By Archbishop Thomas Wenski - The Archdiocese of Miami
Domingo Mundial de las Misiones – 19 de octubre de 2025
El Domingo Mundial de las Misiones, celebrado este año el fin de semana del 18 y 19 de octubre, nos recuerda que todos los fieles bautizados están llamados a participar en la actividad misionera de la Iglesia. El tema de este año, “Misioneros de la Esperanza entre los Pueblos”, inspirado en Romanos 5:5, nos recuerda que la esperanza que el Espíritu Santo infundió en nuestros corazones no debe guardarse, sino compartirse.
Quizás en ningún otro lugar se necesite esta esperanza con mayor urgencia que en las 1,124 diócesis y territorios de misión de todo el mundo donde la Iglesia es demasiado pobre para sostenerse por sí sola, donde el Evangelio aún está arraigando y donde, en muchos lugares, los cristianos sufren persecución activa por su fe. En estos lugares, la presencia de un misionero, a menudo viviendo en la oscuridad o amenazado, es un salvavidas. Es una señal de que el mundo no los ha olvidado y, aún más importante, de que Cristo no los ha olvidado y de que sus seguidores han venido a cuidarlos y acompañarlos.
El Papa León XIV, el primer Papa nacido en Estados Unidos en la historia, es un hombre cuya vida sacerdotal estuvo marcada por el servicio misionero. Antes de su elección como Sucesor de Pedro, pasó décadas viviendo y trabajando en territorios de misión en Perú. Su amor por la labor evangelizadora de la Iglesia no es teórico; es personal. A principios de este año, nos recordó que las Obras Misionales Pontificias, que supervisan la colecta del Domingo Mundial de las Misiones, son “el principal medio para despertar la responsabilidad misionera entre todos los bautizados”.
Como joven sacerdote que trabajaba aquí, en la Arquidiócesis de Miami, entre el pueblo haitiano, me consideraba “un misionero en mi propia comunidad”. Después de mi ordenación, me asignaron como vicario parroquial a la iglesia de Corpus Christi, en Allapattah. Y después de que el entonces Arzobispo, Edward McCarthy, descubriera que yo estaba aprendiendo creole (ya había aprendido español en el seminario), me asignó al recién formado Apostolado Haitiano a finales de la década de 1970. Este apostolado finalmente estableció iglesias misioneras en Miami (Notre Dame), Fort Lauderdale (Divine Mercy), Pompano Beach (St. Joseph) y Delray Beach (Perpetual Help), y también implicó un ministerio itinerante que se extendió de Homestead a Fort Pierce, de Fort Lauderdale a Immokalee, de Miami a Belle Glade. Cuando me preguntaban cuál era mi “visión”, respondía: “Mi tarea era hacer que la Iglesia fuera visible para los haitianos y que los haitianos fueran visibles para la Iglesia”. Estos años moldearon mi corazón pastoral y me enseñaron el poder transformador de la presencia, el lenguaje y la solidaridad.
Haití sigue estando muy presente en mi corazón, y su lucha, tanto en su país de origen como aquí en Estados Unidos, nos enseña que la esperanza requiere acción y acompañamiento, no solo palabras. La Iglesia en los campos de misión de África, Asia, América Latina y Oceanía necesita que apoyemos la esperanza, brindándoles los recursos necesarios para sostener programas pastorales, catequéticos, educativos y vocacionales.
A través de las Obras Misionales Pontificias, ustedes contribuyen a la colecta del Domingo Mundial de las Misiones, ya sea con una donación modesta o mayor, que fortalece a la Iglesia y difunde la promesa evangélica de salvación y esperanza. Unas 258,540 religiosas, 82,498 seminaristas de los 200,000 que hay en el mundo, y cerca de un millón de catequistas, dependen de esta colecta del Domingo Mundial de las Misiones.
Aquí en Estados Unidos, en el siglo XIX, dependíamos del apoyo de la colecta del Domingo Mundial de las Misiones, y ahora nos toca a nosotros extender la mano a quienes confían en nosotros.
Desde las calles de Port-au-Prince hasta la más nueva parroquia en la Asia rural, nuestra solidaridad importa y se necesita con urgencia. Como misioneros de la esperanza, ofrecemos más que ayuda material; plantamos semillas de fe, fomentamos vocaciones y edificamos la Iglesia. Su apoyo es esperanza en acción, y es una esperanza que perdura.