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Homilies | Wednesday, April 03, 2024

La Pascua es nuestro regreso cada año a nuestro propio bautismo

Homilía del Arzobispo Thomas Wenski del Domingo de Resurrección de 2024

El Arzobispo Thomas Wenski predicó esta homilía en la Misa del Domingo de Resurrección, el 31 de marzo de 2024, en la misión San Roberto Belarmino de la parroquia Corpus Christi, en Miami.

Como cristianos que aún vivimos en el mundo, experimentaremos todo tipo de pruebas y tribulaciones. Solo podemos pensar en las pruebas y tribulaciones de nuestros hermanos en Haiti, Cuba, Venezuela y Nicaragua. También tenemos presentes las víctimas de la guerra en Ucrania y de la guerra en Tierra Santa entre los israelís y los terroristas de Hamas. Dondequiera que vivamos, somos “los desterrados hijos de Eva… gimiendo y llorando en este valle de lágrimas”.

Los sufrimientos de Cristo no nos eximen de sufrir nosotros mismos; pero sus sufrimientos, vistos a la luz de su Resurrección, dan sentido y esperanza a los nuestros. Por eso, ni siquiera el sufrimiento nos quita la alegría por la promesa futura de nuestra propia Resurrección.

“Somos pueblo de Pascua y ‘Aleluya’ es nuestra canción”, predicaba San Agustín de Hipona en los tiempos inciertos que vivió. Y añadió: “Cantemos aquí y ahora en esta vida, aunque estemos oprimidos por diversas preocupaciones, para que podamos cantarla un día en el mundo venidero, cuando seamos libres de toda ansiedad”.

Cristo ha resucitado y su resurrección de entre los muertos arroja una luz decisiva sobre todo lo que la precedió. Ahora, a la luz de la Resurrección, las palabras de Jesús y las de los profetas que le precedieron se comprenden con nueva claridad. La Cruz, antes considerada con razón como un instrumento de cruel tortura y vergüenza, ahora se revela como el Árbol de la Vida: de ahora en adelante, entendemos que, al abrazar la cruz, no somos despojados de la vida, sino que encontramos la verdadera vida. La vida es redimida; a pesar de todas sus penas, dolores y decepciones, la vida tiene significado.

Nuestra fe cristiana nace no tanto de la aceptación de una doctrina sino del encuentro con una persona: con Cristo, una vez muerto, pero ahora resucitado. Cristo que se encontró con las mujeres que vinieron al sepulcro es el mismo Cristo que se encuentra con nosotros hoy en su Palabra y Sacramento.

No se le recuerda de la misma manera que se recuerda a los grandes hombres y héroes que vivieron hace mucho tiempo. Podríamos hablar de ellos y de sus actos. Pero no podemos hablar con ellos ni hacernos amigos de ellos. Jesús, sin embargo, es el mismo ayer, hoy y siempre. Él Vive.

Habiendo roto las cadenas de la muerte, Él camina ante nosotros como alguien que está vivo y nos llama a seguirlo a Él, al que vive, y a entrar en una relación de amistad con Él. De esta manera descubrimos el camino de la vida, una vida que siempre es nueva porque nunca morirá. Cristo, al resucitar de entre los muertos, salva todo lo verdaderamente humano y, con el don de su Espíritu, nos permite vivir ya no para nosotros mismos, sino para Él.

Para los católicos, la Pascua es nuestro regreso cada año a nuestro propio bautismo... nuestro propio “paso” a una nueva vida en Cristo. La Cuaresma fue un llamado a una conversión renovada de la mente y del corazón: un regreso al Señor porque, aunque somos bautizados, lo que perdemos y traicionamos constantemente es precisamente lo que recibimos en el bautismo. Y así, en Pascua, se nos recuerda que fuimos creados para la vida: la vida eterna que trasciende los límites de este mundo y supera incluso la limitación de la muerte. Nuestro bautismo es hoy un testimonio radical en un mundo que niega que el hombre haya sido creado para otra cosa que no sea la muerte.

Porque la Pascua nos convence no sólo de que Jesús ha resucitado, sino de que nosotros también resucitaremos.

La fe en la pasión, muerte y resurrección de Jesús nos da la fuerza interior para ejercer nuestro compromiso bautismal de vivir vidas de servicio y significado. Y así, en breve renovaremos las promesas de nuestro bautismo.

Porque en el don de la Pascua residen las exigencias de la Pascua: “Si habéis resucitado con Cristo, buscad lo de arriba”, nos dice San Pablo.

Toda la vida de Jesús estuvo moldeada por su obediencia a su Padre. Para nosotros, vivir en Cristo significa que nunca permitiremos que las cosas de este mundo nos distraigan del verdadero propósito y meta de nuestra existencia. Debemos buscar hacer la voluntad de Dios en todas las cosas, incluso en las cosas aparentemente más mundanas. Pero hacer la voluntad de Dios y seguir los mandamientos no nos priva de alegría, sino que es lo que hace posible la verdadera alegría.

De hecho, la alegría es una señal de que hemos estado con el Señor. Y este gozo proviene no sólo de seguir la ley de Dios, sino también de conocer a Dios en su hijo Jesucristo. Proviene de experimentar su misericordia y gracia y de compartir su vida divina. Nuestro testimonio será mucho más creíble si es alegre: nuestra alegría permite que Dios sonría a través de nosotros y así, incluso en medio de las pruebas y tribulaciones traer una esperanza renovada al mundo.

Este es el día que hizo el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo. “Somos un pueblo de Pascua y Aleluya es nuestro canto”.


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