sino a todos los parroquianos. Que sean ustedes toda luz y sal de la tierra, portadores de la buena nueva de Jesucristo para que nuestros pueblos tengan fe en Cristo Jesús.

Ser sal y luz pareciera una tarea sencilla, simple y fácil de cumplir. Pero esta tierra, o el mundo al que Dios nos manda iluminar y darle sabor, está realmente convulsionado. Hay hambre, miseria, crisis económica, violencia y una serie de males que atacan a la humanidad, provocando pánico, haciendo que el hombre pierda la esperanza. Avisos de guerra surgen por todos lados. Cuando se espera la paz, surgen poderes en el mundo que anuncian represión, confrontación. Hay un afán de poder y dominio que lleva a los que tienen las riendas de poder en sus manos a establecer políticas que afectan a millones y millones de personas – y no por el bien. Y hemos experimentado los resultados en nuestra propia carne: éxodos masivos, destierro, destrucción de la familia, etc., etc.

Tantas realidades tristes, tantas sombras, tanta oscuridad que envuelve a ese mundo, al hombre al que Jesús nos manda ser sal y luz. Este mundo al que Cristo nos pide darle sabor e iluminar, está cansado de teorías y de discursos bonitos. El hombre y la mujer de hoy quieren testigos que conozcan el camino a seguir. Buscan orientación, buscan una brújula, una luz que ilumine su oscura noche, su crisis. Buscan a hombres y mujeres que realmente hayan estado con Dios, que lo hayan experimentado en sus vidas.

Por eso San Pablo en la segunda lectura de hoy nos dice “Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del poder del Espíritu”. Esa experiencia del poder de Dios es lo que el hombre busca, porque necesita apoyarse en algo para mantenerse de pie en medio de la tempestad. Y para poder hablar al mundo de ese poder de Dios es necesario haberlo experimentado.

Un buen comerciante si quiere vender su producto debe haberlo usado o conocido lo suficiente antes como para garantizar lo que vende. Si queremos ser cristianos que llevemos luz y sal al mundo, y presentarles a ese Dios de poder del que habla San Pablo, necesitamos haberle conocido, y para conocerle es necesario estar y hablar con él.

Y es ahí donde los discursos que llegan al oído del hombre muchas veces suenan vacíos, huecos, porque resultan ser un producto intelectual y no de la experiencia con Dios.

Jesús mismo se presentó como la luz del mundo, y ahora nos manda ser luz para los hombres; es decir, como esa luna que refleja la luz del sol en la oscuridad de la noche. Para que los cristianos podamos proyectar la luz de Jesús, es necesario exponernos primero a ella, estar cerca de ella, dejarnos iluminar primero por la luz de Cristo, porque nosotros no podemos brillar con luz propia.

Ese es el papel del cristiano; esa es la misión que Jesús nos encomienda hoy. Nos manda ser luz y no para que la guardemos por ahí debajo del sofá o de la cama, sino para que la pongamos en alto y que desde lo alto pueda iluminar al mundo. No podemos ser luz solo en la iglesia o en la casa, nuestra luz debe estar suficientemente tan en lo alto como para iluminar también a nuestros vecinos, a los compañeros de trabajo, de estudios, en la calle, en la cancha de fútbol, en la playa, en el transporte público… ahí donde esté un cristiano debe haber una luz que ilumine su entorno.

Como les había dicho, al Padre Jorge le encomiendo el “cura animarum” o sea, el cuidado de las almas. Ha de cumplir sus deberes según los consejos de San Pablo a San Timoteo “no con espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (cf. Timoteo)

Este cuidado de las almas es una tarea triple: primero, debe enseñarles fielmente lo que la Iglesia cree y enseña. No habla en su propio nombre sino en el nombre de Cristo; segundo, debe conducirles, como el Buen Pastor, a pastos seguros y tercero, debe llevarlos a una mayor santidad. En el confesionario, en la Eucaristía, en la unción del Bautismo, de la Confirmación y en el cuidado de los enfermos, el Padre Jorge les fortalecerá en la gracia que les hará crecer en la santidad ante el Señor.

Padre Jorge, ama a tu pueblo con corazón de pastor y aliméntalo, llévalo a Cristo y enséñalo con dulzura, con la palabra y el ejemplo. Y ahora voy a pedirte que renueves las promesas que hiciste en el día de tu ordenación sacerdotal.

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