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Homilies | Tuesday, May 28, 2019

El Señor nos sigue llamando hoy a dar testimonio

Homilía del Arzobispo Wenski en el seminario de La Habana

Estas imágenes, tomadas del sitio web de la Iglesia Católica en Cuba, muestran momentos de la visita del Arzobispo Thomas Wenski al Seminario de San Carlos y San Ambrosio en La Habana. El arzobispo encabezó una peregrinación del 24 al 29 de mayo de unas 40 personas de la Arquidiócesis de Miami para conmemorar el 500 aniversario del establecimiento de la ciudad de La Habana. El grupo de Miami celebró una misa con los seminaristas, una misa que fue seguida por una cena típica cubana y el acompañamiento musical de los seminaristas (derecha), y luego una presentación sobre la historia de la Iglesia en Cuba (abajo).

Fotógrafo: COURTESY

Estas imágenes, tomadas del sitio web de la Iglesia Católica en Cuba, muestran momentos de la visita del Arzobispo Thomas Wenski al Seminario de San Carlos y San Ambrosio en La Habana. El arzobispo encabezó una peregrinación del 24 al 29 de mayo de unas 40 personas de la Arquidiócesis de Miami para conmemorar el 500 aniversario del establecimiento de la ciudad de La Habana. El grupo de Miami celebró una misa con los seminaristas, una misa que fue seguida por una cena típica cubana y el acompañamiento musical de los seminaristas (derecha), y luego una presentación sobre la historia de la Iglesia en Cuba (abajo).

Homilía del Arzobispo Thomas Wenski en la Misa celebrada en el Seminario San Carlos y San Ambrosio. Habana, 27 de mayo de 2019.

Hermanos y hermanas,

Que alegría celebrar juntos la Eucaristía en este querido Seminario de San Carlos y San Ambrosio, heredero de la larga tradición de formación académica y espiritual del que fuera cuna de la nacionalidad cubana. Y que bendición hacerlo como parte de esta peregrinación de católicos de la Arquidiócesis de Miami, compartiendo con ustedes la alegría de la fe que un año más ha renovado en todos nosotros el Señor Resucitado. Démosle gracias de corazón por todos sus beneficios, de manera particular por el don de la vocación sacerdotal, y dejémonos iluminar por su Palabra y alimentar con su Cuerpo y Sangre, prendas de vida eterna.

En la primera lectura que hemos escuchado, de alguna manera se nos hace partícipes de las andanzas misioneras de Pablo y sus compañeros. Habiendo ellos recibido el Espíritu Santo y superadas las dudas y el temor, se embarcaron —y nunca mejor dicho— en la arriesgada tarea de proclamar a Jesucristo en pueblos y culturas diversas. Son los comienzos de la gran aventura de la evangelización, en la que sigue hoy comprometida la Iglesia, en fidelidad al mandato recibido del Señor Resucitado: “Vayan al mundo entero y proclamen el Evangelio a toda criatura” (Marcos 16, 9-15).

A lo largo del tiempo pascual, y mientras nos preparamos para la gran fiesta de Pentecostés, el Libro de los Hechos de los Apóstoles nos va mostrando los retos y desafíos que debieron afrontar aquellos discípulos, en su empeño por anunciar el mensaje de Jesús. En esta ocasión les vemos llegar a Filipo, ciudad de Macedonia situada en una valiosa ruta comercial de la época, y primer lugar del continente europeo donde fuera proclamada la Buena Nueva. Un sitio donde los apóstoles habrían de experimentar sufrimientos y rechazo, y a la vez, grandes satisfacciones en el cumplimiento de su misión.

El texto que hemos escuchado nos muestra cómo fueron los sencillos comienzos de aquella comunidad, y cómo el apóstol Pablo, guiado por el Espíritu, no tuvo reparos en predicar con entusiasmo a un pequeño grupo de mujeres, entre las que se encontraba Lidia, que según el relato ya adoraba a Dios y en ese momento abrió su corazón al mensaje de Jesucristo. ¡Con cuántas personas como ella tropezamos en nuestro camino! ¡Cuántos hermanos y hermanas encontramos a nuestro paso, ansiosos por hallar sentido a sus vidas y poner su confianza en una fe verdadera que no les defraude!

Por eso, dondequiera que realicemos nuestra misión evangelizadora, tenemos que dejarnos llevar por la gracia del Espíritu Santo, para que sea Él quien nos anime a transmitir el mensaje del amor y la esperanza a nuestro pueblo; un pueblo hambriento de Dios, deseoso de conocerlo y de abrirle de par en par las puertas de sus casas y de sus corazones, como hizo un día aquella mujer en Filipo. Es el Espíritu Santo, que en pocos días estaremos celebrando, quien nos guía e ilumina, nos fortalece y envía, para dar el testimonio creíble de la salvación de Dios en Jesucristo. Nos lo dice hoy Jesús en su Evangelio: “Cuando venga el Paráclito, que les enviaré desde el Padre, (…) él dará testimonio de mí; y también ustedes darán testimonio” (Juan 15, 26). Porque el Señor siempre mantiene sus promesas, y gracias a la ayuda y protección de su Santo Espíritu, aquellos primeros discípulos lograron mantenerse firmes en su misión, en medio del rechazo y la persecución por causa de su nombre.

Queridos seminaristas, el Señor nos sigue llamando hoy, y nos envía a dar testimonio de su amor en medio de nuestro complejo mundo, y de una sociedad cada vez menos solidaria y más necesitada de orientación, sentido y esperanza. Un desafiante reto para todos los que un día respondimos con un sí decidido a la llamada de Jesús. Una clara invitación a renovar continuamente dicho compromiso, confiando y dejándonos guiar por el Buen Pastor de nuestras vidas; ese que guía nuestros pasos y que nunca nos abandona en medio de las dudas, temores y dificultades que siempre encontraremos en medio de la misión.

Aprovechemos esta ocasión especial para elevar nuestras súplicas por la perseverancia de todos los llamados al sacerdocio y a la vida consagrada. Especialmente, oremos por los futuros pastores que continuarán la misión de extender el Reino de Dios en la Cuba de hoy, con todas sus carencias, sufrimientos y esperanzas. Y aunque pueda parecer ardua y exigente la tarea, siempre contarán con la promesa y el apoyo del Espíritu Santo, que sabrá guiarles en cada etapa de su formación y de manera particular, en su futura labor pastoral donde sea que el Pueblo de Dios les necesite.

El Señor les bendiga en abundancia, junto a sus formadores y todos los que a diario laboran y colaboran con esta casa de formación. Que nuestra presencia esta tarde entre ustedes sea una muestra del afecto y la cercanía espiritual de sus hermanos en la diáspora, y de todos los que oran por su perseverancia en el seguimiento de Jesucristo, el Buen Pastor. Nuestra Madre del Cielo, la Virgen de la Caridad, nos ayude siempre a todos con su ejemplo de escucha de la Palabra y de fidelidad a la voluntad de Dios.

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